La música de los gestos y las formas
Un centenar de obras, alumbradas en los últimos 35 años, componen 'Un viaje paralelo', de Juan Uslé, expuestas en la Torre de Don Borja
La Torre de Don Borja de Santillana del Mar acoge una extensa exposición de Juan Uslé (Santander, 1954) dedicada fundamentalmente a obra sobre papel de pequeño formato, comisariada por su hija, Vicky Uslé, que nos propone un viaje por los cuadernos íntimos, por las notas personales, por unos trabajos realizados a la vez que las obras destinadas a las grandes exposiciones. No son bocetos, sino una forma de pensar haciendo, experimentando, soñando. Son ensayos, apuntes no de lo natural, sino de lo sentimental. En general, acuarelas sobre papel ejecutadas a lo largo de un amplio arco temporal de treinta y cinco años, reservadas, confidenciales, que necesitan una contemplación cercana, silenciosa. Son más de cien obras que ocupan cuatro salas, más una dedicada a un vídeo con aforismos escritos por Juan Uslé.
Es una colección de trabajos reunidos con un solo título, 'Un viaje paralelo', y una sola fecha, pintados entre 1990 y 2025, es decir, presentados como obras con unidad de contenido, con un gran tema que las recorre, obsesivo, recurrente, relajado, creadas a lo largo de un lapso atemporal extenso, que responde a una actividad vital necesaria, pulsante, a un no tiempo que podemos relacionar con ese otro no tiempo que aparece durante la inmersión en la actividad de pintar, cuando el pintor accede a la celda aislada en la que medita por medio de los gestos, de los fluidos que recorren el pincel, en la que el pensamiento es un río colorista, sensual, espacial, multimodal.
Frente a la tendencia actual al espectáculo y a la infantilización, esta obra de Juan Uslé está planteada en un espacio reservado, reflexivo, tal vez abierta a un territorio de contactos íntimos con el receptor, de susurros y caricias visuales. Un territorio construido a partir de los lugares profundos de la infancia, aquellos en los que hemos invertido un enorme esfuerzo para levantar la realidad tal como la conocemos y al que es necesario regresar si queremos trabajar sobre las imágenes deslumbrantes que han sido veladas por el discurso lógico-verbal impositivo, dominante.
No son bocetos, sino una forma de pensar haciendo, experimentando, soñando
El marco es el de la aventura de la imaginación durante la infancia, el viaje constante entre el sueño y la vigilia, la intensidad de la emoción cuando sentimos los destellos singulares de lo real, los bellísimos instantes que tienen la fuerza de grabarse, de quedar detenidos en nuestro espacio imaginario íntimo. El misterio que está más allá del horizonte, que se insinúa en el viaje como aventura de conocimiento.
Vemos la pintura como suceso desnudo, transparente, la carga del pincel, el peso del agua, cómo cada trazo sucesivo dejado por el pincel se va vaciando de líquido, los casos en los que el papel ha sido girado para que la gravedad cree otro degradado, la huella del pincel plano que ha cogido en cada parte, en cada fibra, distintos colores, las veladuras que marcan la composición, los retoques puntuales posteriores, la pincelada mínima, la levedad del agua, la aparición del temblor de la mano, del pulso del sentimiento, la seriación del gesto, la adoración del azar, del incidente minúsculo, los reflejos, simetrías, luces, olas, ondas.
Ver horizontes
Son obras, a veces, con escuetas sugerencias volumétricas, con delicados esquemas constructivos, algunas con un perfil de paisaje insinuado en la lejanía, otras incluso con una sugerencia paisajística en el interior de cada pincelada. Obras que hablan de la mirada dirigida a la naturaleza desde un marco abstracto, de la abstracción dentro de lo natural, de la continuidad, del camino de ida y vuelta indiferenciado que nos permite ver horizontes, amaneceres, luces, la línea de un bosque de árboles frondosos en el rascador deteriorado de una caja de cerillas, o las franjas de un cuadro abstracto ante el paisaje que forma el cielo, el mar y los pinos. Esta mirada está también vinculada a la infancia, con la época de la inocencia frente a las formas que todavía no tienen nombre.
Son pequeños dibujos que tienen algo de placas de cultivo, de vivero, de huerta recogida en la que se han colocado las semillas para que germinen y den frutos nuevos, de dilatados procesos de crecimiento que parecen evolucionar al ritmo lento de las mutaciones genéticas, inscritas en un no tiempo vegetal o geológico, experimental, relacionado con la intensa soledad del estudio y con el refugio, la intimidad que se abre en la página del cuaderno de viaje. Son obras que viven y se enredan en la capacidad para la seriación, el ritmo, una cualidad profunda, esencial del pensamiento humano que es capaz de interpretar el continuo indiferenciado sensorial ordenándolo en elementos discretos, en series de identificaciones y alternancias, en música de las formas.
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