Las paces y las bodas
La hegemonía castellana sobre el territorio de la actual Cantabria a finales del siglo XII fue precedida por un gran pulso entre el expansionismo leonés y el navarro-aragonés
Yendo hacia el sur desde Cantabria por la A-67, tomamos la salida a Frómista y cruzamos la localidad para enfilar la solitaria P-430 hasta Támara de Campos, 74 habitantes hoy, 637 en 1900. Ahí se acordó a principios del siglo XII, entre leoneses y navarro-aragoneses, un pacto que impidió una coordinación total de reinos hasta tres siglos después, con los Reyes Católicos.
Desde el año 1000 hasta 1140 existió la incitante cuestión de si se podría formar en Hispania un gran reino cristiano septentrional desde el Atlántico hasta el Mediterráneo, espejo boreal de lo que había sido el agresivo califato de Córdoba con Almanzor –este muere en 1002, tras haber ofendido la memoria mágica de San Millán, el taumaturgo del siglo VI que profetizó la destrucción de Cantabria–. Los polos unificadores residían en el reino leonés, legatario del impulso reconquistador cantábrico, y en el reino de Pamplona-Nájera, que, habiendo arrebatado alta Rioja a los musulmanes, e influyendo sobre los condados pirenaicos orientales, aspiraba a ejercer dicho mandato transversal.
El territorio de la actual Cantabria quedó atrapado en ese pulso entre dinastías, que apelaban por igual a su legitimidad como descendientes del dux visigótico Pedro de Cantabria. Quienes tuvieron más éxito en hacerse 'cántabros' con esa narración neogoticista fueron los navarros. Sancho III el Mayor, rey suyo desde 1004, consigue controlar Castilla y fijar la frontera con León en el Pisuerga, frontera que se proyectaba al norte entre Trasmiera y Asturias de Santillana.
Había contradicción total entre este afán unificador y el modelo testamentario de reparto entre los hijos. Sancho III, en las crónicas 'rex cantabriensium', distribuyó sus dominios, pero los herederos no se conformaron y Fernando I, a quien había correspondido el condado castellano, se hace rey de León por armas y por matrimonio, y recobra para Castilla, guerreando contra su hermano García III de Pamplona, comarcas que habían pasado a manos navarras, Trasmiera entre ellas.
Pero el testamento fernandino de 1063 dividirá otra vez: crea como reinos Castilla para el primogénito Sancho y Galicia para García; León se asigna a Alfonso (VI). Primero Sancho y Alfonso despojan a García y después Sancho acomete a Alfonso, pero en Zamora Vellido Dolfos asesina al rey castellano, lo que despeja el predominio del rey leonés. La época de Alfonso VI es crucial, pues conquista Toledo. Los andalusíes reaccionaron pidiendo ayuda a los almorávides, que colocan a los leoneses a la defensiva. Estos también recibían auxilio exterior; parte vino de Borgoña, con nobles como Raimundo, que casó con Urraca, hija de Alfonso VI. De la pareja nació Alfonso Raimúndez, pero, al fallecer el borgoñón, todo se complicó. Urraca contrajo segundas nupcias en 1109 (su padre murió ese mismo año) con el rey navarro-aragonés Alfonso I el Batallador. Por fin la ansiada unificación del norte. Se decía de los cónyuges: «Adefonsus Imperator de Leone et rex totius Hispanie» y «totius Hispanie Imperatrix».
Rodrigo González de Lara acumuló amplio poder sobre la mayor parte de la región cántabra durante el reinado de Urraca, hija de Alfonso VI de León, pero lo perdió ante Alfonso VII el Emperador
Sin embargo, esto produjo una guerra civil en León. Raimúndez y sus partidarios retan al Batallador. El Papa anulará el matrimonio en 1112 y el Batallador repudia a la reina en 1114. Hasta 1126, fallecimiento de Urraca, impera el caos; después se avecina una lucha determinante entre ambos Alfonsos, padrastro e hijastro. Mas la amenaza almorávide y la debilidad del leonés frente a sus magnates imponen la diplomacia: en Támara se hacen las paces y se reconoce de nuevo la frontera de Sancho III, aunque luego habrá mil infracciones de detalle. La expansión significativa del Batallador fue Ebro abajo: Zaragoza, Calatayud, Tudela, Tarazona y Daroca. Sus últimos años muestran obsesión marítima: asedio a Bayona tras osada marcha por el suroeste de Francia, y planes de conquistar Tortosa. Pero su ascendiente sobre Castilla despareció con el infortunio de los condes Pedro y Rodrigo González de Lara.
