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Imagen de la avenida principal, donde se concentró parte de la actividad comercial de la villa. Javier Rosendo
Letreros que cuentan una historia

Letreros que cuentan una historia

Cabezón de la Sal ·

Cabezón de la Sal conserva auténticas piezas de museo con más de cincuenta años de antigüedad, un vestigio de lo que el municipio fue en otro tiempo

Lucía Alcolea

Cabezón de la Sal

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Miércoles, 16 de enero 2019, 07:27

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Hay letreros en Cabezón de la Sal que permanecen en el mismo sitio desde hace cincuenta años. En los que la lluvia, el viento, la nieve o el sol han causado desperfectos, descascarillado el color u oxidado alguna esquina, pero los letreros siguen ahí, inamovibles, viejos, gastados, testigos de lo que ha sucedido y de lo que no.

El aire en la mercería de Marisol se cuela por debajo de la puerta. El suelo es de terraza y los percheros redondos sobre los que cuelgan prendas de hace medio siglo completan el aspecto 'vintage' de uno de los pocos comercios con historia que quedan en Cabezón. Huele a humedad, los colores no tienen vida ni aliento y sin embargo, el conjunto desfasado conserva cierto encanto. Fuera, hay un cartel del año sesenta y tantos: 'Mercería Marisol Perfumería'. Ya no hay perfumes y en la tienda está la nuera de Marisol, que tan solo baja (su vivienda está encima de la tienda) de vez en cuando, para comprobar que todo continúa más o menos igual. Las etiquetas naranjas de los noventa, las cajas desgastadas con la tipología de otra época, las blusas con hombreras que eran el último grito.

A las once y media de la mañana del martes, Marisol tendía las sábanas de franela en el balcón. ¿Cómo se apellida usted? «Me apellido Echevarría, pero lo que vas a publicar ¿me va beneficiar o a perjudicar? porque no me fío...», respondía. «Voy a cerrar la tienda, porque yo ya llevo jubilada desde mayo, que tengo 77 años y ya estuvo bien de pagar autónomos ¿no crees? porque además no se vende nada y los negocios están todos fracasados, que ahora todo se compra por Internet y así estamos, que no pintamos nada». El final de las sábanas casi roza el toldo de rayas verdes y blancas de la tienda. Pone liquidación y está muy gastado. Junto al escaparate, hay una papelera azul de las que apenas se ven ya por la localidad. Testimonios inertes de otro tiempo.

Cerca de la mercería de Marisol está la tienda de electricidad Román Barona, que es otro romántico de los auténticos. Tanto, que colecciona televisiones y radios antiguas. El cartel de su comercio es también histórico. «Pone Radiola-ra, que era una marca de radios y teles, una filial de Filix», explica. El letrero tiene más de cincuenta años y aún emite luz por la noche, «aunque podría funcionar mejor», dice el experto, que aprovecha para mostrar sus reliquias.«Mira esta radio del año 1931» y señala una antigua radio en una balda alta dentro de su establecimiento. «Se la regaló Luis del Olmo a Alfonso Ussía». Lo de cómo ha terminado entre sus manos «prefiero que no se publique».

Javier Rosendo
Imagen principal - Letreros que cuentan una historia
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Imagen secundaria 2 - Letreros que cuentan una historia

La zapatería Pichi es el tercer ejemplo de comercio antiguo. En la Avenida de Cantabria se ubica el antiguo almacén que hace cincuenta años hacía de tienda (ahora está en frente) y donde aún permanece el rótulo de la zapatería. «Cuando lo pusieron yo tenía trece años», afirma el propietario, José Alberto, que está algo molesto porque el día de la Olimpiada del Tudanco «lo rompieron con un palo». Él no lo vio, pero se lo han dicho. El letrero continúa en el mismo sitio, pero roto. «Antes al lado del almacén, que era donde teníamos la tienda, estaba la peluquería de Basi», recuerda. Ahora hay una tienda infantil. Los paisajes cambian ante las miradas, que siguen siendo las mismas.

Pero aún así, hay puertas que abren mundos de recuerdos. La del bar Portugal está cerrada a cal y canto. Han colocado una sucia tabla de cartón y carteles de campeonatos de fútbol que ya pasaron. También hay una hoja de papel en la que pone «venta de hielo». Está obsoleto y olvidado. El letrero es naranja con letras azules: 'Bar Portugal'. Lo abrieron los tíos de Gabi Portugal, Pely y Begoña, en el año 1962. «Antes era una tornería y un garaje de bicicletas», recuerda Gabi. «El bar se abría desde por la mañana hasta por la noche y era uno de los lugares más frecuentados de Cabezón». Y Gabi empieza a nombrar algunos otros sitios de entonces: «como el Sampeti, el de Los Picos de Europa, la Cabuérniga, el Politena, el Teli...». Es una fotografía de otras vidas.

Javier Rosendo

Y está el cartel de la mercería de Encarnita, mítico, rojo, como dando la bienvenida al centro del municipio. La ahora propietaria, María Isabel Salas, asegura que «es del año 1977 o 1978». Está sobre la parte de atrás de la tienda, que ahora es almacén. En el escaparate hay un maniquí con una combinación, algunos tablones para que no se cuelen las miradas y muñecas con rostros impenetrables. «El rótulo es parte del encanto de la tienda», señala la propietaria. Además, es grande y vistoso. Una buena técnica de márketing.

Javier Rosendo

Hay más carteles, como el de la Fonda Picos de Europa, último vestigio de lo que fue uno de los lugares más famosos de la localidad. El de la peluquería de señoras Carmen, tan diferente de lo que uno puede encontrarse hoy en día. Ya lo dice Román Barona, «que nostálgicos quedamos pocos, porque ahora la gente se tiene que poner al día si quiere vender, por eso casi nadie conserva estas cosas. Yo es que le doy mucho valor», apunta mientras suena una radio de los años cincuenta. Los antiguos carteles conviven en el municipio con las nuevas tecnologías, las luces led, los cambios que se suceden continuamente y el moderno siglo XXI.

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