Sabiduría o sustitución:el dilema humano ante la IA
José María Lassalle, nuestro montañés más perspicaz, plantea en 'Civilización artificial' los límites éticos de la IA, que en torno a mitad de este siglo llegará a la autonomía cognitiva
El título de esta plazuela es una repetición del subtítulo del inteligente nuevo libro de José María Lassalle, nuestro montañés más perspicaz e inteligente. Anteayer, sábado, vino a verme ofreciéndome por teléfono una ración de rabas que –¡increíblemente por primera vez en mi vida!– rechacé. Me trajo a cambio este nuevo libro suyo: 'Civilización Artificial'. Publicado por la editorial Arpa en 2024. He dedicado el domingo casi entero y hoy, lunes por la mañana, a leer y anotar 'Civilización Artificial', que suena magnífico y aterrador a la vez, como el Antiguo Testamento.
Creo que suena tan vetero-testamentario porque contiene una gran serie de predicciones –profecías culturales– para estos años nuestros que se alargarán hasta el 2050, fecha, según parece, de la universalización y colonización espiritual de la Inteligencia Artificial. Lo que sigue será una reseña y, por tanto, un resumen demasiado breve y demasiado rápido del contenido de un libro muy pensado, pero a la vez, muy dirigido a todos nosotros, los actuales habitantes del planeta tierra, los usuarios de la Inteligencia Artificial, precisamente.
El libro está dedicado a su madre y yo me imagino que el amor filial ha tenido en esta dedicatoria un punto de autoprotección: la IA va camino de convertirse en un Deus ex maquina. Y los usuarios, pero sobre todo los no-usuarios como yo, nos sentimos aniñados y recordamos la célebre letrilla: mira, que te mira Dios/mira, que te está mirando/mira, que te has de morir/mira, que no sabes cuándo. Tantísimo poder divino parece tener en la descripción de José María Lassalle la IA como el propio Deus ex maquina de los autores griegos. En la introducción hace referencia a un texto de Claudio Magris –'Utopía y desencanto'–, del cual cita lo siguiente: en este comienzo de milenio, muchas cosas dependerán de cómo resuelva la civilización este dilema: si combatir el nihilismo o llevarlo a sus últimas consecuencias.
Según José María Lassalle, nuestra civilización, la civilización de la Inteligencia Artificial, construye un reto nihilista para nosotros, los humanos, porque se presenta en este momento desnuda de sentido y propósito. La técnica –nos dice Lassalle– es una experiencia hoy básicamente nihilista. Y añade: una voluntad de poder incesante que incrementa su capacidad de provocar cambios sin propósitos. Lo demuestra su criatura más perfecta, la Inteligencia Artificial, IA. Esta nació hace setenta años –nos cuenta– con la intención de imitar la inteligencia humana y superarla desprovista de sus defectos. El cine nos ha acostumbrado, con la creación de personajes como Frankenstein, a la desmesurada idea de crear artificialmente un ser humano igual a nosotros, crear una inteligencia singular en un laboratorio. Por lo que cuenta Lassalle en su libro, la IA es el nuevo y depurado Frankenstein, que no sólo no se iguala, sino que nos supera intelectualmente por todas partes. Lo único que en mi experiencia hace mal o medio mal es, por cierto, escribir poesía.
Un pariente mío hizo el experimento de proporcionar datos a su IA acerca del nacimiento de su nueva nieta e inmediatamente obtuvo un poema, el poema requerido, que era, por cierto, muy malo. Pero este mismo familiar me recordó en ese mismo momento que la IA puede crear hoy en día textos filosóficos y narrativos indiscernibles de los escritos por un humano, poesía incluida. Cito a continuación un texto de la introducción del libro de Lassalle: estamos a las puertas de una IA general que desarrolle multitareas que quitarán al ser humano la capacidad de hacerlas. Un factor que desestabilizará nuestras sociedades y para el que no tenemos gobernanza política. Con todo, el problema mayor vendrá después, cuando la IA dé un segundo paso, se haga fuerte y desarrolle estados mentales que establecerán una relación de alteridad de tú a tú con el ser humano.
La utilización novelística de estos temas ha corrido a cargo de Isaac Asimov y de Ian McEwan, brillantísimamente en este último caso en su novela 'Máquinas como yo'. Su robot-ficción, Adán, que es una perfecta reproducción de un ser humano, plantea la cuestión de los límites éticos de la Inteligencia Artificial. Esto mismo hace Lassalle en su libro, una situación real equivalente a la ficción de McEwan nos describe Lasalle en el primer capítulo de su libro: 'El dilema fáustico de la IA'. Parece claro –nos dice Lasalle– que en torno a la mitad de nuestro siglo es cuando se prevé que la Inteligencia Artificial llegue a la autonomía cognitiva y adquiera el estatus de una IA fuerte que nos sitúe ante el reto moral de convivir con una 'otredad' artificial. He citado estos novelistas como precursores de la meditación detalladísima que hace José María Lassalle en su libro. Lo que al principio parecía ciencia ficción, con el tiempo se ha hecho realidad. No sólo porque la IA demuestra capacidades que le permiten interactuar con el ser humano de igual a igual, sino porque le superan en aspectos cognitivos combinatorios, exploratorios y transformacionales.
Dejo este asunto fascinante aquí porque no me llega la camisa al cuerpo ni las instrucciones del director de mi periódico, Íñigo Noriega, dan para más.
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Ilustración Marc González Sala
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