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El Papa Eugenio III, uno de los organizadores de la Segunda Cruzada que liberó el Cantábrico. Wkimedia Commons
Episodios regionales

La Segunda Cruzada

La traslación demográfica de las alturas al litoral y del sur al norte, cuyas últimas etapas hoy recorremos, se inició cuando las conquistas de Lisboa y Almería desmantelaron la amenaza de piratería islámica

Viernes, 10 de octubre 2025, 07:21

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La Cantabria de nuestros días es un observatorio bastante limitado para meditar sobre la Cantabria de la profundidad histórica. Inadvertidamente, pensamos en una región sobre todo trasmontana, entre la cordillera y el mar, y con la mayoría de habitantes y actividad concentrados en la franja marinera.

Durante muchos siglos esto no resultó precisamente así. Aunque la Cantabria céltica quizá aprovechó algo más la marina, su fuerte estuvo en la transición a la meseta, y la Cantabria romana floreció aún más al sur, como la visigótica. Quienes han estudiado enterramientos de nuestros germanos concluyen que había más gente arriba que abajo. No vamos a decir, sin embargo, que el mar no cumplía alguna función. Los romanos aprovecharon ensenadas para conectar por calzada con la gran vía interior desde Astorga a Burdeos. Los hérulos desembarcaron en el siglo III y arrasaron todo. Y el rey godo Sisebuto barrió el litoral cantábrico cuando acabó de laminar el poder de los suevos y de los 'sueltos' (cántabros y vascones).

La muerte del estado visigodo supuso también el final de cualquier fuerza naval o defensa costera capaz de oponerse a las amenazas exteriores. Esto fue así durante más de cuatro siglos: la costa cantábrica no era muy segura frente a incursiones de piratas musulmanes o vikingos o cualquier otro agente. Por otro lado, la recuperación de la Meseta se hizo muy poco a poco. Repoblaciones como las de Amaya o León no tienen lugar hasta 150 años después del desastre de la 'Spania' goda. La población sufría hasta casi el siglo X un 'biscotto' que la constreñía a valles intrincados.

Desde la logística de la piratería, había en el siglo XI dos bases musulmanas significativas: Almería y Lisboa. Con ayuda genovesa y francesa, Alfonso VII de León conquista la primera y, con apoyo alemán, flamenco y anglonormando, Alfonso I de Portugal la segunda. Aunque Almería no pudo conservarse, Lisboa sí, lo que alivió la presión sobre el litoral atlántico. Era el momento de recuperarse, y eso harán en todo el Cantábrico los reyes de León, Castilla y Navarra (que tuvo por un tiempo la costa guipuzcoana, de ahí el fuero de San Sebastián). Las villas destacadas mediante fueros generaron un siglo XIII de crecimiento muy relevante, como conmutadoras entre el interior de Hispania y la fachada atlántica, sobre todo la europea. Y sus marinas serían necesarias para conquistar el valle bajo del Guadalquivir, como el escudo de Cantabria proclama.

Las villas cantábricas fueron posibles por la seguridad ganada tras sendas campañas de Alfonso I de Portugal y de Alfonso VII de León con apoyo de cruzados del norte de Europa y de genoveses

El progreso de estas villas (Castro-Urdiales, Santander, Laredo, Santillana del Mar, San Vicente de la Barquera), que entran en relación con grandes centros urbanos interiores (Burgos, León, Palencia, Medina del Campo), crea las condiciones para un mayor equilibrio a favor de la costa. Para ello, esta debía asegurarse: muelles, murallas, fortalezas, obligaciones de milicia, astilleros, o dedicación de gente marinera y pescadora a la defensa naval. No obstante, al permanecer la agricultura intensiva en mano de obra como principal sector económico, había un motivo de mantenimiento de una carga esencial de población en el campo. El mar y la meseta (a veces meros canales hacia Indias) serán vías de escape post-medieval de la presión de la necesidad en los valles cantábricos.

El impulso producido desde el corazón de la Edad Media por el fin de la piratería musulmana y por una consiguiente mayor interacción marítima entre Meseta y fachada atlántica es un fenómeno de muy largo recorrido, que se cumple en la segunda mitad del siglo XX con la hegemonía litoral. Al acabar el siglo XIX, Valderredible reunía el 2,7% de los habitantes de la Provincia de Santander y Laredo, el 1,9%. Al empezar el siglo XXI, los respectivos porcentajes eran el 0,2% y el 2,3%. Otro ejemplo: Soba pasó, de tener 2.000 vecinos más que Suances, a contar 5.000 menos.

La Cantabria de puerto de montaña a puerto de mar es deudora, pues, de acontecimientos ibéricos geográficamente remotos y con decisiva participación extranjera. Nuestras villas costeras, bases de futura regionalización, formaron parte de la oleada fundacional de 1150-1230 por parte de los reyes que, desde el Miño hasta el Bidasoa, otorgaron privilegios para crear ciudades portuarias pujantes. Una cosa lleva a otra: para afianzar el flujo puerto-meseta, se necesitan buenas comunicaciones. Por ello la 'radiación' viaria desde la cuenca del Duero a esta orla de villas aforadas era más que esperable. Este problema lo habían tenido los romanos en menor medida, pues para ellos la franja cantábrica era solo relativamente interesante. Para renacentistas, barrocos e ilustrados, sin embargo, desarrollar función portuaria y mejorar caminos será esencial.

Otra consecuencia de los puertos es su interés estratégico (militar y fiscal) para la Corona, lo que reduce la influencia de los grandes aristócratas y refuerza a la clase 'funcional' de la comunidad, de base hidalga, comercial, burocrática o eclesiástica. Esta 'clase intermedia', por así llamarla, entre los altísimos potentados y el pueblo llano es fundamental, por esta remisión directa al Rey, para el desarrollo ulterior de la conciencia de provincia. Además, el crecimiento del puerto amplifica el 'know-how': la 'gente de mar' va adquiriendo un saber específico y transmitido. Ejemplo irónico de dicha acumulación es el singular libro 'El arte de marear' que escribió Antonio de Guevara desde su experiencia acompañando a Carlos I al asalto de Túnez.

La conquista de Lisboa por los portugueses y unos indisciplinados cruzados boreales fue, pues, un episodio regional a distancia. Antes, alguna crónica narra que de primavera a otoño nuestros antepasados cantábricos se retiraban de la costa y se refugiaban en lugares poco accesibles, para retornar en invierno. Imaginemos la dificultad que esto oponía a la vida económica. Debemos la posibilidad de nuestras villas marineras a unos barbudos inflamados de ardor religioso que, en realidad, se dirigían a Tierra Santa, porque Edesa (hoy Urfa, habitada por medio millón de kurdos) había caído en manos turcas; y a unos plutócratas genoveses que no querían que los piratas les estropeasen el negocio. Unos buscaban el beneficio de la salvación y otros, la salvación del beneficio. La Segunda Cruzada no liberó Edesa, pero sí el Cantábrico. Demos gracias remotas a los turcos y al papa Eugenio III, cuyo choque con el Senado romano lo volvió geopolíticamente hiperactivo.

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