Los museos de Cabezón reviven con el interés de los escolares
La reanudación de las excursiones estudiantiles permite a la villa mostrar todos sus recursos culturales o naturales de manera didáctica
El césped recién cortado, como un manto de terciopelo verde, los pájaros cantando, el sol derritiéndose sobre el tejado de las cabañas y las voces estentóreas de un grupo de escolares. El Poblado Cántabro de Cabezón de la Sal rebosa vida. Después de estar tres largos años cerrado, el centro de interpretación que muestra cómo vivían los antiguos cántabros revive esplendoroso. Y lo hace acompañado del resto de museos del municipio. La reanudación de las visitas organizadas de grupos de alumnos de diversos centros educativos de Cantabria -se habían suspendido por la pandemia- suponen una oportunidad para que Cabezón saque todo su arsenal turístico -dispone de seis museos y varias rutas patrimoniales y naturales- y aproveche el potencial de sus atractivos como recursos didácticos.
Ochenta estudiantes de 1º de la ESO del colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Santander visitaron esta semana el poblado, el calabozo del siglo XVIII y el casco histórico de Cabezón. El museo de los antiguos cántabros apenas lleva abierto al público un mes, desde Semana Santa -recibió unas 500 visitas en cuatro días-. La presencia de público adolescente, o de público a secas, en el interior de las cabañas termina al fin con la desolación que se ha venido germinando en este espacio, situado en un alto a la entrada del municipio, desde que en 2019 las fuertes lluvias que provocaron inundaciones dejasen las construcciones destechadas y el suelo empantanado.
La experiencia de los chavales en el poblado fue como una clase práctica. Estaban entusiasmados, pletóricos, habladores. No solo por el encanto del enclave, que también, sino porque era la segunda excursión que realizaban este año. La segunda. Después de mucho tiempo sin salir del aula. Sin llevar bocadillo de tortilla en la mochila y comer en el suelo de un parque como el Conde San Diego de Cabezón de la Sal. «Es fantástico, además de que se encuentra en maravillosas condiciones», decía María José Hernández, la tutora de los alumnos, sobre la visita al poblado. «Se trata de una actividad de gran interés educativo, ya que la forma de vida de los antiguos cántabros es un tema que estudian en la asignatura de Geografía e Historia, y es un honor disponer de este patrimonio en nuestra tierra», añadía.
Además de los centros de interpretación, el municipio ofrece rutas patrimoniales y naturales
Ya en la entrada al calabozo del siglo XVIII, en el centro del municipio, un grupo de alumnas se arremolina en torno a la periodista, ansiosas porque aparezcan sus nombres en el periódico. Patricia Bercedo, Sofía Palacio, Daniela Valdés, Belén Bercedo, Elena Bannatyne, Adriana Palacio, Lucía Gutiérrez, Martina Rodríguez-Parets. «¿Cuándo sale publicado?», preguntan. «Lo compro seguro». Son rápidas en las respuestas. «Ahora tenemos de todo y vemos cómo vivían nuestros antepasados y nos damos cuenta de que era una vida complicada», opina una. «Resulta sorprendente que habitaran estas cabañas y aprendieran a defenderse y que nosotras no sepamos dónde está el Norte y el Sur si nos adentramos en un bosque», argumenta otra. Sobre la excursión, están encantadas. «Habíamos olvidado lo que era ir en autobús con tus compañeros, mezclarnos con alumnos de otros cursos, disfrutar aprendiendo...».
«Chicas, tenéis que agachar la cabeza», avisa Sheila de Cos, una de las guías. Toca adentrarse en las claustrofóbicas estancias del antiguo calabozo. Hay dos salas. En la primera, la silla y la mesa del carcelero, velas («porque aunque estamos en el siglo de las luces, no existe la luz eléctrica», remarca Sheila), dos plumas y un armario. La penumbra parece tener presencia física. La segunda estancia es el calabozo. Paredes de dos metros de profundidad, oscuridad, dos tablones para sentarse y una reja por donde se les daba de comer. «Aquí permanecían encarcelados hasta que salía la sentencia y solía ser por delitos de orden público». También pasaban por el calabozo de Cabezón los que cumplían condena en galeras. Los estudiantes escuchan la historia maravillados por lo inusual de la experiencia. Están en una sala cuadrada, a oscuras, sentados sobre troncos e imaginándose qué pensarían si fueran presos de verdad. Es una de las cosas que ofrece Cabezón.
«Que vean el calabozo es interesante porque les permite hacerse una idea sobre cómo era la justicia en el siglo XVIII y pueden sentirse presos por unos minutos», comenta Sara, la directora de la Oficina de Turismo, contenta porque «por fin volvemos a la normalidad». Las visitas de escolares «son un revulsivo en temporada baja». En esta ocasión, la oferta incluye además un paseo por el centro del municipio con el fin de identificar y conocer las construcciones más representativas. Luego comida en el parque y vuelta a casa. Y es que la educación «no solo consiste en la parte académica, sino en aprender a relacionarse, a socializar y a saber estar; y este tipo de salidas suponen una magnífica oportunidad para desarrollarse como personas», termina la tutora del centro educativo. El futuro depende de estos jóvenes.
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