
Rafaela Ybarra (1)
La 'tiíta' intuyó que entre las criadas y las putas, los ladrones y los negociantes, los hijos ilegítimos y los legítimos, había una filiación natural
Rafaela María de Ybarra y Arámbarri nació y falleció en Bilbao (1843-1900). Casó con José de Vilallonga, que fue presidente de Altos Hornos. Desde su posición acomodada, y en plena industrialización, fue especialmente sensible con los más necesitados, en particular con la juventud femenina. Promovió hogares para niñas y jóvenes e impulsó entidades para la protección y el trabajo de la mujer. En 1894 fundó la Congregación de los Santos Ángeles Custodios, cuyo primer colegio se inauguró en 1899.
¿Es Rafaela Ybarra de Vilallonga santa? ¿Era santa la tía Rafaela, «la tiíta», como solían llamarla en la familia de mi padre? Aunque yo sabía que iba a ser beatificada a finales de septiembre de 1984, recuerdo que la noticia de su beatificación del lunes 1 de octubre me cogió de sorpresa. Sin querer lo había tomado a la ligera. Como si me hubiera dicho por teléfono que ya teníamos un ministro en la familia o un ganador del festival de Eurovisión o la dama más elegante de España. La impersonal brevedad de la reseña periodística que ahora hemos recuperado me ha hecho pensar de nuevo en serio sobre Rafaela Ybarra.
¿Qué es, en realidad, un santo? Decía la noticia que «el tiempo deslució la ceremonia, con una mañana gris de lluvia pegajosa que obligó a muchos fieles a abandonar la plaza de San Pedro». Me alegro que lloviera; así el Vaticano se parecería a Bilbao. Y dice la noticia que Juan Pablo II recordó que Rafaela Ybarra «desde su acomodada posición supo mirar con sensibilidad humana y cristiana la sociedad de su tiempo». Una posición acomodada significaba en el Bilbao de la segunda mitad del siglo XIX, entre otras cosas, grandes y lujosas casas atendidas por una multitud de criados y criadas. Es el mundo, casi desaparecido ya, del servicio doméstico.
Un mundo cuya complejidad —y, si se quiere, terribilidad— está muy lejos de recoger 'Las criadas', de Genet. Era el mundo menor, un poco agobiante, de las mujeres y de los niños —que se criaban con los criados, con las añas— del que salían a los negocios los hombres. Era el momento de la mitificación burguesa de la masculinidad como exterioridad, logro y negocio. Las mujeres eran los seres —casi enseres— bellos que se quedaban en casa con las criadas y los niños. El «domiseda lanifica» («se ha quedado en casa y ha hilado») que Ortega y Gasset cuenta haber visto inscrito en el sepulcro de una mujer romana, recoge el ideal de virtud femenina de este tiempo. Una vida laboriosa, en casa, consagrada a la maternidad más esforzada («tener los hijos que Dios mande»); siete hijos, en el caso de Rafaela Ybarra, más cinco de su difunta hermana, más seis de otra parienta fallecida. Dieciocho criaturas, en total. De ahí le viene el apelativo de «tiíta» universal de su familia.
Era el momento de la mitificación burguesa de la masculinidad como exterioridad, logro y negocio
Con esa fama llegó hasta mí, como legendaria tía-abuela de mi padre. ¿Qué hay de santidad en todo esto? A esto, según la noticia periodística, hay que añadir que «tras la muerte de su esposo hizo voto de castidad, dedicándose a diversas iniciativas de carácter social y apostólico, llevando su acción a hospitales, casas de maternidad, cárceles de mujeres, y jóvenes sin trabajo o en peligro moral». Reléase con atención esta lista de «iniciativas diversas». Al hacerlo, se advierte que constituye casi una enumeración completa de los malajustamientos de unos cuantos cientos de mujeres a las exigencias de la sexualidad burguesa, a la razón de estado del poder, del dinero, de éxito. «Mire usted, doña Rafaela, que me metió mano el señorito y me echaron a la calle» –oiría contar Rafael Ybarra.
La calle, la puta calle. La exterioridad ignara e ingrata, en paralelo irónico con la exterioridad exitosa de los hombres de su familia y su clase. Otra exterioridad ésta enturbiada y amarga, sin salidas, sin respetabilidad, sin intimidad, sin éxitos –hecha toda, como una cosa, de partes extra partes—. El robo frente al negocio; los hijos naturales frente a los legítimos; las prostitutas al servicio de los hombres, frente a las criadas al servicio de los señores. Lo que Rafaela Ybarra «desde su acomodada posición» contempló en primer lugar fue el parecido que unía esos dos mundos aparentemente tan dispares. Intuyó que entre las criadas y las putas, los ladrones y los negociantes, los hijos ilegítimos y los legítimos, había una filiación natural. Y se atrevió a extender su propia maternidad a todos ellos. «Madre Rafaela—oiría decir ahora— mire usted que estoy de seis meses y no me quiere reconocer a la criatura». Rafaela Ybarra se empeñó en conocerlos y reconocerlos a todos.
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Ilustración Marc González Sala
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