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El encuentro, después de 1492, entre la cultura indígena y la católica española parecía que iba a decantarse a favor de los europeos debido a que los sacerdotes indígenas habían huido, habían sido asesinados o estaban enfermos. ¿Ganaba España? No fue tan sencillo. A medida que la cultura indígena se retiraba, la católica la incorporaba creándose un híbrido social, cultural y artístico admitido por todos, ¡qué remedio!, que incluía paz social, pero garantizando que el poder seguiría en las manos de los que lo poseían.
Criollos, indígenas y europeos vieron en la imagen de la Virgen de Guadalupe una forma de expresar sus anhelos y sus miedos. La creación de esa imagen fue, en términos de Octavio Paz, un auténtico milagro. Afirmaba el poeta que en México se cree fundamentalmente en dos cosas: la Virgen de Guadalupe y la Lotería Nacional.
Cuentan que su iconografía habitual proviene de la imagen que resultó impresa de forma ¡milagrosa! en el manto del indígena Juan Diego. Un procedimiento como el que se postula para el rostro de la Verónica o de la Sábana Santa. El poncho con la imagen se conserva en la basílica de Ciudad de México, uno de los lugares de peregrinación religiosa más impactantes del mundo. Pero la reproducción más hermosa desde el punto de vista artístico, probablemente se deba al mexicano Manuel Arellano, fechada en 1691 y seguramente discípulo de otro de los grandes pintores de la Guadalupana, Cristóbal Villalpando. Pintura barroca de tanta calidad y originalidad que muestra cuánto había evolucionado la pintura en el Virreinato en un tiempo muy breve.
Es bien conocido el mito de la aparición de la virgen a Juan Diego en 1531 en el cerro Tepeyac, próximo a la ciudad de México. El obispo Juan de Zumárraga, suspicaz con esos hechos, solicitó una prueba de la autenticidad de lo que Diego afirmaba y este llevó al obispo unas bellas e imposibles rosas, brotadas repentinamente en diciembre, envueltas en su manto. Al abrirlo, en él apareció impresa la imagen de la virgen. Los españoles, muchos de ellos extremeños, reconocieron en ella a la virgen de su Guadalupe natal. Una de las peticiones atribuidas a la Virgen fue la construcción de un templo. Esa pasión urbanística la observamos en los mensajes de muchas apariciones marianas. La imagen original fue atribuida, descartando por tanto su autoría milagrosa, al artista indígena Marcos Cipac Aquino, contemporáneo del milagro. Tal designación fue hecha por Fray Francisco de Bustamante, superior de los franciscanos, en 1556. No hay constancia de que existiera ese pintor. La pintura representa a una mujer joven, morena y con rasgos tanto indígenas como europeos. La plasmó de pie, sobre una luna en cuarto creciente, envuelta en un halo de luz que ilumina el cielo, coronada y rodeada por una mandorla de rayos solares. En tres de las cuatro esquinas del cuadro se representan los milagros atribuidos a la virgen. En la cuarta se observa la imagen de la guadalupana impresa en el manto de Diego. A veces hay una quinta cartela con el paisaje del monte Tepeyac. Todo ello subraya que se trata de una aparición propiamente mexicana.
Desde el punto de vista estilístico la imagen pertenece a un modelo iconográfico flamenco-alemán, que data de la Edad Media. Algunos grabados a partir del año 1400 presentan numerosos parecidos formales con la mencionada imagen. Uno de ellos, La Virgen en la gloria, fechado hacia 1420, tiene gran similitud y puede haber sido la fuente utilizada por el pintor indígena que realizó la obra.
A partir del siglo XVII, sobre todo después de una epidemia de peste, su fama de milagrera y protectora creció notablemente. ¡A algo había que agarrarse! Se realizaron cientos de copias de la imagen que se esparcieron por América y por España, como un icono devocional tanto para los domicilios privados como para iglesias y conventos. Algunas de ellas son de gran calidad y otras copias son tan kistch que podrían formar parte de la historia universal de la infamia. En la elaboración de esas obras se han usado todo tipo de materiales y en Latinoamérica se pueden encontrar en lugares muy diversos: lavanderías, mercados, panaderías, lupanares o talleres de reparación de neumáticos.
El mito de la Virgen, ideado al parecer por el hábil arzobispo Alonso de Montúfar con el fin de desarticular las creencias indígenas, tuvo la capacidad de simbolizar a la mexicanidad y ser utilizada como emblema de toda lucha por la justicia y la independencia, tanto de la nueva clase criolla nacida en México, como de los insurgentes zapatistas del EZLN o los chicanos estadounidenses. Francisco Bernete señala que hasta hace poco un político gobernante debía ser guadalupano por más ateo que se confesara. De lo contrario estaría alejado del pueblo y su carrera no tendría ningún éxito.
Al situarla en el cerro que servía de morada a la diosa Tonantzin, madre de todos los dioses, se originó un sincretismo que formalmente adopta el catolicismo permitiendo a su vez la continuidad de las antiguas prácticas religiosas. Por ello Octavio Paz afirma que «la creación más compleja y singular del virreinato de Nueva España no pertenece al orden artístico sino al religioso: el culto a la Virgen de Guadalupe». Los indígenas, a partir de las enseñanzas españolas, crearon una madre sobrenatural, americana y europea: la Chingada. Se trata de una madre violada, y desgarrada por la conquista; una madre que lleva en sus entrañas a un hijo que será su liberador. Una idea no muy original. La imagen y el culto constituyen una ideológica formación de compromiso capaz de ocultar el clasismo y las enormes injusticias existentes en la sociedad mexicana. A pesar de la violencia y la opresión, en la Guadalupana se incorporaba a los conquistadores y a los conquistados. Los españoles la aceptaron como propia al tiempo que la mexicanizaban. Los mexicanos a su vez, la europeizaron. Se trata de una compleja operación, emocional e identitaria, que ya describió Emile Durkheim en 'Las formas elementales de la vida religiosa'.
El museo del Prado proyecta para la primavera del 2025 una exposición dedicada a la Virgen de Guadalupe. En ella se mostrarán las obras de los Arellano, Villalpando, Suárez y otros artistas de los siglos XVII y XVIII, así como la relación mutua del barroco español y mexicano en la que veremos, por ejemplo, la influencia de Bartolomé Murillo en los bellos ángeles que suelen flotar alrededor. También exhibirá valiosas imágenes, la mayoría anónimas, guardadas en museos, iglesias y particulares de América y España. El objetivo que persigue el Prado es triple. Por una parte, quiere mostrar la belleza y variedad de las representaciones artísticas de la Virgen, también se quiere afirmar el valor de la pintura colonial muchas veces vista como una reproducción imperfecta del modelo europeo. En tercer lugar, profundizar el intercambio e influencia mutua del arte europeo y el del Virreinato de Nueva España ya iniciado en la magnífica exposición titulada 'Tornaviaje'. Es buena idea centrarse para ello en la que tal vez sea la imagen más popular y conocida por la cristiandad del mundo entero.
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