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La vida arrolladora de Bruno Lomas

La vida arrolladora de Bruno Lomas

Un libro desentraña la caótica carrera del rocker español por excelencia

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Domingo, 1 de marzo 2020, 08:03

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El paso del tiempo ha reservado para Bruno Lomas la fama (o la carga, que es difícil determinar cuál de los dos términos es el más acertado) de músico de culto. Y el mercado editorial parece confirmar el dato: frente al vacío bibliográfico que sigue lastrando la música popular española, acaba de llegar a las librerías el tercer libro (sí, el tercero) que intenta desentrañar la vida y la obra de un cantante siempre esquivo a cualquier tipo de clasificación.

El responsable de este nuevo asalto es Vicente Fabuel, gran conocedor de la música de los sesenta y pieza capital del descubrimiento de la ajetreada escena que se movió en la Valencia de aquellos años. El resultado, el documentadísimo y profundamente admirativo 'Bruno Lomas: tú me añorarás…' recientemente aparecido en el nutrido catálogo musical de la editorial Milenio. Un intento encomiable por poner en valor una carrera caótica como pocas, de altos y bajos fácilmente ubicables en puntos extremos.

La popularidad le llegaría a Lomas a mediados de los sesenta, cuando decidiera dar el salto del rock más ortodoxo a un mercado más abierto interpretando composiciones del Dúo Dinámico. Pero para entonces ya acumulaba una carrera de la que no puede desligarse el término 'pionero'. Pionero por lanzarse al rock en un momento en el que el país era incapaz de asumirlo, pionero por descubrir que el nuevo ritmo podía sonar también en castellano, pionero por haber sido el primer cantante capaz de publicar un disco en directo.

Imagen principal - La vida arrolladora de Bruno Lomas
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Y es que al frente de sus primeros combos (Los Milos, Las Estrellas de Fuego, Los Rockeros, incluso más furtivamente Los Top-Son), Bruno se había lanzado a un rock'n'roll desbocado descubriéndose como un frontman volcánico, de dimensión europea si no americana. Tanto es así que no tardó en sufrir los límites que ofrecía su país y decidió saltar al continente. Pisará escenarios de Italia, de Marruecos, del norte de Europa, incluso llegará a triunfar en el mismísimo Olympia.

Ante logros como éstos, la prensa española lo recibió con los brazos abiertos a su regreso. Pero la gloria no duró mucho. Con la llegada de los primeros discos de los Beatles y Bob Dylan la música dejaría de lado su carácter más primario para convertirse en algo más elaborado, más barroco, más intelectualizado. El rock pasa a ser visto como resquicio de un pasado que parece repentinamente remoto y Bruno, como todos sus cultivadores, se vio obligado a reinventarse sobre la marcha.

Lo hizo con empeño, pero también sin marcar una dirección fija, como no entendiendo en qué se había convertido la música tras el abandono de sus referentes directos. En sus discos no faltarán los aciertos, pero siempre encubiertos tras una avalancha de canciones en la que lo mismo parecía dar el soul que el funk, el pop que la psicodelia, el bolero que el melodrama musical. La música de Bruno comenzó quedó anclada en un territorio indefinido y su figura fue desdibujándose lentamente ante los ojos de sus seguidores.

Por delante sólo quedaba un declive inmisericorde, en el que Lomas decidió que iba a vivir la vida que le quedaba mirando no hacia adelante sino hacia un pasado cada vez más lejano. Replegado en escenarios de ínfima categoría de la costa levantina, se dedicará a reproducir noche tras noche el titulado 'Bruno Lomas Show', un espectáculo en el que, entre monólogo y monólogo, interpretaba una docena de sus temas más imperecederos sobre un casete que recogía sus bandas instrumentales.

Lomas vivió esta reubicación sin acritud: siempre se reconoció como un niño que afrontaba la vida con ingenuidad y no sintió ningún resquemor por verse replegado a un estatus muy alejado del de la estrella que había sido. Y además, para entonces, su dinámica vital se había convertido en otra cosa. La caricatura incluirá actuar en mítines de Fuerza Nueva, lucir su colección de armas, jactarse ante todo el mundo de una amistad con Johnny Hallyday que sólo existía en su cabeza, disparar su consumo de alcohol, hacer sonadas declaraciones públicas sobre su pasión por el ocultismo y el avistamiento de OVNIs.

Demasiados elementos como para no entrever un punto final. Pero aun así hubo un momento, fugaz, en el que su carrera pudo tomar otra velocidad. En 1987, a punto de atravesar la barrera de los cincuenta, Miguel Ríos lo invitó a participar en el programa televisivo '¡Qué noche la de aquel año!'. Allí Bruno demostró ante las cámaras que pocos cantantes del país podrían aguantarle el pulso e, inesperadamente, se situó en una posición ventajosa para el rescate de su propia carrera. El anuncio de la grabación de un nuevo LP parecía sellar esta nueva oportunidad que se había presentado inesperadamente.

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Pero ésta nunca llegó. Una cálida noche de agosto de 1990 el cantante se puso al volante de su Mercedes para acercarse a una localidad valenciana donde iba a tener lugar la enésima etapa del 'Bruno Lomas Show'. No llegaría a su destino: lanzado a toda velocidad por la autopista, fue incapaz de esquivar un camión sin luces detenido en el arcén. Allí terminaba la carrera de alguien que llevaba demasiado tiempo fantaseando con la idea de tener un final como el de su ídolo James Dean.

La muerte de Lomas no levantó grandes muestras de duelo. Si la noticia alcanzó la portada de alguna revista ésta fue del corazón. La prensa musical la obvió. La generalista la recogería en algún breve que quedó inmediatamente sepultado bajo el optimismo de aquella España absorbida por los fastos faraónicos que se asomaban en el horizonte del 92.

Pero la muerte aún reservaba a Bruno Lomas una última paradoja que, forzando el tiro, no sería difícil leer en clave alegórica. En el casi vacío cementerio de Xátiva que iba a acoger sus restos, los operarios se dieron cuenta de que el lujoso ataúd no entraba en el nicho que le estaba reservado. Bajo un calor apabullante, los pocos asistentes tuvieron que esperar a que se arrancaran del mismo herrajes y crucifijo para intentar encajar en él los restos de un cantante que, hasta el último momento, había desbordado todos los límites imaginables.

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