Alfonso VII tuvo pésima relación con Pedro (había sido amante de su madre, Urraca, con dos hijos ilegítimos) y Rodrigo. Estos hermanos habían acaparado muchísimo poder al apoyar a Urraca en tiempos difíciles. Narra la 'Crónica del emperador Alfonso': «los cónsules castellanos Pedro de Lara y su hermano Rodrigo González, que vivían en el territorio que llaman Asturias de Santillana, (…) viendo las fuerzas del rey aumentar día a día, cobraron gran temor y, a regañadientes, se presentaron al rey para capitular y, con ánimo fingido – porque preferían al rey de Aragón – hicieron la paz con él».
Sublevado de nuevo, Pedro requiere el respaldo del Batallador, pero acaba a su lado en el exilio, y muere en el citado sitio de Bayona. En cuanto a Rodrigo, había casado con Sancha, hija de Alfonso VI. El matrimonio fue benefactor de Santa María de Piasca: le cedieron el monasterio de San Mamés de Polaciones. Cuando su sobrino marchaba contra él, Rodrigo salió al Pisuerga a parlamentar. Encarcelado y privado de sus tenencias, Alfonso le dio segunda oportunidad como gobernante de Toledo, pero terminarán mal.
Rodrigo había señoreado sobre Asturias de Santillana, Trasmiera, Liébana, Aguilar de Campoo y otras tierras. Dominó casi todo lo que hoy es la región cántabra, pero fugazmente. La derrota de Pedro y Rodrigo cortó el brazo navarro-aragonés dentro de Castilla. Alfonso VII, con tres abuelos borgoñones, se confirmó en Támara 'emperador' hispano, pero en realidad evitó que se formase tal imperio.
El testamento de Alfonso VII en 1152 separa Castilla de León y fija en el Deva, no ya el Miera, la frontera leonesa-castellana. Esta Castilla de su hijo Alfonso VIII, que llega por el sur a Toledo y estará en tensión con Navarra, a quien arrebata la zona vasca y riojana, otorgará al espacio cántabro tanto una homogeneidad eclesiástica desde Burgos, como una función comercial-militar con los fueros a las villas litorales, ante un Atlántico ahora vital, por el matrimonio del rey con Leonor Plantagenet.
Alfonso VII también influyó neutralizando Navarra. Al año siguiente de Támara, él mismo casaba en Saldaña (primera corrida de toros documentada) con Berenguela Berenguer, hija del conde de Barcelona y nueva 'emperatriz'. Pero este sándwich leonés-catalán no prosperó. Fallecido en 1134 el Batallador, le sucedía su hermano Ramiro como solución a un testamento alocado (legaba sus dominios «a Dios», es decir, a las órdenes militares), que sublevó a la nobleza navarra (designaron rey a García Ramírez). Ramiro tuvo una hija, Petronila. Y aunque Alfonso VII intentó casarla con su primogénito Sancho, Ramiro decidió en 1137 desposarla con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV; en la espera a la edad núbil, aún fue posible que el barcelonés casara con Blanca Garcés, hija del rey navarro. Pero Blanca finalmente contrae nupcias con Sancho, pues el emperador leonés se arrepintió del pacto previo con Berenguer para repartirse Navarra y se reconcilió con García Ramírez. Mejor una Navarra-colchón que un Aragón musculoso que reeditara los sueños 'cántabros' de Sancho III sobre Castilla.
Rodrigo González de Lara marchó a las cruzadas e hizo construir un castillo cerca de Ascalón. El final de su vida resultó novelesco, en Barcelona, Navarra y la Valencia mora. Contrajo lepra y volvió a Tierra Santa, donde falleció. Se dice que sus huesos terminaron en Piasca. Fue precursor espectral de una agrupación montañesa que se iría articulando, no desde León o Pamplona, sino Burgos.
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