El extraño suceso de Castro Urdiales
Leyendas de aquí ·
Un grupo de senderistas se cruzó en el Alto de Cerredo con unos extraños humanoides verdes que como llegaron se desvanecieronLa temporada 76-79 fue la de los humanoides en Cantabria. En Escalante, Isla, Puente San Miguel y también en Castro Urdiales. Ya fuera por alguna excursión intergaláctica o porque unos exploradores muy poco discretos anduvieran rastreando la zona, el caso es que al parecer se vieron humanoides por todas partes. Los del alto castreño de Cerredo, una de las lomas que dominan la ciudad, aparecieron una mañana de verano de 1978. Poco después de las diez de la mañana un grupo de ocho amigos que hacía una ruta por el monte observó algo extraño por la zona donde se encontraba la cabaña Múgica, un refugio para el ganado ya inexistente: dos figuras aún lejanas, pero que parecían pasear u observar la zona acompañados por un par de animales que podían ser caballos.
Había algo extraño en ellas, la curiosidad pudo más que el miedo y decidieron detenerse a observar. Así fue como comprobaron sobrecogidos que lo que tenían a algo más de 600 metros no eran personas. Sí unas figuras con características humanoides. Con extremidades; tanto brazos como piernas, pero no humanas.
Desde la lejanía, su tez parece tener un tono verde, el mismo que el de la luz refulgente que parecen emitir o que les envuelve. Visten una especie de mono o buzo y la distancia impide distinguir cómo es su rostro e incluso si lo tienen o no. Interactúan y parecen también tocar o acariciar a los caballos hasta que de pronto se paran y se giran: les han visto.
De pronto, las figuras comienzan a aproximarse hacia ellos. Con rapidez pero no apresuradas. Sin correr, pero con largas zancadas, como si por momentos flotaran o se deslizaran sobre el suelo, «como astronautas». Lo más inquietante es que ambas figuras parecen fusionarse por momentos para separarse después de nuevo en un movimiento de zigzag que acompaña a su avance ladera abajo.
Abrumados, los senderistas cambian de camino, pero una vez superado el sobrecogimiento la curiosidad vuelve a ganar al instinto de supervivencia y deciden regresar a la zona para comprobar qué era aquello. O quiénes eran esos curiosos personajes que se movían mientras sonaba un ligero zumbido, como el sonido de arranque de una moto, pero más atenuado.
Ya no hay nada. Absolutamente nada. Ni sonidos ni figuras ni animales, así que deciden quedarse a comer allí mismo e inspeccionar la zona en busca de algún rastro y, sobre todo, de alguna explicación. Así fue como encontraron una llamativa huella de cerca de medio metro de largo (el testigo habla de unos 45 centímetros, puesto que tomó referencia y lo comprobó después en casa) similar a la de una herradura, pero no la de una herradura, sino algo diferente con unos círculos en su interior.
Así fue como volvieron a casa, con el susto en el cuerpo, la ruta completada, mucha curiosidad y una anécdota que contar, pero con mucha prudencia, para evitar las burlas o que les tomaran por locos. De hecho, la mayoría nunca lo contó públicamente, sino solo en su pequeño círculo y con enorme prudencia.
Esta es al menos la información recogida por el Ciove, la asociación con sede en Santander que se dedicó a investigar este tipo de historias en Cantabria desde finales de los años sesenta hasta bien entrados los ochenta en Cantabria, y que a su vez hace referencia al informe de una agrupación análoga de Sestao: el Grupo Alfa.
El problema es que el texto de 1987, que hace además referencia al original de 1985, se publicó muchos años después del fenómeno que relata –así lo explica el propio documento– y que la base testifical tampoco es muy sólida. Utiliza como fuente un solo testimonio, según se explica en el propio original, porque el resto de implicados prefieren no hablar para evitar las burlas. Tampoco existen fotografías ni ningún tipo de prueba, porque tampoco se trató de preservar o se obtuvo una imagen o molde de la huella. Ni siquiera otra fuente o grupo corrobora los hechos.
Pero el relato quedó allí, haciendo referencia a esa gran temporada de humanoides que pareció sucederse por la costa orientas de Cantabria. Si fue fruto de la sugestión, una pareidolia, algún tipo de broma, una invención, una pareja de guardias civiles o, efectivamente, la aparición de unos seres extraños que después poco menos que se desvanecieron en el aire. Todo lo más, se puede aventurar que no eran remeros, pero nunca se podrá afirmar con certeza qué fue aquello, máxime con un paso de los años que contribuye a enterrar cualquier tipo de verdad. Lo que parece claro es que a las orillas de ciertas zonas de la N-634 los humanoides estuvieron durante un tiempo más de moda que los pantalones de campana.
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