José Cobo Calderón y sus encuentros con gente inolvidable
En 'Mi vida y milagros de otros', el escultor se apea del pedestal de artista y comparte sus experiencias con una gran humildad
El género más egocéntrico, porque no puede ser de otra manera, es por fuerza el memorialístico, aunque en alguna ocasión podemos encontrarnos con un error en Matrix y que de repente una autobiografía se salga de cualquier canon y, en lugar de dedicarse a cantar alabanzas propias, arranque reconociendo que la vida del protagonista «ha fluido determinada por situaciones y encuentros con gente inolvidable». Como todas las vidas, podríamos añadir, pero cuánta generosidad hace falta para reconocer el papel de los demás, de los 'otros', en la trayectoria de cada uno de nosotros. Sobre todo, cuando hablamos de artistas, cuyo talón de Aquiles suele ser precisamente un ego de tamaño desmedido.
Por eso se agradece que esta autobiografía del artista José Cobo Calderón (Santander, 1958) siga a rajatabla el espíritu que promete su título: 'Mi vida y milagros de otros'; porque, como él mismo afirma, «son los otros los que conforman la vida de cada uno».
Aunque será mejor empezar hablando de quien corresponde, el autor y protagonista. Y es que, a pesar de que Cobo tiene un lugar de privilegio en el imaginario colectivo santanderino –¿quién no se ha hecho una foto junto a su pieza más icónica, esos raqueros conservados para siempre en bronce al final (o al principio, según se mire) del Muelle de Calderón; el artista tendrá otras obras, pero solo con esta ya se ha ganado la inmortalidad, porque una parte de la Cantabria Infinita lleva su firma–, pues resulta que en lugar de escultor pudo haber sido escritor. O al menos hacia allí apuntaba cuando a los nueve años escribió un relato a medio camino entre la ciencia ficción, la novela histórica y los thrillers de la guerra fría.
El libro
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Título Mi vida y milagros de otros
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Autor José Cobo
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Editorial Libros del aire, 2024
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Páginas 386
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Precio 35 euros
El asunto, claro, no prosperó porque pronto asomaría la vocación verdadera, la pasión por las formas, pero algo queda. Se percibe en el amor por la palabra precisa y en una prosa clara y elegante, que mantiene el interés sin perder el pulso y que no renuncia al requiebro tierno o al latigazo del humor; por ejemplo, cuando el artista aún niño, mirando el escapulario de la Virgen del Carmen, pregunta a su madre «¿Por qué tiene todavía el precio puesto?». O en los pasajes más románticos, donde rememora cómo conoció a su esposa y una de sus primeras citas que habría de tener lugar en una corrida de toros. A ella, alemana, le costó superar sus reticencias para asistir a «un espectáculo en el que se mataban animales» pero finalmente accedió «para comprender mejor la cultura española».
Así, con la trayectoria del artista como hilo conductor, pero la mirada abierta hacia el mundo que lo rodeaba, estas memorias avanzan con cierto pulso novelesco desde un Santander atrapado en el 'tiempo lento' de la posguerra como si fuera un reloj blando daliniano hacia el excitante Madrid de los setenta, donde mientras estudia con fastidio arquitectura y colecciona calabazas de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando conocerá no solo a grandes artistas sino a lo que quedaba de la bohemia. Aparte de la verdad verdadera del gremio: «Los mejores artistas son siempre tus amigos».
Con el foro dividido entre figurativos retrógrados y abstractos vanguardistas, el joven Cobo, todavía un escultor en ciernes, decide entonces cambiar de aires: en 1981 se instala en Roma, y en 1983 da el salto a Chicago, donde sí lograría el reconocimiento que se le negaba en Madrid: fue admitido y becado en el máster de escultura antes incluso de haberse graduado. Tras pasar por Texas y recalar en Nueva York, Cobo conocería a fondo la cultura norteamericana, hasta el punto de dejar de sentirse extranjero. O no tanto, porque a la manera universal de Ulises, este santanderino, ya conquistado el éxito artístico, emprendería el regreso a su bahía. Pero con todo un océano recorrido y ya capaz de «recontar leyendas como las de su infancia».
Verdad y vida
Concebido como una colección de relatos que alternan el orden cronológico con las reflexiones sobre el proceso creativo y las derivas del arte contemporáneo; algunos de estos textos, dedicados por ejemplo a su tío Fernando Calderón o su primera escultura que realizó para las procesiones de Semana Santa, ya habían aparecido previamente en revistas como 'Leñalmono' o 'Litoral Atlántico'. Además de un prólogo más cariñoso que descriptivo a cargo de Salvador García Castañeda, y un cuadernillo central a todo color en papel couché con dibujos, borradores y fotografías, el volumen se completa con unos someros agradecimientos en los que predominan más los poetas que los artistas, pero ni rastro de la herramienta fundamental en este tipo de artefactos editoriales, los índices onomásticos o temáticos. De manera que, para el clásico 'A ver qué dicen de…', no va a quedar otra que leerse el libro entero. Y mira que daría juego, porque desde el Drink Club o la Galería Sur hasta los imaginistas de Chicago o los pioneros de Fluxus. Pocos autores pueden presumir de un recorrido tan amplio, y sin dejar de hablar nunca de primera mano.
Y es que lo que más agradece el lector es la vida que late en cada página; Cobo consigue transmitir la emoción de cada etapa con veracidad y voracidad, apeándose del pedestal de artista gracias a su mirada desmitificadora y una humildad asombrosa. Algo que le permite analizar fenómenos complejos como el arte contemporáneo o la creación y que los profanos comprendamos a la perfección cada reflexión.
Maravillosa, por cierto, la anécdota/alegoría con la que se abre el libro, esa camiseta avistada en Chicago, mucho antes de que se inventaran las redes sociales, que llevaba estampado «I've seen all, I've done it all but I remember nothing». La vida moderna explicada en trece palabras. Por fortuna, aunque José Cobo lo haya visto y vivido todo, o casi, su memoria es maravillosa y deslumbrante. Y sus memorias, que el lector a buen seguro disfrutará… y no olvidará.
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