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«Y cuando estaba charlando con unos amigos, sin acordarse ya de su dolor, de pronto, una palabra le demudaba el rostro, como le pasa a un herido cuando una persona torpe le toca sin precaución el miembro dolorido». Las palabras de Marcel Proust en 'Por el camino de Swan', en traducción del poeta Pedro Salinas, son un ejemplo de ese flujo lírico y delicado, del tacto y la hondura de su poética intransferible. Entre la vida y la literatura como un filtro necesario, aliento y asidero, las artes asoman con intenso protagonismo. El autor de 'Los placeres y los días' escribe: «Solo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos. (...) Gracias al arte, en vez de ver un único mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse, contamos con tantos mundos a nuestra disposición como artistas originales hay, y son más diferentes unos de otros que los mundos que rodean por el infinito y que muchos siglos después que se haya apagado la lumbre de que brotaban, ora se llamase Rembrandt, ora Vermeer nos envían su particular rayo de luz».
Esta pasional definición forma parte de su creación más deslumbrante e influyente: 'En busca del tiempo perdido'. Esta primavera una exposición del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza refleja con profusión ese cordón umbilical a través de un conjunto de grandes obras que trazan la interrelación entre el arte y la figura del novelista, su vida y su trabajo. Las ideas estéticas que Proust (Auteuil, 1871-París, 1922), aborda en su obra, los ambientes artísticos, monumentales y paisajísticos que le rodearon y que recrea en sus libros, así como los artistas contemporáneos o del pasado que le sirvieron de estímulo, son algunos de los aspectos que articulan el recorrido de la muestra. Una cita diferente en plena celebración del Día Internacional de los Museos.
Para entender a Proust es importante conocer el París en el que vivió, es decir, la cosmopolita y rica capital de la Tercera República, su gran transformación tras las reformas urbanísticas del barón Haussmann, según reza la identidad de la exposición. Proust era un apasionado no solo de las artes, sino de esa modernidad tan en auge a fines del XIX. La imagen de lo moderno que crearon los pintores impresionistas a través de su representación de las calles y otros ambientes de París está en la base de la estética proustiana: «Todo ello marcaría su biografía y también sus escritos».
La exposición se articula en torno a nueve salas y otras tantas secciones temáticas que canalizan la posibilidad de adentrarse en el universo del narrador: «Sus libros míticos, el París de la época, el personaje de la novela Charles Swann, la familia aristocrática de los Guermantes, la ciudad de Venecia, la influencia del escritor y crítico de arte británico John Ruskin, la llegada de la modernidad y la Primera Guerra Mundial, la población de Balbec y el personaje del pintor Elstir y el último tomo de la novela 'El tiempo recobrado'».
'En busca del tiempo perdido' contiene un desfile de paisajes, del arte y artistas en donde los pintores impresionistas se ubican en la «base de la estética proustiana». Sobresalen también maestros barrocos como Rembrandt y tiene un lugar especial el pintor Johannes Vermeer.
Su primera obra publicada, 'Los placeres y los días' (1896), se presenta en la primera sala de la exposición, mostrando su temprano gusto por las artes, la música, el teatro y, especialmente, la pintura y sus frecuentes visitas al Louvre. Ese interés continúa en su obra cumbre publicada en siete tomos entre 1913 y 1927. El exdirector del Prado y curador de 'Proust en las artes', Fernando Checa subraya que «las relaciones y comentarios del narrador con los personajes y artistas de la obra van permitiendo apreciar su concepción del arte y los prototipos de los artistas». El Bois de Boulogne y los palacios de la aristocracia del Faubourg Saint- Germain, o las playas y costas del norte de Francia, son algunos de los escenarios en los que se desarrolla la novela y que reflejaron en sus cuadros pintores como Édouard Manet, Camille Pissarro, Pierre Auguste Renoir, Claude Monet, Eugène Boudin o Raoul Dufy. Por otro lado, la importancia del teatro en la obra de Proust tiene su reflejo en la impresionante pintura de Georges Clairin, procedente del museo del Petit Palais de París, representando a la actriz Sarah Bernhardt, en la que se basó, entre otras, para crear el personaje de la Berma.
