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Ansola

Secuestro en el centro comercial

Leyendas de aquí ·

El intento de rapto de una niña en una gran superficie se pudo frustrar en el último momento, entre otros motivos porque nunca se produjo

Aser Falagán

Santander

Sábado, 4 de septiembre 2021

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Afueras de Camargo, decían unos. Afueras de Santander, según otras. Una madre pasea a su hija en una silla de bebé por los pasillos y galerías de un centro comercial, distraída con los escaparates y los expositores. De pronto suelta la sillita para hacer algo, gira la vista por unos segundos, o lo que a ella le parecen segundos, y cuando se vuelve de nuevo un escalofrío le recorre la espalda y se instala en el estómago: la silla y la niña han desaparecido. Mira hacia todas partes, pero no ve nada. Alterada; presa del miedo pero a la vez muy rápida en la reacción y todo lo serena que se puede estar en esas circunstancias, reacciona de inmediato. Nerviosa, intenta no entrar en pánico; lo importante es actuar rápido y el pánico no es útil; no ayuda. Pregunta a todo el mundo si ha visto algo. Hace gestos ostensibles. Pide que avisen a la seguridad privada del centro y a la policía.

Todo transcurre muy rápido, pero los minutos se le hacen horas. En cuanto la noticia llega a la dirección del centro ordena que se cierren todas las puertas. Que nadie salga. Si se trata de un error o un accidente pronto se resolverá la situación y, si es algo más grave, los secuestradores no tendrán oportunidad de escapar. Si es que no lo han hecho ya, claro. Comienza la búsqueda. Con los vigilantes de seguridad ya en marcha, llega la policía. Los clientes colaboran como pueden; por empatía y porque tampoco pueden salir del centro. Una marabunta escudriña cada recoveco del centro comercial.

Al final alguien da la voz de alerta en los baños. Ha aparecido allí una niña de muy corta edad en una silla de bebé. Tiene que ser ella. Efectivamente, cuando la madre llega lo confirma entre lágrimas y abrazos, pero se echa las manos a la cara. Mientras se repone y respira hondo, le explica a todos los que estaban allí que efectivamente es su hija, pero que la han cortado el pelo y cambiado de ropa. La que llevaba antes está tirada en el baño.

La conclusión está clara: han evitado por los pelos que la menor desapareciera para siempre. Al parecer los secuestradores, al percibir el revuelo y ante el temor de verse descubiertos y rodeados, decidieron dejar allí sillita y a la niña para evitar llamar la atención. Seguramente siguieran aún en el centro, pero era materialmente imposible localizarles. Solo un testigo que en el momento pensó que la pareja que cogía el carrito eran los padres de la niña, dada su naturalidad y la nula reacción de la señora que curioseaba distraída a su lado, aseguró que los secuestradores parecían extranjeros. La madre pudo regresar a casa con su hija, pero con el susto en el cuerpo, y a buen seguro jamás volvió a perderla de vista ni por una sola décima de segundo.

Buena historia, ¿no? Lástima que no tenga ni un ápice de verdad. Es una leyenda urbana que se popularizó entre 2007 y 2008 y que en un plazo de meses se relacionó con dos grandes superficies de Cantabria. Les ahorro los nombres por eso: porque el acontecimiento nunca existió. Los hechos se no produjeron –sí, he querido escribirlo así– exactamente de la misma manera y con final feliz en ambas ocasiones.

La historia deambuló de boca en boca entre febrero y marzo de 2008 o, por precisar más, trascendió en aquel momento. Que se ambientara en dos lugares tan significativos y en muchos sentidos similares puede responder a un fenómeno de imitación o a la misma fuente, ya que nunca se sabrá la autoría del invento.

La leyenda urbana había circulado antes y volvió a emerger con fuerza en aquel 2008 previo a la crisis financiera, pero ninguno de los dos centros registró ningún capítulo de ese tipo ni mucho menos cerró sus puertas, como confirmaron sus responsables en aquel momento. De hecho, incluso en algún caso les había llegado la historia refiriéndose a su propio centro o a la competencia. El testigo, por supuesto, ni estaba ni se le esperaba; sencillamente no existía, y resultó imposible encontrar una sola fuente primaria, y mucho menos a la supuesta protagonista. Tampoco se había llamado a la policía ni se había presentado ninguna denuncia, como confirmó el propio Cuerpo Nacional de Policía.

Se trata, por cierto, de una leyenda urbana de manual: contenido sencillo e impactante, fácil de personalizar, sin fuentes primarias y con moraleja. Y muchas veces fruto de la sugestión y de la credulidad, claro. Otro asunto es su nacimiento en sí; el cómo, el dónde y el quién, la mayor parte de las veces imposibles de desentrañar. Por si no ha quedado claro, se lo repito: nunca se trató de secuestrar a ninguna niña en ninguno de los dos centros. La historia es completamente falsa.

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