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Un lector nacional-falangista
Plazuela de Pombo

Un lector nacional-falangista

Hay un obvio tránsito desde las simplezas de mis once, doce, trece años, a la creciente sofisticación narrativa propia de mis catorce. Pedrito de Andía fue la culminación.

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 16 de mayo 2025, 07:13

De muy joven en Santander yo leía lo que llamábamos los tebeos de El guerrero del antifaz, de Roberto Alcázar y Pedrín y de Carpanta. Esas tres tiras cómicas me duraron mucho tiempo, puede que hasta más allá de los diez años. Era una mezcla muy de la época de épica juvenil, ley y orden y el hambre que siempre tenía quien imaginaba que se comía un pollo asado. Carpanta era el hombre perpetuamente hambriento, con su sombrero de copa. A mí me ha seguido gustando el pollo asado de Carpanta hasta el día de hoy.

Después de eso, ya pasé a los dibujos de Walt Disney, que con ser muy divertidos (el Pato Donald y Mickey Mouse y Pluto) no tenían la calidad hispana de nuestros tres tebeos españoles de la posguerra. El guerrero del antifaz era un guerrero atractivo porque llevaba un antifaz y porque era un luchador solitario, eso se dibujó siempre en mi imaginación. Roberto Alcázar y Pedrín fueron siempre atractivos porque era una pareja de policías, uno mayor y otro joven, con los cuales yo me identificaba, que defendían la ley y el orden. Y mediante Carpanta yo me identificaba con todo lo que era bohemio y tragaldabas y lo que era desastrado en mi propia vida que incluía grandes raciones de pollo asado y de turrón navideño de Jijona si podía pescarlas.

'San Manuel bueno, mártir' me pareció la más genial y expresiva obra de Unamuno

Yo creí en los Reyes Magos por lo menos hasta los siete años y eso quería decir que no creía en Papa Noel porque era una costumbre extranjera. Me gustaban las comidas de Navidad en casa de la abuela Carolina y las meriendas de roscón en casa de tía Rosa y de tío Gabriel, creo recordar. Y en mi propia casa mi madre daba una copiosa merienda de roscón y chocolate en el comedor a mis amistades. Empezaba por ese tiempo otras lecturas. Tía Luz, por ejemplo, me inició en los libros de Richmal Crompton, en la traducción española, lecturas que compartía con Juan Navarro Baldeweg. Estas lecturas eran muy fascinantes: todo el mundo de la cabaña por un lado y de los chiquillos por el otro. En la granja de la abuela con mis primos yo podía tener una semejanza bastante conseguida de lo que representaba Richmal Crompton con sus libros.

La otra lectura que empecé a leer fue Elena Fortún, Madrecita y Celia lo que dice, un libro singular que se llamaba 'Dito corazón de cristal' y que era aristocrático eclesiástico, un poco en la línea futura que sería 'La vida sale al encuentro' ya a los dieciséis o diecisiete, de Martín Vigil, un libro sentimentalón en el fondo, adolescentario. Pero estos, tanto 'Dito' como 'La vida sale al encuentro', fueron libros que a mí me parecieron peliculeros y poco literarios. Para entonces yo había leído 'La vida nueva de Pedrito de Andía', de Rafael Sánchez Mazas, mi gran libro nuevo del momento, en el que estuve enganchado por lo menos dos años seguidos.

A mí me ha seguido gustando el pollo asado de Carpanta hasta el día de hoy

Hay un obvio tránsito desde las simplezas de mis once, doce, trece años, a la creciente sofisticación narrativa propia de mis catorce. Pedrito de Andía fue la culminación de la sofisticación literaria de esa época. También 'La vida sale al encuentro', pero que era un contra Pedrito de Andía: el de Martín Vigil me pareció un libro de Kostkas y Luises, con quienes yo no me llevaba bien. No me llevaba bien con ningún grupo organizado. La gran lectura pública fue 'Embajador en el infierno' de Torcuato Luca de Tena, que nos iba leyendo José María Cagigal en el estudio de las noches. Y el otro libro que nos leía un padre jesuita más joven, y que era muy interesante también, era de Giovanni Guareschi, 'Don Camilo'. Ahí lo que se ve es una trayectoria nacional, falangista, clarísima, interrumpida luego por la lectura de 'El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos' y los primeros tomos de 'El espectador', de Ortega. Eso debió de leerse entre los diecisiete y los veinte.

Tuvieron gran importancia de Unamuno 'La tía Tula', 'Abel Sánchez' y 'San Manuel bueno, mártir', especialmente esta última, que me pareció la más genial y expresiva de todas, y creo yo que las primeras obras, en traducción al castellano, de Graham Greene, sobre todo 'El revés de la trama'. Un texto que yo leía mucho en aquella época era el Misal romano latino-español, regalo de mi madre, y los Salmos del rey David.

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