La muestra hace también hincapié en uno de los temas más sobresalientes en la obra de Proust, el de la creación y consolidación en las últimas décadas del XIX de una nueva y moderna disciplina, la Historia del Arte; en su fascinación por una ciudad como Venecia, a la que viajó dos veces; en su interés por las catedrales y la arquitectura gótica y en la no tan conocida «conexión española» del escritor, a través de las figuras de Mariano Fortuny y Madrazo y Raimundo de Madrazo.
Además de pinturas de Rembrandt, Johannes Vermeer, Anton van Dyck, Jean-Antoine Watteau, Joseph M. W. Turner, Henri Fantin-Latour, James McNeill Whistler, Édouard Manet, Claude Monet o Pierre-Auguste Renoir, entre otros, una escultura de Émile Antoine Bourdelle, la exposición incluye una selección de libros de Proust procedentes de la Bibliothèque nationale de France y de la Biblioteca del Ateneo de Madrid, y otros préstamos del Louvre, el Museo d'Orsay y el Carnavalet de París, la Mauritshuis de La Haya, el Rijksmuseum de Ámsterdam, el Städel Museum de Fráncfort y la National Gallery de Washington.
La muestra, con 136 obras se abre con una fotografía de Marcel Proust a los 15 años, realizada por Paul Nadar en 1887, más el único retrato pictórico que se conserva del autor, pintado por Jacques Émile Blanche en 1892, cuando tenía 21 años. El escenario fundamental es lógicamente París, donde Proust nació y vivió toda su vida, reflejado en las grandes transformaciones urbanísticas, los bulevares, las avenidas, los parques y jardines. Frente a la figura de Swann, Proust desarrolla el mundo de Guermantes, protagonizado por la elegante duquesa Oriane de Guermantes y el hermano de su marido, el barón de Charlus, aristócrata, poeta y homosexual, interesados ambos por la moda, las fiestas, los amores, la política y la guerra, así como por la pintura, la música y la literatura.
La figura de Alfred Agostinelli es el modelo de Albertine, un personaje fundamental en dos tomos de su novela cumbre en los que Proust plantea una larga digresión sobre los celos, las sospechas de infidelidad y el olvido, entre otros muchos temas. Fallecido en un accidente de aviación en 1914, Agostinelli también es clave para evocar el interés de Proust por aspectos de la modernidad.
En datos Título: 'Proust y las artes'. Organizado por: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Préstamos de la Bibliothèque nationale de France. Madrid, hasta el próximo 8 de junio.
Nombres Comisario: Fernando Checa. Comisaria técnica: Dolores Delgado, conservadora de Pintura Antigua del Thyssen. Número de obras: 136. Catálogo con textos de Checa, Jean-Yves Tadié, Thierry Laget, Mauro Armiño y Francisco Pérez de los Cobos Orihuel.
Balbec, otro de los enclaves fundamentales en el desarrollo de la novela, es un lugar ficticio de la costa normanda en el que Proust recoge el espíritu, las gentes, los paisajes y el ambiente de localidades del norte de Francia. Esta zona fue muy importante para Proust a lo largo de su vida, al igual que para los pintores impresionistas.
Elstir, por su parte, es un personaje en el que el autor resume su interés por la pintura. Los modelos en los que se inspira para crearlo son muchos, pero los principales son Whistler, Moreau, Helleu y, sobre todo, Monet, sin olvidar a Turner. Al final de los siete tomos de la novela, los mundos de Swann y de Guermantes confluyen. El narrador es ya consciente de que su obligación para recuperar el 'tiempo perdido' «no es otra que describir el origen y el desarrollo de su vida personal e intelectual en una gran novela, precisamente la que el lector está a punto de terminar». En el tomo, 'El tiempo recobrado', Proust pone de manifiesto lo implacable y destructor que es el paso del tiempo. La exposición recoge esta idea y finaliza con dos autorretratos de Rembrandt y otras tantas imágenes de Proust en su lecho de muerte en 1922.
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Óscar Beltrán de Otálora, Gonzalo de las Heras e Isabel Toledo
Daniel Martínez | Santander
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