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Big Star, estrella sin brillo

Big Star, estrella sin brillo

Se cumplen diez años de la muerte de Alex Chilton, líder de un grupo abocado a un triunfo que terminó resultando esquivo

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Sábado, 28 de marzo 2020, 20:27

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Es difícil encontrar una banda que manejara más papeletas para el éxito absoluto que Big Star. Melodías brillantes, juegos de guitarras radiantes, armonías vocales intachables, un puñado de singles de emotividad arrebatada. Pero en el mundo de la música las cosas no siempre funcionan como un problema de lógica. El recorrido de la banda terminaría siendo el de una estrella fugaz condenada a un fracaso que sólo se destilaría cuando en los años noventa, desde el frente del rock alternativo, una larga serie de músicos reivindicara la maestría de un grupo de culto que terminaría definiendo no ya una sino dos épocas.

Nada de esta catástrofe épica intuyó Alex Chilton cuando a principios de los setenta se topó con el nombre de Big Star en el rótulo de un hipermercado de Memphis. Fue el disparadero del grupo que había fundado tras triunfar siendo apenas un adolescente con los Box Tops. El balance que atesoraba hasta entonces era arrollador: tres discos publicados en apenas nueve meses, varios singles de éxito internacional y, sobre todo, la sensación de haber desvelado todas las claves de una industria que parecía postrarse a sus pies.

El círculo pareció cerrarse cuando se cruzó con Chris Bell, un amigo de la infancia fogueado en varias bandas de garage y psicodelia de Memphis. Adoradores ambos de los Beatles, la pareja formó un combo compositivo de primerísimo orden que buscó reeditar la fórmula Lennon / McCartney con unas melodías que cristalizaban el aprendizaje de la British Invasion y el apabullante legado de la música de su ciudad. Con el apoyo de Andy Hummel al bajo y Jody Stephens a la batería conjugaron la primera encarnación de la banda con unas expectativas inmejorables.

Los resultados fueron inmediatos. El primer disco, '#1', es un álbum desbordante de energía, repleto de joyas de orfebrería que sólo recibieron adjetivos superlativos de la crítica pero que no encontró distribución, no sonó en radios ni llegó a las tiendas y terminó diseminando las semillas que comenzaron a corroer el andamiaje de la banda. Apenas tres meses después de su publicación Bell se bajó del barco, consumido por el creciente protagonismo de Chilton y por un proceso de depresión cíclica que había ido distorsionando la relación entre ambos. En el segundo, 'Radio City', Chilton pareció cubrir enérgicamente el vacío de su compañero aumentando la brillantez de las composiciones y definiendo todos los caminos venideros del power pop, pero se topó con el mismo destino quebrado de su antecesor y el músico se sumió en un bucle autodestructivo en el que el alcohol y las drogas terminaron arrasándolo todo.

Habría una coda en forma de tercera entrega, '3rd / Sisters Lovers', último y turbulento intento de Chilton por mantener a flote una nave tocada definitivamente de muerte. Grabado bajo una nebulosa en la que las melodías brillantes habían mutado en atmósfera tóxica, ni tan siquiera encontró alianzas entre la crítica, firme pilar hasta entonces para la banda. Posiblemente fue la pieza clave de la carrera del compositor, pero nadie se quiso responsabilizar del álbum y éste sólo se publicaría a destiempo, en 1978, cuatro años después de su concepción, cuando el grupo ya ni tan siquiera existía.

Imagen principal - Big Star, estrella sin brillo
Imagen secundaria 1 - Big Star, estrella sin brillo
Imagen secundaria 2 - Big Star, estrella sin brillo

Fue también el año en el que Bell publicó su primera grabación en solitario. Sólo un single, 'I Am the Cosmos', pero un single tan mayestático que le permitió albergar grandes esperanzas de futuro. Hasta entonces, Bell había sobrevivido gracias al empleo de camarero que le había ofrecido su padre en el restaurante familiar, pequeño reducto de normalidad frente a un cóctel fatal en el que pesaban por igual la depresión, el alcohol, las drogas, los ingresos en psiquiátricos y la idea del suicidio. Pero no tuvo continuidad: aquella Navidad, regresando a casa de un ensayo, Bell estrelló su coche contra un poste eléctrico. Tenía 27 años. Al día siguiente, el de su funeral, Chilton cumplia los 28. Con una vida a punto de empezar, no había un solo capítulo del libro de los malditos que los Big Star no hubieran escrito por sí mismos.

Nacía así otra lucha. Chilton lo siguió intentando, vía proyectos conjuntos vía solitaria, pero todos sus esfuerzos resultaron vanos. Paradójicamente, parecía haber quedado enterrado bajo la sombra de un grupo que nunca consiguió interesar a nadie. La travesía del desierto concluyó en 1992, cuando se reeditaron los inencontrables discos de Big Star. Fue un descubrimiento radiante para toda una generación. Chilton ya se había situado en su radar al producir uno de los primerísimos álbumes de los Cramps, pero ahora materializaba ante sus ojos el compendio de una música que muchos buscaban afanosamente y que él ya había llevado a su punto más alto dos décadas atrás. Big Star se revelaba inesperadamente como la bisagra que unía la música más luminosa de los setenta con REM, con Beck, con Teenage Funclub, con Wilco, con los Posies, con tantos otros que se lanzaron a revisar su cancionero, a realizar conciertos homenaje, a reubicar un legado apabullante y hasta a apadrinar un inesperado regreso a la arena de una nueva reencarnación del grupo con la que Chilton pudo dar una nueva oportunidad a la banda de su vida.

El rescate no fue sólo una gran satisfacción personal, sino sobre todo una manera de que Chilton consiguiera estabilizar sus ingresos. Tampoco demasiado, porque sí fueron suficientes para hacerse con una casa barata en Nueva Orleans —destrozada poco después por el huracán Katrina—, aunque no con un seguro médico que le hubiera permitido atender a sus cada vez más patentes problemas respiratorios. Pero sólo conseguiría entrar en el hospital una única vez y por vía de urgencia: la mañana del 17 de marzo de 2010 sufrió un ataque al corazón del que no consiguió recuperarse. Su eterna mala fortuna le reservaba todavía una última paradoja: esos mismos días varios músicos estaban planeando acompañarle en el escenario para interpretar el repertorio del último disco de Big Star, posiblemente un espaldarazo definitivo para reubicar el legado del grupo. El proyecto sólo pudo llevarse adelante sin él: Jeff Tweedy, Ray Davies, varios miembros de Yo La Tengo, los REM al completo y muchos otros músicos se unieron a Jody Stephens, el último Big Star superviviente, para dar a conocer las tortuosas canciones de un disco nacido con el destino de maldito. Y en efecto, el concierto fue el rescate definitivo de un grupo que alcanzaba, ahora sí, todos los honores que no había obtenido en vida. Chilton, una vez más, había perdido ese tren.

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