El Arca de la Alianza está en Liébana
Un grupo de investigadores de lo paranormal la buscó en Santo Toribio tras conocer un relato del siglo XVII de Francisco de Sota
Erudino dijo a Jano: Sube a Peña Cabarga y espera allí, y te daré las tablas de piedra con los mandamientos. Cuando bajó al pie del monte, Jano se encontró que los cántabros estaban adorando una tudanca de oro. Y preso por la rabia de la idolatría los reprendió arrojando las tablas al suelo. Y le dijo Erudino: lábrate dos tablas de piedra como las anteriores y yo escribiré de nuevo las palabras. Y Jano estuvo allí cuarenta días y cuarenta noches. No comió anchoas ni bebió agua de Solares. Y escribió en las tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos.
El pasaje bíblico no es así, pero bien merece el trasunto un viejo mito bastante soterrado, pero que emerge con cierta asiduidad. No solo el Jardín del Edén estaba en Peña Sagra, como defendía un Rivero-Meneses que también se apuntó a esta otra teoría, sino que el arca de la alianza también se esconde desde hace más de un milenio en una cripta bajo el altar principal del Monasterio de Santo Toribio de Liébana.
Todo debió suceder entre el siglo VIII o el X, porque hay un pequeño lío de fechas y no está claro si el conde de Lebeña regresaba de saquear Jerusalén, huía de la invasión musulmana y llegaba de comprar tabaco. Y si lo hizo con su amigo Toribio de Astorga o simplemente trasladó dos siglos más tarde los restos del santo a Liébana junto a otra reliquia: el lignum crucis.
La versión más académica, si es que se puede utilizar esta expresión dice que el Arca de la Alianza lo trasladó a Liébana en el siglo IX el conde de Santa María de Lebeña junto a los restos del obispo Toribio de Astorga, aún no canonizado y que da actualmente nombre al monasterio, y el ligmun crucis. Las reliquias se escondieron en una cripta a salvo de razias en un lugar recóndito, extremadamente desconocido y de difícil acceso para las tropas musulmanas que habían invadido la Península Ibérica dos siglos antes. Aunque también se ha interpretado que el conde, cuya identidad histórica es confusa, llegara dos siglos antes, aún con Toribio vivo, a Camaleño.
El origen del mito está muy claro: la 'Chronica de los principes de Asturias y Cantabria» de fray Francisco de Sota (Puente Arce, 1605-Madrid, 1680), escrita en el monasterio de San Martín, donde trabajaba como cronista de la corte de Carlos II. Sota asegura precisamente eso: que a su regreso de Jerusalén el conde de Santa María de Lebeña y Toribio de Liébana se llevaron de recuerdo unas cuantas reliquias, entre ellas al arca.
Sin embargo, Gonzalo Gómez Casares identifica a este conde de Lebeña con Alfonso Froilaz, hijo de Fruela II y probable rey de León. De ser así, las fechas no cuadran, pero qué importa eso cuando se habla de mitos. El asunto es que un par de siglos arriba, un par se siglos abajo, debieron enterrar las reliquias bajo los cimientos del antiguo monasterio.
No termina aquí la historia. Años después el conde decidió recuperar el fragmento de la cruz de Jesucristo de San Martín de Turieno, que así se llamaba en aquella época el monasterio, para trasladarlo a Santa María de Lebeña. Asaltó el templo con un grupo de soldados, pero cuando entraron a la cripta una formidable luz les deslumbró y dejó ciegos de por vida, en una intervención divina para evitar el saqueo.
A finales del siglo XX se trasladó a Cantabria un equipo de investigadores de lo insólito que aseguraban que lo que el conde buscaba no era –o no solo– el lignum crucis, sino también las tablas con los mandamientos. Y es que por descacharrante que suene la historia, en los años noventa un grupo de investigadores estadounidenses se desplazaron a Cantabria precisamente para buscar el arca. Aseguraban que estaba escondida en una cripta bajo el altar principal.
Jesús Hoyos Arribas dejó testimonio de la visita en un texto firmado en el diario Alerta el 18 de septiembre de 1994. Un grupo de cinco investigadores estadounidenses de lo insólito y el ufólogo suizo Erich von Däniken, un personaje iconoclasta incluso en el mundo de las indagaciones especiales, se apostaron en Camaleño para buscar las tablas de la ley. Hoyos cita a Críspulo Cortés, un torrelaveguense que años atrás había vivido en Suiza y trabado amistad con Von Daniken y que al tener noticia del incunable de Sota le habló sobre él. A partir de ahí se hiló una historia que terminó con una expedición de la Asociación de Astronomía Antigua, como el propio Cortés, ya anciano, narró de nuevo en 2016 a 'Cantabria oculta', el podcast de Antonio Gutiérrez-Rivas, Juan Ramón Cayón y Alberto Martínez Beivide.
No tuvieron ningún éxito, porque alguien en el monasterio debió poner un poco de cordura y no permitió iniciar las investigaciones. Claro que siguiendo la lógica los parainvestigadores podrían preguntar por qué, si había un fragmento de la cruz de Jesucristo, no podía estar también allí el Arca delAlianza.
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