El paréntesis poblacional
La evolución demográfica de Santander en los siglos XVI a XVIII atestigua un empantanamiento crítico que demoró el proceso de formación de una conciencia de comunidad territorial
Los lectores del artículo precedente (29 de agosto) sobre el devastador impacto de las sucesivas epidemias de peste sobre la población de Santander durante el siglo XVI han podido quedarse con esta pregunta: ¿y qué pasó después, en el XVII? Recordemos las cifras en grueso: si en 1500 había unos 3.000 santanderinos, cien años después solo quedaban 600, por fallecimientos o huidas del drama sanitario. El Santander de la época de Don Quijote era un puerto atribulado por microbios y depauperado por el desplome demográfico. Esta fragilidad existencial de una villa convocada a ser catalizador principal del territorio septentrional de la antigua Cantabria fue una causa eminente del retraso en dicha coordinación, pues no existían ni en otros puertos ni en las demarcaciones rurales pegamentos alternativos.
Los doce años transcurridos desde el fallecimiento de Joaquín González Echegaray (1930-2013) no son tantos como para olvidar sus contribuciones al estudio de Cantabria, pero posiblemente bastantes personas ya lo tengan fuera del radar de su memoria o de su atención. Entre sus trabajos, que destacaron por el rigor filológico y arqueológico, hay alguno singular por haberse dedicado a confeccionar tablas numéricas y curvas representativas, en un alarde de lo que entonces (1975) se llamaba 'historia cuantitativa' y estaba muy de moda. Aquella investigación de hace cinco décadas trató de esclarecer qué había ocurrido con la demografía de Santander en el siglo del Barroco, y por qué. Al meditar sobre sus conclusiones, rendimos homenaje a su papel y al de otro paladín de la erudición regional, que falleció ese mismo año: Tomás Maza Solano.
Echegaray reconstruyó la evolución de la población en el casco urbano y en los lugares periféricos (Peñacastillo, Cueto, Monte y San Román). La concepción de lo sucedido se perfila nítidamente: tras la escabechina provocada por la peste del barco 'Rodamundo' a finales del XVI, en el siglo siguiente la población se recupera con cierto vigor hasta el entorno de 1665. A partir de ahí, Santander entra en otra época de decadencia vital que se prolonga hasta el tramo final de la Guerra de Sucesión, en las primeras décadas del siglo XVIII. Solo hacia 1750 se aprecia ya un salto claro de crecimiento tanto en el casco urbano (al volver a 4.000, como en la época de los Reyes Católicos), como en los lugares, que se sitúan en unos 500 habitantes cada uno, con Cueto tomando leve delantera. Otros autores, como Casado Soto o Martínez Vara, estimaron que hacia 1700 la población santanderina sumaba unos 2.200 habitantes, poco menos que antes de la peste del 'Rodamundo'. Estos cien años de estancamiento demográfico produjeron también un marasmo económico, como se refleja en los múltiples problemas tributarios, que el profesor Maíso González desgranó prolijamente con motivo de la publicación de los libros de acuerdos municipales del siglo XVII. Echegaray encontró difícil justificar esta oscilación poblacional, cuya parte cadente coincide con el reinado de Carlos II. En esa época se intentó atraer a vecinos extranjeros, por ejemplo comerciantes holandeses. Hacia el final de la centuria, las quejas por el despoblamiento son generales.
El Santander de los Austrias fue una bonita promesa y un recurrente sufrimiento
En abril 1659 se produjo uno de los episodios más singulares de la historia de Cantabria: llegó al puerto santanderino la Flota de Tierra Firme, que venía de La Habana trayendo, entre otras cosas, la plata del Perú y otros valiosos productos tropicales. No había podido arribar de primeras a su típico destino en Cádiz y había llegado a Cantabria con quince galeones y diez mercantes.
La insólita visita tensionó una economía ya precaria. Hubo que dar órdenes para evitar inflación de precios de suministros básicos (por la afluencia de muchas personas con poderío adquisitivo), y poner excusas cuando las autoridades regias solicitaron dinero local para mejorar desvencijadas fortificaciones. La villa estaba muy endeudada ya, y atender a la flota impedía los trabajos de pesquería y reducía el ingreso familiar. Se ofreció una cantidad modesta, más la aportación de trabajo físico sin distinción de sexo ni edad. Santander no tenía fondos ni para sufragar los gastos del delegado que gestionaba la consecución de una diócesis. Era una población muy vulnerable incluso después de décadas de recuperación demográfica.
Adicionalmente, la política de estabilización de la moneda (el real de vellón) en 1680-1686 tuvo un impacto deflacionario sobre los precios, con espiral negativa, a corto plazo, para la actividad, el empleo y los ingresos públicos. En una publicación del Banco de España en 2008, Cecilia Font explica cómo la estabilización (necesaria para afrontar un caos creciente y la masiva invasión de moneda falsa) causó en Castilla, en lo inmediato, una penuria general, tanto del comercio como de las haciendas particulares, por la súbita defunción de la liquidez (la gente se guardó la plata y los reales no falsificados, por lo que no era posible acuñar los nuevos reales de cobre, que habían de valer un 25% de la antigua denominación). Los proveedores cortaron el suministro a Palacio; los mozos de caballerizas reales abandonaron el trabajo por impago de sus salarios. Y aunque a partir de 1686 se logró, con auto enmiendas normativas, más confianza de los españoles en el dinero circulante, podemos colegir que este sexenio de crisis 'tecnócrata' de liquidez torpedeó la ya anteriormente difícil convalecencia de una villa para la que el comercio de Castilla era como el respirar.
El reinado de Felipe IV, pues, tuvo que despertar algunas esperanzas durante la fase alcista de la vitalidad santanderina; en cambio, el de Carlos II y la posterior guerra sucesoria hubieron de deprimir bastante a nuestros antepasados. Si hubiéramos de representar la energía de la villa en dos curvas seculares, las del XVI y el XVII serían parecidas: ascenso durante unos 65 años desde una posición baja, y caída pronunciada durante los posteriores 35. Si en el primer caso la peste es causa predominante de la inflexión, en el segundo hay factores de gobernanza. En conjunto, la demografía muestra un paréntesis de 250 años (1500-1750), de lentísimo y trompicado desarrollo de las potencialidades esbozadas en el Renacimiento. El Santander de los Austrias fue una bonita promesa y un recurrente sufrimiento. Su demora sería la de Cantabria entera.
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