Roma, puerto y mar llana
Castro de ayer y de hoy ·
Nuestra costa es refugio y es escarpada, acantilada, con múltiples playas e inmensidad de pedregales«En el más abrigado recodo del profundo seno que el Cantábrico forma, entre los cabos Quejo y Machichaco, y casi a igual distancia uno de otro frente por frente de la dilatada línea de costa que desde el abra de Bilbao se extiende hasta la punta de Villano, al pie de la elevada sierra de San Pelayo, la más saliente y menos áspera de las estribaciones del monte Cerredo, tiene su asiento la villa de Castro Urdiales»... Así comienza, Javier de Echeverría en la revista De Cantabria y en la sección de artículos en prosa publicada en julio de 1890 este pequeño pasaje en que tantos y tantos historiadores han coincidido.
Son muchas las referencias y muchos los historiadores que sobre Castro Urdiales a través de los tiempos han resaltado sus «innegables cualidades» como puerto de refugio y salvaguarda de la mar. No pretendo negar estas cualidades que sí existen, aunque como nunca se hizo un estudio previo de ellas, los errores para tal apreciación son enormes, haciendo que con su mala interpretación se confunda con la auténtica realidad de nuestro entorno.
Mar Llana es parte de nuestra redondilla, de nuestra leyenda castreña: «Castillo, Puente y Santa Ana, Nave, Ballena y Mar Llana, son de Castro la Leal. Castro soy, Castro he sido, Asiento firme en Montaña y a la Corona de España con Lealtad siempre he servido» y así la cantamos los castreños. El puerto de Castro Urdiales está inmerso en un seno, dentro de dos puntas costeras. Una de estas puntas es la que cae al nordeste de nuestra posición geográfica castreña, llamada punta o cabo de Villano en territorio de Vizcaya, que da entrada al cabo de Machichaco más al Este y no nos perturba ni nos da favores reseñables.
La otra es la del cabo de Santoña que se encuentra casi al Oeste verdadero de Castro, encontrándose un poco más al oeste la de cabo Quejo. Estas puntas sí que ofrecen salvaguarda marinera a los impetuosos vientos del Oeste y todos sus cuadrantes y, sobre todo, es el cabo del monte de Santoña el que corta gran parte de los tiempos que azotan nuestra costa por el citado cuadrante. Nuestra costa es escarpada, acantilada, con múltiples playas e inmensidad de pedregales donde mueren parte de las resacas que nos azotan del Norte y más cruentamente del noroeste. En algunos parajes la costa es altísima y los montes de Candina, Cerredo, Sierra de Pando, Ventoso y el mismísimo monte de Dícido forman una maravillosa frontera eólica. Todos estos fenómenos naturales que nos acompañan ejercen un abrigo natural o socaire en nuestra concha o bahía a los vientos que desde el Sur, Oeste y sudoeste que corren por ella.
Otra cosa son los vientos de la mar, los temidos nortes y épicos noroestes. Estas brisas corren en la mar con toda su intensidad libre de obstáculos y baten ceñudos con toda su furia nuestras costas, diques y muros, sembrando destrucción desde los tiempos inmemorables hasta la actualidad. Es sobre todo dentro de nuestro puerto, ubicado cara al Este, donde los vientos que corren del suroeste al oeste se dan la característica más favorable que ejerció y ejerce nuestro entorno para los buques o pesqueros que necesitaron de amarre o fondeadero a través de los años. Sin embargo, al Este de Castro en toda nuestra costa, desde Cotolino, hasta Ontón y desde Ontón, a Villano (a sotavento nuestro), estos vientos citados se hicieron mortales.
Castro Urdiales, por supuesto que prestaba abrigo y refugio para los vientos del Oeste y sudoeste y también a leves vientos del noroeste, producto de esas galernillas que aquí se forman, pero nunca estuvimos ni estaremos ( en cuanto a mar de fondo se refiere y eso que estamos protegidos por el rompeolas) protegidos de los noroestes, que como producto de esas grandes bajas presiones que nos azotan desde el Atlántico, con sus grandes «fetch» y nos mandan a veces tanta mar de fondo que se llevan el puente de piedra, hunden pequeñas embarcaciones y las resacas que entran en la bahía y dársena transforman la plataforma o línea de marea de una bajamar a otra.
Castro sí que ofrecía posibilidades, pero no como pretenden los profanos en la actualidad de que estábamos y estamos protegidos hasta del furioso Norte. Ahora, hoy mismo, mañana, siempre y mientras ustedes lean esto, puede estar aconteciendo en Castro una vorágine de mar y olas. Esta era la auténtica tragedia para nuestro puerto, no había ninguna circunstancia favorable de seguridad, solo mantenerse al pairo de ciertos molestos y pasajeros vientos o arribar in extremis, para salvar las barbas, antes de perderse hombres y naves sotaventeando al este.
