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«La lucha por la cultura es la lucha esencial del ser humano». Lo dice ese sabio empedernido, Emilio Lledó, voz necesaria ahora que el ... antiguo ágora es un corral de redes enredadas, nuevas censuras y populismos. El nonagenario pensador ha subrayado con insistencia que «el patriotismo de trapo ha vuelto porque hay partidos que consideran que la bandera es lo único que puede identificar el afecto a un país». Podría decirse que la campaña electoral discurre tan previsible como vacía. Por un lado, la cultura, ausente de mítines, de discursos y de mensajes, o mejor dicho, nombrada tan solo cuando prima la decoración, la foto ornamental y ese destello fugaz que ciega por su deslumbrante mentira. Por otro, la línea roja entre la propaganda y el debate sordo que impide adentrarse en la realidad. Lo cotidiano subyace bajo una masa viscosa mientras se desangra el sentido colectivo y la ciudadanía. Pero, ¿acaso no habíamos quedado de acuerdo en subrayar la importancia cómplice de los gestos?
Esta semana, entre el azar y la levedad insoportable congénita de la política, la lluvia propició un hecho que a muchos parecerá nimio o anecdótico pero que certifica la superficialidad social. El mitin de la ultraderecha en Santander previsto en la plaza de Las Atarazanas se trasladó por arte de birlibirloque al Paraninfo de la Universidad de Cantabria. Que un templo académico, epicentro del saber y la libertad, en cuyo umbral se exhiben los frescos de Luis Quintanilla, dé cabida a los adalides del negacionismo radical, resulta patético. La UC, que se decantó, por ejemplo, en la pandemia por una gestión purista y que suele caracterizarse por aplicar trabas en el uso de sus instalaciones, no se lo pensó dos veces. El partido que habla de los talibanes europeos, o que aboga por el negacionismo del cambio climático (entre otras muchas perlas negras) encontró tan fácil acomodo como si fuese a impartir cátedra. Nuccio Ordine, reciente premio Princesa de Asturias, lo ha advertido con claridad: «La corrupción no se combate solo con buenas leyes, también con buenas escuelas y buenas universidades».
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