Incontrolables sátiros
La curiosidad, el curioseo, es justo lo opuesto a la sabiduría. El deseo de saber no se acaba nunca y la curiosidad se consume en un instante
Esta pasada semana ha llegado a la plazuela una guía de, como mínimo, cinco grandes lupanares madrileños, cuatro de chicas y uno de chicos en San Bernardo. Hace muchos años yo visité el de San Bernardo un par de veces y me pareció, en conjunto, cutre. Yo mismo me sentí cutre en aquella ocasión, no tanto por haberme consentido el fornicio, como por la curiosidad. La curiosidad, el curioseo, es justo lo opuesto a la sabiduría. El deseo de saber no se acaba nunca y la curiosidad se consume en un instante. Sentimos curiosidad por ver o hacer cosas que no vemos o hacemos nunca o, mejor dicho, casi nunca. Y la curiosidad está impulsada, en el fondo, por un deseo tembleque de alcanzar la sabiduría, mientras que visitar un prostíbulo está en el fondo motivado por la lujuria pura y simple. La lujuria se parece a la gula. Hay que recordar que Oscar Wilde, en sus tiempos más lujuriosos, almorzaba y cenaba glotonamente en los mejores restaurantes de Londres. En su tratado 'Pequeño tratado de los grandes vicios', José Antonio Marina se pregunta si es un vicio trivializado. Cita: «El sexo es 'the last green corner' de nuestra vida. ¿A cuento de qué moralizarlo? ¿No es eso una reliquia de un mundo represivo? El siglo XX ha sido testigo de la gran liberación sexual. El sexo es una actividad lúdica, no comprometida y alegre, no seria, todo tipo de moral sexual resulta injustificable, patógena, o todo a la vez. Varias generaciones han aceptado que todos sus problemas con la sexualidad derivaban de la represión a que había estado sometida».
Los políticos ya no son incontrolables tecnócratas, sino en gran medida incontrolables sátiros
Una de las afirmaciones que han recorrido la prensa de estos días es que no hay ilegitimidad ninguna en la constitución de prostibularios o en el intercambio de favores sexuales por dinero. En ambos casos son transacciones comerciales. Desde un punto de vista estrictamente comercial, ¿qué diferencia hay entre ir a un prostíbulo o ir al cine de las cuatro de la tarde para aliviar el tedio de un fin de semana? Dice Marina que «es muy significativo que en el Código Penal español los tradicionales delitos contra la honestidad hayan sido sustituidos por los delitos contra la libertad sexual a partir de 1978 [...] La sexualidad ha recuperado su inocencia paradisiaca, una jovialidad intrascendente, sin miedo y sin inquina. En alemán los hijos nacidos fuera del matrimonio se llaman 'Spielkind', hijos del juego». Michael Foucault estudió la importancia que ha tenido el control sobre las pasiones sexuales a lo largo de la historia, lo que las hacía peligrosas era su poder.
Lo que ahora hemos leído sobre la lujuria y la glotonería, junto con lo que hayan leído sobre la lujuria y la glotonería del poder, dando nombres y apellidos de los hombres empoderados políticamente, nos ha escandalizado a todos mucho. Cuando Bill Clinton mantuvo una mamada con una becaria y fue descubierto no fue penalizado, siguió de presidente, y al cabo de unos años declaró que lo que hizo con la becaria lo había hecho «porque podía». Tenía el poder de hacérsela chupar. También supongo que tenía el poder de comer cordero asado a diario o langosta a la americana o chocolates. Nuestros políticos están empoderados sexualmente, son hombres de media edad, con dinero, posición, todo vale si se es discreto. Lo cutre y discreto. Lo lujurioso o lo glotón también. Son disposiciones peligrosas del ánimo ambas porque tienen un punto inicial, y quizá central, de 'jovialidad', como acaba de decir Marina. Con respecto a la sexualidad liberada, menciona a Lipovetsky: «En 'La felicidad paradójica', Gilles Lipovetsky hace una aguda interpretación de nuestra situación. Hay un eros frenético en el discurso publicitario. La pornografía lo ocupa todo, se impone incluso a los que no la quieren». Esto no obstante, Marina reconoce que «la mayoría de la gente quiere un hedonismo bien temperado».
¿Por qué he dedicado la plazuela a este asunto sirviéndome de un autor interpuesto, José Antonio Marina? Porque encuentro extraordinariamente incontrolable la situación política de nuestros días. Los políticos ya no son incontrolables tecnócratas sino en gran medida incontrolables sátiros. Lo pueden ser y muchos de ellos lo son. La respuesta de Bill Clinton me sorprendió lo mismo. «Disfruté de una mamada de una becaria en el despacho oval porque podía». ¿No es eso el, más perfecto lujo, lujuria elevada a la enésima potencia? Así es.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión