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Barbara Kruger. 'Untitled (Worth every penny)', 1987. Cortesía de la artista y Sprüth Magers Foto: Ben Westoby
Arte

No seas imbécil. Una crítica a Barbara Kruger

La capacidad de herramienta política que tuvo esta artista, si alguna vez la tuvo, puede que se haya perdido

Rafael Manrique

Santander

Viernes, 1 de agosto 2025, 07:22

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La crítica ha publicado numerosos artículos alabando la exposición de Barbara Kruger en el Guggenheim de Bilbao. Con razón. Es una muestra imprescindible para cualquier persona atraída por el pensamiento, el activismo político de la izquierda, la fina inteligencia y el diseño. ¿Y para los interesados en el arte? También para ellos, ya que se les supone atentos a todos los aspectos que conforman el espectro intelectual, pero un fantasma conceptual me sobrecoge. ¿Es arte lo que se nos muestra o más bien una clase diferente de producto intelectual?

Abordo este tema sabiendo que me introduzco en un territorio del que difícilmente se sale bien parado. Nadie tiene una definición concluyente de lo que denominamos arte.

En términos tal vez excesivamente generales el arte es capaz de crear nuevas emociones y concepciones acerca del mundo. Eso genera diferentes formas de belleza, aunque la obra realizada en si no se ocupe de lo bello. El arte, es concepto, técnica, materia y también una propuesta ofrecida a un público acerca de algún aspecto de la condición humana.

El arte conceptual, al que pertenece el trabajo de Kruger, se desarrolla a partir de la década de los sesenta del siglo XX y se centra en la exposición de conceptos provocadores de crítica social y política a través de grafismos textuales de diseño atrevido, sencillo, poderoso y reconocible. Su obra desafió lo que habitualmente era considerado como arte. Esta aproximación creadora de la autora no es en sí misma ni buena ni mala. Dependerá de cómo ella la realice.

El poder del lenguaje

Tal vez el origen de este tipo de arte esté en los imaginativos trabajos de Marcel Duchamp a partir de su famoso urinario. En el momento de presentarse, esa pieza no fue considerada obra de arte porque no había en ella ninguna elaboración ni intervención. Se trataba de un vulgar urinario colocado en un contexto artístico: una exposición de arte. Es decir, se mostraba una idea en lugar de escribir sobre ella. Algunos han afirmado que esa obra, como otras de Duchamp, pertenece más al campo de la performance que al del arte. Eso no acude en nuestra ayuda porque la cuestión siguiente será donde ubicar a las performances, dentro o fuera del arte. Estaríamos en el mismo punto.

Un concepto genera emociones y conocimiento, pero no hay un artista sino un pensador provocativo que es quien lo muestra. ¿Es arte? ¿es ingenio? ¿es publicidad? ¿es diseño?

Kruger deseaba tener un impacto político y transformador de las conciencias y pensaba que si su obra era expuesta en un museo ella se convertiría en una artista más encerrada en un contenedor: un museo. Esa pertenencia hacía que su obra fuera considerara un objeto de consumo para diletantes o para la elite de la intelligentsia. Algo totalmente inocuo. Para que sus creaciones llegaran y perturbaran a todo tipo de personas, decidió exhibir sus obras en espacios públicos como jardines y calles, fuera de las instituciones y academias. Letreros como 'No seas imbécil' o frases como 'Tu cuerpo es un campo de batalla, fueron influyentes. Tal vez la primera vez que eso se materializó obtuvo el impacto que ella deseaba, para convertirse después en una especie de performance, algo teatral, una pieza de consumo quizá más divertida. Sabemos que el capitalismo neoliberal es capaz de absorber y apropiarse de todo.

Es cierto que la obra de Kruger muestra el poder que el lenguaje posee y el atractivo de los juegos poéticos o políticos que permite. Eso es algo que muchas personas han captado. El museo de Bilbao está inundado por gente muy joven, un público inusual en este tipo de exposiciones. No solo acuden, sino que además de pasear entre las obras, las leen con atención. Aunque la obra de Kruger se mostrara solo en instituciones o lugares capaces de apoyar el pensamiento crítico, difícilmente será un tipo de trabajo artístico incorporable fácilmente en el pensamiento subversivo de cada persona.

El Guggenheim muestra una retrospectiva de la creadora que durante décadas ha seducido al público

Lo que expreso de las obras puede referirse también al montaje. El recorrido entre las pinturas se realiza andando sobre unos textos interesantes y profundos de autores como James Baldwin, Allan Poe, Virginia Woolf, Roland Barthes, Carlos Fuentes y Frank Kafka, al que pertenece el que, según mi criterio, resulta de mayor impacto: El sentido de la vida es que no se detiene. Breve, profundo y desasosegante. Caminando encima de ellos me pareció que apenas se tenían en cuenta y solo desencadenaban una pequeña sonrisa.

Curiosamente algunos de los trabajos que presenta no son suyos y, al tiempo sí lo son. Sus obras, con una tipografía y color muy personal y reconocible, fueron copiadas por numerosas personas y empresas de comunicación. Kruger en lugar de demandarlos las copió a su vez. La reapropiación que ella realizó fue ingeniosa pero no creo que eso impidiera su conversión en frases de consumo, diversión y publicidad.

Los mensajes de Jenny Holzer

Vecinos de la exposición de Kruger están los letreros luminosos en movimiento de Jenny Holzer. Sus mensajes cortos y con apariencia dadaísta o anodina impactan no tanto por su contenido como por el llamativo sistema de exposición. Sus columnas de letreros luminosos en movimiento son inolvidables. Como lo es su tamaño que, al menos en este caso, tiene importancia. Desde luego exigen un menor compromiso político que los de Kruger pero ambos se encuentran ya momificados en la salas del museo y, por tanto, desactivados como medio de concienciación y transformación política.

Que la obra de Kruger, y el conjunto del arte conceptual, sea menos crítica de lo que parece, pero sumamente inteligente, lo muestra un sencillo experimento mental. Si no fuera por el texto, los óleos o carteles de Kruger carecerían de interés. Es el texto el que anima a leerlo e interesarse por ello. Hoy en día, en formato de libro impreso, esa potencia sería insignificante.

El arte conceptual y las performances cambiaron el concepto de lo que era arte. Y nos dejaron un tanto desnudos. Actividades consideradas no artísticas hoy son admitidas dentro del arte. ¿Hasta dónde? ¿Es arte lo que los comisarios, críticos o artistas definen como tal? No lo creo. Todas esas dignas instituciones y profesiones no están exentas de la estupidez o la soberbia. Dice un crítico que los eslóganes de Kruger noquean. Este que se dirige ahora a ustedes no ha visto a nadie noqueado en la exposición, ni la presencia de revueltas sociales apoyadas en los eslóganes mostrados en gran tamaño. Sin embargo, algunos de sus textos han sido incorporados a los documentos de la izquierda o el feminismo. Otro ejemplo. Una de estas frases, creada o no para esta muestra, afirma: nuestra gente es mejor que la vuestra. Eso está escrito en un museo situado en una formación social en la que un número importante de sus ciudadanos sostenía esa idea, incluso a sangre y fuego. Tampoco los he visto noqueados.

Kruger convierte sus textos en arte conceptual. Su capacidad de herramienta política, si alguna vez la tuvo, puede que se ha perdido. Queda una preciosa e inocua exposición de arte conceptual. Les decía: el sistema neoliberal absorbe y neutraliza todo.

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