A lomos de un tractor para ver al Laredo
Desde que Sanidad prohibió el público en los estadios, Ángel Ares acude a San Lorenzo para ver a su nieto, el central del Charles Borja Ares, encaramado a su máquina
Todos los abuelos son especiales. Cada uno con su toque mágico. Son eternos cómplices y fans de sus nietos. Refuerzan su talento, su perseverancia y celebran cada triunfo que consiguen. Por eso, cuando ya no fue posible acudir al San Lorenzo para sentarse en la grada por obra y gracia del coronavirus, Ángel Ares (Solórzano, 1952), de 69 años, no se dio por vencido. No entraba en sus planes perderse ni un solo partido de su nieto, el central del Charles Borja Ares (Entrambasaguas, 1996). Ni la pandemia ni la prohibición de público en los estadios de fútbol decretada por Sanidad a causa del covid iban a ser un impedimento. Estaba determinado a encontrar una solución para verlo en vivo.
Y cavilando en el patio de su casa en Solórzano la idea cruzó su mente rápida y brillante como un relámpago: su tractor. «Tras darle vueltas a la cabeza creí que la mejor forma de poder verlo era estando en alto, y así lo hice. Llevo el tractor hasta la pared que rodea al campo de San Lorenzo, me subo encima y es como si estuviera en el palco o mejor, porque lo veo perfectamente», explica animadamente. Borja se dio cuenta desde el césped de que su abuelo lo observaba desde las alturas mientras jugaba. «De repente miré hacía arriba y lo vi por encima de la tapia», recuerda. Y es que al fin y al cabo ¿qué no haría un abuelo por su nieto?
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Una difícil prueba para el Charles
Ángel, que posee la empresa de tractores Agro Solórzano, reconoce que si hay algo que le gusta en la vida es el fútbol. «Sobre todo ver jugar al nieto. Desde que empezó a dar las primeras patadas a un balón le sigo por todos los campos», dice orgulloso. Por eso cada día de partido recorre los 21 kilómetros que separan Solórzano, su pueblo, de Laredo, subido en su tractor. Más o menos media hora de viaje. La postal que forma su imagen mientras recorre la carretera bien pudiera ser un fotograma de la película 'Una historia verdadera' de David Lynch, solo que aquí en lugar de conducir un cortacésped como Alvin Straight, Ángel va a lomos de su tractor. «Esto para mí no es nada, estoy acostumbrado hacer hasta 500 kilómetros al día. Ir a Laredo es un paseo», suelta ufanamente.
Cada jornada que el equipo juega en casa recorre los 21 kilómetros entre Solórzano y Laredo para ver el choque por encima del muro
No deja nada al azar. Tiene todo planeado milimétricamente. Hasta el aparcamiento reservado, siempre en el mismo lugar: un lateral del perímetro del campo. Para eso se ha echado otros compinches en la familia. «Para guardarme el sitio del tractor dos días antes andan mis sobrinos pendientes, para cuando se marche el coche que esté en ese lugar meter el de ellos y guardarme el aparcamiento hasta que llegue el día del partido». Y cuando el Charles tuvo que jugar en La Caseta, en Noja, el fin de semana pasado ante la Real Sociedad B, el tractorista emprendió de nuevo su particular odisea a través de carreteras secundarias para estar junto a Borja. Toda una road movie.
Orgullo
Existe una relación muy especial entre estas dos generaciones. Abuelo y nieto son puntos cardinales el uno en la vida del otro. Aunque tiene seis nietos, y para él todos son iguales, Ángel dice que Borja es un poco diferente. «De este chaval hay que hablar bien y algo más. Es muy responsable porque está acabando la carrera, está trabajando y además juega al fútbol. Está muy comprometido con todo». Y mientras lo dice, un brillo de orgullo asoma en sus ojos. Ni siquiera el vaquero Lucky Luke hubiera sido más rápido que Ángel sacando una foto de su nieto de la cartera.
Pero el sentimiento es mutuo. Borja está igual de satisfecho. «Mi abuelo no ha faltado a un solo entrenamiento, a un solo partido. Ha ido a verme a todos los sitios. Hacíamos una hora diaria para ir a entrenar antes de tener coche y sólo le puedo dar las gracias», cuenta con cariño el '16' del Laredo mientras desvela la trascendencia de Ángel en su carrera deportiva.
Incluso antes de que el central jugara en equipos sénior, las tardes de los domingos iban los dos juntos a ver partidos a Sarón, Laredo o donde se podría ver «buen fútbol». El abuelo solo lamenta no haberlo podido acompañar en la andadura de Borja en Estados Unidos. «Eso me cogía un poco lejos», rompe en una carcajada, «pero sí he estado cuando estaba en la selección cántabra. Le he seguido por toda España, incluso cuando estuvo concentrado una semana en Valencia estuve con él y también cuando fue a Palma de Mallorca a jugar un partido». No tiene reparos en reconocer que estaría dispuesto a viajar donde sea. «A mí no me gustan mucho los aviones, pero estuviera donde estuviera, en cualquier equipo de España, iría a verle». Su voz es tan firme como su determinación.
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