Quién se comió la ballena
LEYENDAS DE AQUÍ ·
La rivalidad entre Laredo y Santoña cobró una nueva dimensión tras la aparición de un cetáceo en 1942Secciones
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LEYENDAS DE AQUÍ ·
La rivalidad entre Laredo y Santoña cobró una nueva dimensión tras la aparición de un cetáceo en 1942La noche del 2 al 3 de noviembre de 1942 un pescador de Santoña observó a un enorme animal a la deriva. Se las apañó para atarlo con un chicote y llevarlo a la costa. Hay quien dice que antes tuvo que rematarlo. Por la mañana todo el pueblo se agolpaba para ver la ballena. La imponente figura del cetáceo lo era más en los tiempos del hambre.
A la mañana siguiente no quedaban ni los huesos. «Se la comieron los de Laredo, que son unos muertos de hambre», dijeron en la villa al no ver ni resto del animal. «Han venido por la noche y la han robado». Al otro lado no eran más amables. «Los de Santoña, que son unos tiñosos, se hicieron peines con los huesos… después de comerse la carne». Y la historia degeneró en leyenda, hasta que el maquillaje de los años dibujó en Laredo otra versión por la que el cetáceo habría llegado a La Salvé y los santoñeses hecho una especie de incursión para robarla.
Pero, ¿quién se comió la ballena? La respuesta está bien clara: los de Laredo. Siempre que se pregunte en Santoña. Porque como bien aseguran los pejinos, fueron los santoñeses. Unos y otros lo saben de buena tinta, con certeza; se lo contó en su momento un abuelo que estuvo allí; o uno que tenía un abuelo que estaba allí. En realidad, lo contó el abuelo de un amigo que tenía un amigo que decía haber estado allí. O casi.
La fabulación más extendida reconstruye incluso la llegada del animal. Según la tradición oral, la ballena quedó varada sin que mediara intervención humana. Sencillamente habría aparecido allí para morir víctima de su propio peso. Ni siquiera se ponen de acuerdo en las dos villas sobre la fecha de llegada del animal, puesto que existe una versión, la buena, que la sitúa en Santoña el 3 de noviembre de 1942, a pesar de que otras fuentes lo consignan incluso un año después: el 30 de octubre de 1943. O la data es errónea o quedó, además, atrapada en el tiempo. Cosa de las versiones desvirtuadas, como las 'covers' de Pitingo.
Después la trama se complica. Al parecer, los presos del penal de El Dueso salieron en colaboración con los vigilantes de descubierta para sacar, literalmente, tajada. En la España del hambre parece incluso creíble si no fuera porque también eran tiempos de posguerra y represión, con muchos presos políticos y de guerra, lo que hace poco verosímil que se les permitiera salir de excursión gastronómica.
En realidad todo es más sencillo y prosaico. Así lo narraba El Diario Montañés: «Una ballena ha aparecido esta madrugada, entre dos aguas, en la bahía de Santoña. El enorme cetáceo mide quince metros de largo y cuatro y medio de perímetro, y su peso es aproximadamente de 5.000 kilos –eran muchos más–. Se supone que fue herida por una mina o por una bomba de aviación, y que, sin fuerzas para nadar, fue arrastrada por las aguas hacia esta costa. Fue vista desde la pequeña embarcación que tripulaban el muchacho de quince años Miguel Casal y el pescador Octavio Valle, que se dirigieron al lugar donde estaba, consiguiendo rematarla y hacerla llegar a la playa».
La carne se subastó en lonja y se conocen incluso los nombres de los empresarios que la compraron. Una parte fue adjudicada a conserveros santoñeses, un camión viajó a Laredo, otro a Balmaseda y alrededor de otra tonelada se envió al acuartelamiento del Ejército en Burgos para alimentar a la tropa, mientras que el aceite tuvo como destino Barcelona, donde se aprovechó para la industria cosmética. Vamos, que se la comieron entre todos, como en la canción de Nacho Vegas, aunque aquella es otra historia. Una historia que como esta tiene algo de ficticio y algo de real.
Por cierto; en el Museo Marítimo del Cantábrico, junto a la huidiza playa de La Fenómeno, se expone un enorme esqueleto de ballena. Imponente, colosal, magnífico. Es, como bien dice el saber popular, el de aquella ballena que se comieron mano a mano pejinos y santoñeses. Mola, ¿verdad? Pues tampoco es cierto. El esqueleto del Marítimo llegó a la bahía de Santander en 1898, como tiene consignado el propio museo. De la de Santoña se sabe que la cabeza sí que se envió a Santander para estudiarse. Del resto del animal, descartada la teoría de los peines, poco se sabe.
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José Luis Sánchez Noriega | Santander
Claudia Turiel y Oihana Huércanos Pizarro (gráficos)
Óscar Beltrán de Otálora y Josemi Benítez (Gráficos)
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