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Varias embarcaciones intentan dar caza al cachalote. J. Garay
La caza del tigre de los mares

La caza del tigre de los mares

Castro ayer y hoy ·

La pesca del cachalote se inició en el siglo XVIII y era diferente a la de la ballena ya que había que ir a buscarlo aún más lejos

javier Garay

Viernes, 31 de agosto 2018, 07:36

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En otros artículos comentaremos el momento en el que se quiso hacer una expedición castreña a los mares del Sur en busca del cachalote, antes de que incluso los americanos tomasen la preponderancia de esta caza. La caza del cachalote requería otra instrucción diferente a la caza de la ballena franca. Otras herramientas, otras técnicas y otros conceptos diferentes requerían los balleneros de entonces para rendir al tigre de la mar. Aunque parezca una paradoja, cuando Herman Melville escribió Moby Dick, se empezaron a levantar las conciencias en torno a la caza de las ballenas y nunca sería igual. Cuando se habla de ballenas se incluye en el grupo a los cachalotes. Pues bien, el cachalote ni es ballena ni tiene nada que ver con estas, salvo que es mamífero. Para comprender la diferencia suelo decir que la ballena se equipara en tierra a un animal que pace como la vaca o arranca algas del fondo de los ríos, como el hipopótamo. No es agresiva y sí muy temerosa y usa sus barbas para filtrar y comer. Sin embargo, el cachalote tiene una potente dentadura solo en la parte inferior de su mandíbula. Es un gran depredador y lo comparo al tigre, denominándolo en mis charlas como el felino de los mares.

La pesca del cachalote era muy diferente a la de la ballena. Había que ir a buscarlo mucho más lejos en alta mar y las campañas de los balleneros que le perseguían duraban mucho más tiempo. Enseguida se dieron cuenta de que amaban sobre todo los mares cálidos. En 1786 empezaron a pescarlo al Oeste de África, dos años después, marinos emprendedores fueron a buscarlo más allá del Cabo Horno, del otro lado de América del Sur, y volvieron con un cargamento completo diciendo que la mar de estas zonas era «cubierta de ballenas blancas», es decir, de cachalotes. Por otra parte, los grandes viajes de descubrimientos de la segunda mitad del siglo XVIII dieron a conocer la existencia de numerosos cetáceos en diversas regiones del Pacífico. Cook, en 1775, señala grandes cantidades en los mares australes. La Pérouse vio muchos en el mar de Japón y en el Kamchatka. Poco a poco supieron cuáles eran las épocas favorables en cada zona para la ballena y el cachalote y la pesca se organizó. Fueron grandes viajes de circunnavegación que hicieron entonces los balleneros.

Los que faenaban en el norte del Atlántico, el mar de Groenlandia o el estrecho de Davis, sólo pasaban de cuatro a seis meses fuera del puerto; algunos iban a trabajar a la altura de las Azores, a lo largo de la costa de África o de la de Brasil, y sus ausencias no se hacían mucho más largas, pero otros hacían cruceros que duraban tres e incluso cuatro años. Se hacían cruceros a su pesca que circundaban los océanos.

Dejando el Atlántico Norte en abril o mayo, llegaban a Chile en septiembre u octubre siguiente, se avituallaban allí y pescaban durante cinco o seis meses en las zonas de las islas Chiloé. Remontaban entonces a lo largo del litoral americano hasta la parte septentrional del Pacífico, donde se quedaban todo el segundo verano. De allí alcanzaban la zona de pesca de Japón, manteniéndose en general en el caudal del Kouro–Sivo, la gran corriente tibia donde los cetáceos encuentran en abundancia el plancton con el que se alimentan; iban a veces hasta las Kuriles y pasaban incluso el estrecho de Bering para ir a hacer al este de Nueva–Zelanda pescas, algunas maravillosas. Bajaban luego en el Pacífico Sur, pasando por Hawai y terminaban de llenar las bodegas alrededor de Nueva-Zelanda y sobre la costa de Chile. Otros iban primero a Nueva–Zelanda y, durante el verano austral, iban a Georgia del Sur o a las islas Marion y Crozet, luego en el canal de Mozambique, a los Comores, a las Seychelles, a Indonesia y a las Filipinas, antes de llegar al mar de Japón.

Otros preferían alcanzar el Cabo de Buena Esperanza y pescar en el Océano Índico, luego en el Pacífico, remontando de Oceanía hacia el mar Amarillo y el estrecho de Bering. Según el lugarteniente americano Maury, quien a mediados del siglo XIX estudió muchos diarios de a bordo de balleneros, las zonas donde la pesca tenía más oportunidades de dar buenos resultados eran las siguientes: Para el cachalote, del Ecuador al 20º grado de latitud Sur en el Atlántico y de 20º al 30º grado Norte en el Pacífico; para la ballena franca, entre 35 y 40 grados Sur en el Atlántico y, en el Pacífico, entre 40 y 60 grados Norte, y entre 20 y 50 grados Sur. Estas zonas de pesca son ya inmensas. Sin embargo, hay que añadir las del Océano Índico y de las regiones árticas y antárticas. Prácticamente, la pesca de los grandes cetáceos se hizo en todos los mares.

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