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Sor Sonrisa: del éxito al suicidio

Sor Sonrisa: del éxito al suicidio

Sor Sonrisa o el camino desde el número uno hasta una muerte entre pastillas, alcohol y pobreza

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Viernes, 7 de agosto 2020, 22:22

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Para los anales de la historia del rock 1963 quedará como el año de la revolución. Desde Inglaterra los Beatles presentaban armas con dos singles legendarios, 'She Loves You' y 'I Want to Hold Your Hand', al tiempo que desde la costa este Bob Dylan publicaba un disco que serviría de auténtico catalizador cultural, 'The Freewheelin'. Añadamos a ello la explosión universal del rock'n'roll y tendremos un mapa que nos lleva a una única dirección: en efecto, la revuelta había estallado en todo el planeta.

Así lo cuentan al menos críticos y sociólogos en sus crónicas, y con estos datos en mano es difícil llevarles la contraria. Pero la realidad, siempre tozuda, también nos dice que en el día a día las cosas avanzaban por caminos diferentes. Y es que para el mundo real aquel año la gran estrella de la música había sido ni más ni menos que una monja. Belga, dominica, llamada Jeanne-Paul Marie Deckers y conocida bajo el apodo bonachón de Soeur Sourire. Una Sor Sonrisa que acababa de lanzarse al mercado americano con el nombre The Singing Nun (La Monja Cantante), y a lo grande: su primer single, 'Dominique', superó en las listas ni más ni menos que al 'Louie Louie' de los Kingsmen y se acantonó en el número uno del Billboard durante todo diciembre de 1963. Y hablamos de algo serio: el mes incluía la campaña navideña yanqui, el despiporre absoluto de la feria del capitalismo americano.

Llegar al número uno con un tema cantado en un idioma que no fuera el inglés era algo que entraba en el terreno de la ciencia-ficción: baste para confirmarlo que la proeza no se repetiría hasta un cuarto de siglo después, cuando el austriaco Falco colocara allí 'Rock me Amadeus', empleando, eso sí, el truco de enchufarle un estribillo rigurosamente anglosajón. Pero la monja cantante lo había conseguido si necesidad de artimañas y ahí estaba, recogiendo Grammies con una canción que hablaba de cómo Santo Domingo, el fundador de su orden, se había lanzado al mundo a alabar a Dios frente al avance de la herejía cátara (!) con una melodía pegajosa que optaremos por calificar de minimalista para esquivar el término simplona: tres acordes abiertos de guitarra y un mínimo juego de coros femeninos como único acompañamiento.

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Y esto sólo para empezar. La publicación del LP provocó ventas millonarias y el fenómeno alcanzó tal calibre que Hollywood no tardó en filmar su propio biopic. Una película que no gustó ni a su propia protagonista, encarnada para la ocasión por Debbie Reynolds, pero que gracias a las exhortaciones de todos los párrocos del planeta para ir a verla arrolló taquillas e incluso se asomó a la ceremonia de los Oscar.

La Iglesia no daba crédito. Tantos esfuerzos para remozarse con el Concilio Vaticano II y resulta que una monja cantarina les había terminado haciendo una campaña promocional que ni el más imaginativo director de marketing habría podido soñar. La curia entendió que la música se había convertido en el principal aglutinador de la gente joven y comenzaría a emplearla sin ningún tipo de reparo para evitar la fuga masiva de fieles al borde de la mayoría de edad.

Había llegado el momento de grabar discos católicos, de contratar a grupos para que compusieran las denominadas 'misas beat', de que el párroco joven y dinámico se plantara guitarra en ristre a cantar en medio de la eucaristía a la mínima ocasión.

Pero los caminos de Dios, ya se sabe, son inescrutables, y Sor Sonrisa cometió el error de intentar escrutarlos. Sus periplos por el mundo le habían hecho conocer los problemas que tenía mucha gente fuera de los cuatro muros de su convento y había llegado a la conclusión de que el retiro espiritual no era la vía más efectiva para mejorar las cosas. Su superiora no lo vio así, y cuando la monja le explicó sus dudas decidió prohibir a sus compañeras que le dirigieran la palabra para que no cundiera el mal ejemplo. Confinada dentro del confinamiento, Sor Sonrisa entendió que lo único que podía hacer era abandonar los hábitos.

Las cosas en la vida civil no resultaron sencillas. Con una mano delante y una detrás, Jeannine no tardó en entender que su carrera musical era lo único que iba a darle algo de dinero con el que esquivar la indigencia. Pero la letra pequeña de su contrato le desveló que todos los royalties de 'Dominique' habían ido a parar al bolsillo de su antigua superiora y que el contrato con Phillips no le permitía ni tan siquiera emplear su antiguo nombre artístico.

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Aun así, lo intentó. Rebautizada como Luc Dominique, compuso un puñado de temas con letras de modernidad desconcertante: canciones sobre el feminismo, críticas con la intolerancia de la Iglesia y con el conservadurismo que impedía avanzar al mundo. De todas ellas, desde luego, no podemos sino quedarnos con 'La pilule d'or' ('La píldora dorada'), que defendía el uso de la recientemente descubierta píldora anticonceptiva como único medio para luchar contra la superpoblación mundial. Demasiado para una antigua monjita: la Iglesia decidió boicotear su carrera y Luc Dominique fue viendo cómo sus planes de discos y conciertos se fueron desmoronando lentamente.

La estela de Sor Sonrisa se fue evaporando lentamente. Su único apoyo en este tránsito fue su amiga Annie Percher, pues para redondear los odios eclesiásticos Jeannine decidió irse a vivir con ella sin preocuparse por los comentarios que generaría la convivencia con una mujer más joven. Dedicadas al cuidado de niños autistas, organizaron un pequeño centro para llevar adelante su labor, pero no contaron con una sorpresa inesperada: una requisitoria en la que las autoridades belgas reclamaban el dinero que Soeur Sourire había tenido que contribuir al fisco y que nadie había pagado. De nada valió explicar que ella no había visto un solo franco de todo aquello: la multa era suya y ni Philips ni su antigua congregación iban a ayudarle. La ruina, ahora sí, era absoluta.

Sor Sonrisa todavía lo intentó por última vez lanzando una versión disco de 'Dominique' pero claro, a quién podía interesarle algo así. El fracaso aumentó el drama económico, la pareja se vio obligada a cerrar su centro para niños autistas y ambas cayeron en una depresión de la que parecía imposible salir. A finales de marzo de 1985 comprendieron que todo había llegado a un punto final y se suicidaron con una sobredosis de barbitúricos y alcohol, dos compañeros muy habituales en los últimos años de vida de la pareja. No sin que el destino deparara un último guiño irónico: el mismo día en el que ambas eran enterradas en una tumba del cementerio de Wavre, la sociedad de autores belga hizo un recuento de los derechos generados por 'Dominique' y decidía enviar a su compositora un cheque de más de medio millón de francos, cantidad más que suficiente para haber solucionado de por vida todos los problemas económicos de la pareja.

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