Ni humana, ni bestia, ni divina
En su deseo de huir del sur, Carson McCullers reflejó en sus textos la sordidez de una sociedad donde la vida apenas tenía valor, con una sucinta búsqueda del amor como trasfondo vital
El encanto de las magdalenas que de niña comía Carson MCullers era «por completo accidental». No se alzaban tiernas y esponjosas al calor del horno, como cabía esperar, sino que se quedaban húmedas y planas, con un corazón de uvas pasas. Las hacía su cocinera, reincidente en un error que las hacía únicas y nunca probó otras iguales. De su escritura, podría decirse lo mismo. No es lo que quizá cabe esperar de una novelista de apenas veinte años. Pero el sabor que deja no desaparece con facilidad.
El dramaturgo Eugene O´Neill -cuatro veces premio Pulitzer- y Nietzsche están entre las lecturas iniciáticas de una joven que escribía pequeñas obras de teatro en su sala de estar para representarlas con sus hermanos y que daría forma a una primera novela con Nueva York como escenario, su gran escenario vital, con apenas 15 años.
Su obra completa está editada en España por Seix Barral, entre 1953 y 2017. El último volumen, una selección de cuentos breves, en mayo de este mismo año. La cántabra Sara Morante ilustró la edición especial de 'La balada del café triste' publicada en el 100 aniversario de su nacimiento y el 50 aniversario de su muerte en la que se reúnen siete de sus relatos más representativos.
McCullers forma parte de la corriente amparada en un amplio abanico bajo la denominación de gótico sureño, heredero en cierta medida del gótico europeo, pero con sus propias características. Señala Rodrigo Fresán en el prólogo de 'El mudo', que en su manera de acercarse a la vida y al sufrimiento los escritores sureños están especialmente en deuda con los rusos. «La técnica, en pocas palabras, es la siguiente: una yuxtaposición audaz y en apariencia insensible de lo trágico con lo humorístico, de lo grandioso con lo trivial, lo sagrado con lo licencioso; se trata de detallar el alma entera de un ser humano de manera materialista». La propia escritora señalaba: «Tanto en la Rusia de los zares como hasta el momento presente en el Sur, una característica dominante ha sido el escasísimo valor de la vida humana».
«La escritura no es solo mi modo de ganarme la vida; «es como me gano mi alma»
La «crueldad» de la que se ha acusado a los escritores sureños es en el fondo sólo una especie de ingenuidad, una aceptación de incongruencias espirituales sin preguntar por sus razones, sin tratar de proponer una respuesta. «El pueblo sintió esa satisfacción especial que siente la gente cuando le juegan a alguien una mala pasada con medios escandalosos y terribles», escribe, por ejemplo, McCullers en 'La balada del café triste'.
La escritora está considerada junto a William Faulkner una de las principales referencias del género yh la época. Ella misma desafiaba: «Yo tengo más que decir de Hemingway y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner».
La autora georgiana era agnóstica, pero lo teológico está muy presente en sus novelas; no en vano, como indica Paulina Flores, «si bien el sur es apenas cristo-céntrico, sí es ciertamente cristo-obsesivo». 'El Mudo' –como se llamó inicialmente 'El corazón es un cazador solitario'– aborda, precisamente, la necesidad de expresión del ser humano, la existencia de Dios creada por ese ser humano del que es un reflejo inferior. Cada uno de los vivientes se expresa a su manera, pero la sociedad le niega esa posibilidad. La obra que publicó con 23 años y que la catapultó a la fama la componen cinco personas solitarias, aisladas, que desean integrarse en algo más grande que ellos. Toda la narración gira en torno John Singer, a quienes sus convecinos convierten en un ideal. Su sordera le lleva a establecer singulares relaciones, en las que se convierte en depositario de los valores de cada uno, expuestos en sus acciones más típicas, implícitos. «Hablar con él era como un juego. Solo que aquello era mucho más que un juego. Era como descubrir aspectos nuevos de la música», se puede leer. Deformidades plasmadas al igual que «ojos de mirar lento». Violencia que se cruza con las pistas del enamoramiento. Rutinas marcadas por la necesidad y pequeños destellos en los detalles más triviales. Todo eso se encuentra en sus textos.
«El trabajo y el amor han llenado casi por completo mi vida, a Dios gracias. El trabajo no siempre ha sido fácil; cabe añadir que el amor tampoco», explica Lula, como la llamaba su madre. A los 18 años, la autora se casó con Reeves McCullers, oficial –homosexual ,como descubrirían más adelante– del que se divorciaría en un visto y no visto y con quien conocería el fracaso y los primeros escarceos con el alcoholismo; no hay libro de la sureña que no tenga licores rondando la trama. Él se suicidiaría. Ella se enamoraría de la escritora Annemarie Schwarzenbach que murió en un trágico accidente de bicicleta.
Novelista, cuentista, poeta, dramaturga y ensayista, tras una fiebre reumática que le dejaría medio cuerpo paralizado, un cáncer de mamá y derrames cerebrales, murió el 29 de septiembre de 1967 en el Hospital de Nyack de Nueva York a la edad de 50 años. En su soñada Nueva York, donde se alejaría de los cánones establecidos y viviría, bisexual, creativa, referencial antes de muerta, para sorpresa de la historia. Porque quizá, hasta en eso, Carson McCullers fue precoz y pionera. Una digna hija de Georgia, a la sombra de los Apalaches.
Mucho más que 'Las damas del sur'
Eudora Welty, Katherine Anne Porter, la cara amable, y Flannery O´Connor y Carson McCullers, la cara oscura, conforman el grupo de escritoras denominado reduccionistamente 'Las damas del sur'. Como defendía O´Connor, que publicó 'Sangre sabia' con veinte años, la tendencia a escribir sobre freaks en los escritores del sur provenía de su capacidad para reconocerlos. Antes que todas ellas estuvo Kate Chopin y como coetaneas, la polémica Florence King, las icónicas Harper Lee y Margaret Mitchell o Bonnie Joe Campbell. Sordidez, racismo, pobreza, alcohol, violencia, deformidad y el viento cálido del sur siempre presentes.