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Luis Felipe Vivanco. Una conciencia al margen (1)
Plazuela de Pombo

Luis Felipe Vivanco. Una conciencia al margen (1)

Es casi increíble que ese hombre, echando una mano a quien podía, luchando con su silencio y su dignidad, sin premios, sin atenciones especiales, sin dinero, sonriera

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 5 de diciembre 2025, 07:29

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Cabe leer un libro desde dentro del texto y desde fuera del texto. Y de ambos modos se hace al texto justicia, si bien distinta clase de justicia. Por ejemplo, yo mismo ahora leo 'The Bostonians', de Henry James, deliberadamente omitiendo sus afueras, su 'circunstancia' –para decirlo como Ortega– y quedo así a solas con solo datos puros, fraseos, coordinaciones, figuras que imaginariamente transcurren ante mi solitaria conciencia de lector. Desde esta perspectiva un libro es pura reproducción de sí mismo. 'The Bostonians' todo y lo único que hay en 'The Bostonians'. Pero también puede un libro leerse desde sus parecidos o nimbos exteriores, 'circunstancias' –la certera expresión orteguiana es inevitable una vez más que merodearon la textura del texto y que al autor faltaron o sobraron o mataron–.

Cuando yo tenía diecisiete años leí, por primera vez, unas líneas de 'Continuación de la vida', en 'Crítica y meditación' del profesor José Luis López Aranguren. A los diecinueve años leí 'El descampado'. Por aquel entonces un amigo de los Vivanco, Rodrigo Peñalosa, compañero mío del Colegio Mayor, me llevó a Reina Victoria 60 a saludar a don Luis Felipe y María Luisa. Sus hijos eran pequeños todavía. Las dos niñas jugaban aquel día a las casitas, como su padre ha contado tantísimas veces en sus versos. Y María Luisa inventaba una falda que iba a ser un disfraz para una fiesta de las Monjas. Don Luis Felipe nos recibió a Rodrigo Peñalosa y a mí en su despacho, donde había una de esas mesas inclinadas de los delineantes. Yo llevaba un ejemplar de 'El descampado' conmigo y don Luis Felipe me dedicó el libro con la dedicatoria siguiente: «Para el poeta Alvaro Pombo esperando su primer libro, su amigo. Luis Felipe Vivanco. Madrid. Febrero 1959».

Catorce años más tarde le llamé por teléfono y le pregunté si se acordaba de mí. Y se acordaba de mí. Fui a verle. Y me ayudó a publicar mi primer libro. No había ya, en aquella segunda ocasión, mesa de delineante en su despacho. Casi todo lo demás seguía lo mismo. Encima de una pila de libros, muy a la vista, había un ejemplar envejecido, resplandeciente, de 'Las hadas', el libro sobre las hadas que escribió María Luisa. Don Luis Felipe no había envejecido casi. «Estoy trabajando mucho –me dijo–. Me coge usted en muy buena época. Estoy trabajando mucho». Hablamos de poesía. Y de política. Y sonreía. Es casi increíble, viéndole ahí sentado, con su jersey azul marino y su corbata, ahí retirado, escribiendo como siempre, echando una mano a quien podía, luchando con su silencio y su dignidad por la dignidad, la justicia y la grandeza de España, que ese hombre, sin premios, sin atenciones especiales, sin elogios, sin dinero, sonriera. Y que incluso hiciera –con una cierta picardía anticuada– la broma de la estatuita de bronce (una Diana Cazadora, o criatura por el estilo) castamente cubierta de armadura, pero que podía –en eso consistía la broma– desarmarse o desnudarse. La asistenta había, por lo visto, roto el broche que abrochaba la vestidura de la estatua y don Luis Felipe me explicó minuciosamente que por eso ahora se abrochaba la vestidura con un clavo (un clavillo torcido justo para eso).

Es increíble que se pueda ser con esa sencillez quien es, quien era, quien será eternamente Don Luis Felipe Vivanco. Ahora que en España sobran las frases y los gestos, falta su dignidad y su alteza. ¡Don Luis Felipe Vivanco Bergamín, Arquitecto, Maestro, si es que hay Dios, habla Tú por mí, por nosotros, por España, ahora con tu elocuencia eterna!

Lo último que recibí de él fue 'Los caminos': «Para Álvaro Pombo estos largos caminos con un largo abrazo. Luis Felipe. Madrid. Febrero 1975». De ahí he elegido, para recordarle, un par de estrofas del 'Romance de Puerto Chico': «Los marineros, descalzos, / se ayudan unos a otros / y hay chispas de sal alegre / en el color de sus ojos / Las verdes olas prosaicas / de un rudo oficio, un monótono / cansancio de tantos brazos / pacíficamente heroicos. / Mientras los hombres, descalzos, / se ayudan unos a otros».

Y para recordar una cosa que don Luis Felipe repetía siempre: que la imaginación, la poesía «sirve para hacer la realidad más real» he elegido un poema, 'Niño Creciendo', verdaderamente muy fácil de entender y verdaderamente muy difícil de 'ser', o de vivir, ahora: «Mar apacible, salpicado de olitas. / ¿Dónde luchan, furiosos, los monstruos que lo habitan? / Los monstruos son palabras que hay que inventar mañana / para que no se acabe la realidad del mapa. / (Un niño está creciendo / de miradas, de brazos, / de pensamiento). / Valle apacible, salpicado de árboles, / ¿dónde arraigan las viejas raíces sin cansarse? / Valle y mar entrecruzan sus minutos, su espacio / más amplio, sus fatigas, sus caminos más largos... / (Para que crezcas / de horizonte, de ramas / y de leyendas)».

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