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Juan de Herrera, el gran arquitecto de Felipe II, ejemplo de aspectos sociológicos de la Cantabria del siglo XVI. DM
Episodios regionales

El salto imperial

La vida de Juan de Herrera muestra que la proyección europea de España con Carlos I y Felipe II abrió para la tradicional expansividad de los montañeses un horizonte universal inédito

Viernes, 15 de agosto 2025, 07:51

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El siglo XVI nos muestra en lo que actualmente es Cantabria una particular combinación de expansividad y precariedad de sus habitantes. La primera es continuación de dos flechas principales de proyección vital que vienen de la Edad Media: desde las villas costeras al Atlántico, tanto del norte de Europa como de la costa portuguesa e incluso norteafricana; y por tierra hacia el sur en la (re)conquista cristiana de la península, lo que implica nuevos asentamientos y, tras la ocupación de Andalucía occidental, el fenómeno del montañés de empresa, finalmente protagonista en la aventura de América (caso paradigmático, Juan de la Cosa).

Todo esto se multiplica cuando la política internacional construye, a partir de los Reyes Católicos, un escenario imperial hispánico, que suma los nuevos mundos y la vieja Europa aportada por los Habsburgo y que se une a la pretensión aragonesa en el Mediterráneo e Italia. El siglo XVI, con las figuras del emperador Carlos I y el rey Felipe II, ofreció, pues, a los montañeses unos horizontes de expansión que jamás habían tenido. Es el siglo en que un montañés puede hacer algo universal. (Y no tardó mucho: Juan de Santander es de los primeros humanos en circunnavegar el planeta).

Por otro lado, esa misma expansión atestigua una precariedad originaria del territorio, pobre en recursos y sometido a dramas cíclicos. El siglo XVI dejó diezmada la villa de Santander en sucesivas ondas epidémicas y, al cortar su progresión demográfica, cercenó también durante casi dos siglos su potencial catalizador de un espacio provincial. La escasez agraria de Trasmiera obligaba a familias enteras a organizarse para una emigración temporera para trabajos como cantería o fundición de campanas.

Como arquitecto y matemático de confianza de Felipe II y responsable de la obra de El Escorial, Herrera produjo un estilo que identificó visualmente la hegemonía española

La Cantabria del siglo XVI registra así dos episodios sociológicos generales: un salto cualitativo de la expansividad montañesa gracias a los horizontes imperiales y una agudización de la precariedad interna (efecto a menudo de lo imperial).

Juan de Herrera (1530-1597), el gran arquitecto de Felipe II, de su magna obra el Monasterio de El Escorial y del estilo sobrio que impuso por todo el imperio ('herreriano', que acabó con el plateresco anterior), es el principal ejemplo de estos dos episodios y de cómo estaban relacionados. Al comenzar su 'Discurso sobre la figura cúbica', este renacentista nacido en el barrio valdáligo de Movellán en Roiz, busca la simpatía del lector al remitirse al arte de lógica del mallorquín medieval Ramón Llull con que un coetáneo de Herrera le había relacionado: «careciendo yo de todo género de estudios mal puedo abrir las puertas de una tan alta y tan poco conocida doctrina, y método de saber, pero el Señor en quien está toda la sabiduría, abre a veces los entendimientos de los que poco saben…».

El entendimiento de Herrera, hijo de un segundón de la casa de Herrera de Maliaño, tuvo que despertarse en viajes y lecturas fuera de su tierra. Fue con Carlos V soldado en las campañas de Italia y Flandes (arcabucero a caballo, durante un tiempo) y volvió ya para cuando el emperador se retiraba a Yuste. Y sirvió al príncipe Felipe, con quien también viajó por el continente, y que ya rey lo convertirá en su brazo derecho en arquitectura, supervisión de proyectos e impulso a la investigación, pues por Herrera se crea la Academia Real Matemática.

Por 'hombre del Renacimiento' entendemos la persona interesada en todo tipo de saberes. Y Herrera lo fue: magnífico dibujante; matemático y lógico; maestro de obras y trazas; ingeniero de toda clase de máquinas (de construcción, hidráulicas) e instrumentos; espíritu filosófico curioso de la relación de magia y mística con lo matemático (como será Newton tras él); espíritu bibliográfico, con una de las mejores colecciones de la época; espíritu también económico, que supo ahorrar tiempo y dinero en El Escorial y que reclama con éxito a Toledo 150 ducados por las trazas para la nueva fachada del Ayuntamiento (le querían pagar solo 50); e incluso buscador de presuntos tesoros escondidos, con permiso del rey.

Herrera intervino en obras iniciadas por otros (como Juan Bautista de Toledo, que había trabajado con Miguel Ángel en Roma y está en la primera piedra de El Escorial) o compartidas luego con colaboradores o sucesores. Está su mano en el Palacio de Aranjuez, el Archivo de Indias (entonces Lonja), Alcázar de Toledo, catedral de Valladolid (más pequeña de lo proyectado) y muchas otras realizaciones, algunas desaparecidas ya.

Juan de Herrera logró rocambolescamente el mayorazgo de Maliaño tras casarse, en segundas nupcias (había enviudado tras cuatro años de matrimonio con la acaudalada María de Álvaro), y previa dispensa eclesiástica, con Inés, 33 años más joven que él y que lo heredará al fallecer su padre Marcos de Herrera, sobrino de Juan. Con Inés tendrá cinco hijas y un hijo entre 1584 y 1594; ella fallece tras el último parto, y poco después el niño. Y como también murieron las hijas, resultó así que en vida del arquitecto desparece toda su familia. Solo sobrevivió su hija natural Luisa y habrá un pleito por la herencia.

En sucesivos testamentos, Herrera dejó fondos para ayudar a los valdáligos necesitados y, de forma que ha llegado hasta nuestros días después de cuatro siglos como Fundación Obra Pía, a favor de los mayores de 60 años de Maliaño, así como de la iglesia de San Juan, donde está enterrado. Fue así un hombre universal que no perdió su nunca su aspiración solariega en La Montaña. Sus últimos tiempos fueron muy duros: perdió la visión y la cabeza. Había recorrido Europa con Carlos y Felipe, participado de su favor y confianza, creado un estilo imperial propio, e influido en la imagen mundial de España. Incluso había controlado la casa de Herrera. Pero perdió dos esposas jóvenes y seis hijos. Gloria social, tragedia personal.

Hay quienes piensan que nuestras verdaderas obras son los hijos, y quienes, en cambio, sostienen que nuestros verdaderos hijos son las obras. Ambas tesis pueden ser ciertas, pero, en la biografía de Herrera, su hijo inmortal resultó ser su estilo. Como otro intelectual oriundo de Valdáliga, Antonio de Guevara, aprovechó así la novedad del 'salto imperial'.

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