El comportamiento de mar y viento son, en su totalidad, diferentes a lo largo de las costas según su orografía. Algunos de los vientos que en nuestra concha se hacen asocairados, en otros puertos no se puede encontrar pairo, como por ejemplo el abra de Laredo, que con vientos del Oeste o sudoeste corre con toda la libertad, entrando por la parte de tierra del monte de Santoña como un cañón, siendo perjudicial para los buques que quieran fondear en su inmensa abra. Sin embargo, a los vientos del noroeste sí le encuentras pairo para fondear. En cuanto a sus condiciones estratégico-militares tuvo una proyección muy limitada, primero en cuanto a su entorno, que resultaba con sus atalayas y peñones tan favorablemente protegida más favorable tanto más que sus defensas balísticas.
El subtítulo «Y Mar Llana» corresponde también a la voz: 'A Castro o al cielo'. «Mar Llana» es la que hacen como propia los pescadores y marineros castreños, ya que Castro no solamente está aprobado a la mar, sino que, por babor, por estribor, por amuras y aletas, por proa y por popa y hasta nuestro penol está impregnado de mar y de salitre. Como dice el padre Henao: «Desde la más tierna edad, los niños de Castro sienten inclinación por las cosas de la mar». Todo está a la mano y desde sus viviendas, a veces maltratadas por las olas, se divisa la mar en toda su dimensión. Son atalayas complementarias a las naturales, se vive la mar en toda su intensidad, las tragedias, la pesca, las guerras, el comercio, todo forma simbiosis, todo está tan intrínsecamente relacionado que el castreño, si no era marino, no era nada. Antes que mozo era pescador, después de marino, comerciante, descubridor, pirata, corsario y ballenero. Con su dedicación desde la más tierna edad, desde luego que allanaba la mar, la hacía llana por sus virtudes nautas. «Mar Llana» por supuesto que refleja el testimonio vivo de vivir la mar en toda su intensidad.
Para comprenderlo, nada hay como hacer mención a un escrito de un cronista local, quien llevado quizá por el «sentimiento patrio» (y yo lo respeto), llego a afirmar lo siguiente durante un invierno muy duro en un diario de la provincia: «Qué bravos son los marineros de Castro, que mientras los pescadores de otros puertos de Cantabria estaban con sus flotas amarrados en puerto, los de Castro no perdían días de mar». Yo la verdad que doy testimonio de esta bravura, pero la de los demás pescadores de esos otros puertos no le van a la zaga, es más, si salen de pesca con mal tiempo, arriesgan más que ellos en la mar, porque salían a la mar en puertos de difícil acceso y con barra y su costa que es geográficamente mucho más peligrosa. Basta mirar si no a las estadísticas de naufragios y se puede confirmar. Ya que el comportamiento de los vientos por nuestra configuración geográfica es para ciertos vientos del todo favorable y cuando había favor para pescar en una época en la que salir a la mar era ya de por si cosa de osados, hacerlo con tiempos regulares era imposible. Con un viento moderado del sudoeste o del Sur, todos los puertos que se encontraban desde Laredo para el Oeste, se hacía imposible la salida a la mar. La vela y el remo no podían obrar milagros. Santander, San Vicente de la Barquera y otros muchos veían como al cabo de muchos días al año, sus barcos no podían salir a la mar porque muchas veces se les hacía harto difícil hasta embocar. Sin embargo, en nuestro entorno con estos vientos se podía pescar en las pequeñas calas como Mioño, Urdiales, nuestra concha y playa, donde a veces lo prohibían las Ordenanzas Reales por la frecuencia con que se practicaba la pesca.
Decir «Mar Llana» es también resaltar el placer que la costa de Castro ofrece en sus proximidades y lo positivo de efectuar tareas de pesca en sus cercanías, ya que el comportamiento de ciertas bajas presiones, por nuestra configuración geográfica, son del todo favorables y aquí se dice de algunos malos tiempos que «pasan por fuera». No olvidemos que nuestra costa se mete mucho al Sureste. Muchas veces, los pesqueros que salían a los playones a calar sus volantes a pescar merluza encontraban mal tiempo y se metían a tierra encontrando en las cincuenta brazas (cinco millas de la costa) buen tiempo. Pero, sobre todo, es el abrigo que se siente en la mar, en la costa de nuestro puerto. Salir a pescar con mar de fondo y sin brisa en Castro se hace libremente, pero ni Santander ni San Vicente pueden hacerlo por su entrada peligrosa. Y si es mar de fondo gorda, hasta Laredo y Santoña tienen problemas para hacerse a la pesca.