El jinete maldito de Santoña
Leyendas de aquí ·
Los días de galerna, la figura del joven y traicionero Íñigo Fernán Núñez se aparece junto al Faro del CaballoEl Faro del Caballo, en Santoña, tiene un curioso merodeador. Un hombre que lo ronda a lomos de un enorme delfín desde tiempos inmemoriales. Es el espíritu maldito de un joven condenado a rondar allí por toda la eternidad desde hace siglos, antes incluso de que el faro entrara en servicio en 1863: desde que se despeñó desde lo más alto de una antigua fortaleza de la que ya no queda ni rastro, pero que estuvo en lo más alto del acantilado al que ahora se asoma el faro, reconvertido en atractivo turístico desde que dejó de utilizarse en 1993. La leyenda, que ofrece nombres concretos pero no se puede ubicar en el tiempo –circula una versión que la data hacia el siglo XII– y ni siquiera es posible localizar la situación del castillo o fortaleza a la que se refiere, dice así:
Rodrigo de los Vélez, un caballero cristiano de la orden de la Santa Cruz, casado en segundas nupcias con una dama llamada Dulce Saldaña, mucho más joven que él, tomó bajo su protección a un joven llamado Íñigo Fernán Núñez, un pagano o cristiano converso a quien su familia había puesto a su servicio en pago de una deuda.
Pese a los recelos que despertó la presencia de un hombre mucho más joven viviendo con el matrimonio, en especial dada la juventud de la mujer, todo marchó bien hasta que un día el rey de Castilla –un rey de Castilla– le convocó de nuevo en armas para una campaña contra los musulmanes y después de un año de campaña el enemigo le hizo preso. Tanto impactó la noticia a doña Dulce cuando llegó a sus oídos que terminó por caer en depresión hasta rozar la locura y perder la razón.
Íñigo vio entonces clara su oportunidad y se hizo con el mando de la casa, gestionando como propio el caudal y las tierras de su antiguo señor, pero no satisfecho con eso quiso sustituirle también en el dormitorio. Así fue que una noche entró en su cámara, pero la joven, en un momento de lucidez en medio de su desvarío se dio cuenta de lo que sucedía, le rechazó y huyó.
El joven no estaba dispuesto a aceptar la negativa y salió corriendo tras ella mientras doña Dulce tomaba la peor decisión posible: subir escaleras arriba hasta quedarse acorralada en lo alto de la torre; una ratonera de la que ya no tenía escapatoria.
Cuando al ver a Íñigo llegar también a la almena se dio cuenta de que ya no tenía escapatoria posible, así que en lugar de rendirse prefirió, llevada por la desesperación o por su locura, terminar con todo. Cuando el joven se abalanzaba sobre ella para tratar de llevarla dentro a la fuerza se las arregló para arrebatarle en el forcejeo el puñal que llevaba a la cintura y lo utilizó contra ella misma para quitarse la vida.
El joven Íñigo, conmocionado, quiso retroceder, pero un golpe de viento le desequilibró para precipitarle contra el barranco. Sin embargo, antes de caer al mar y morir tuvo tiempo de escuchar cómo la moribunda Dulce Saldaña le maldecía con una condena de vida eterna allí, junto a los acantilados de Santoña, que desde entonces patrulla a lomos de un delfín.
Desde aquel día, cada vez que una galerna azota Santoña se puede ver la figura de Íñigo Fernán Núñez galopando al lomo de un enorme delfín, en cumplimiento de la maldición a la que fue condenado en sus últimos instantes de vida.
La leyenda, o una versión de la leyenda, sitúa la historia en el mismo lugar que ahora ocupa el Faro del Caballo, solo que unos siglos antes. Sin embargo, eso no cuadra con la versión más extendida del relato, que sitúa la fortaleza en lo más alto de la fachada marítima santoñesa –y puede también que de Cantabria y de todo el Cantábrico– y no en la comparativamente poco elevada especie de península rocosa sobre la que se alza ahora el faro.
No ha quedado ningún vestigio de fortaleza medieval alguna que respondiera a esas características, coronando un risco en la peña de Santoña y probablemente próxima al faro por su situación en la cabecera de la bahía.Esto no quiere decir que no existiera, pero la fortificación o edificio militar más antiguo del que ha quedado huella (el relato habla de unas ruinas) es la Batería de San Felipe, que data de mediados del siglo XVIII, con lo que no coincide en el tiempo con la ambientación de un relato impregnado de romanticismo.
En realidad se trata de una leyenda clásica, la del jinete fantasma, que en Cantabria también se importó al panteón del inglés, en Santander, pero con la particularidad de que en este caso en espíritu no cabalga a la grupa de un caballo, sino a lomos de un delfín. Si la historia encierra al menos un resquicio de verdad resulta imposible de cotejar, pero, al fin y al cabo, a quién le importa a estas alturas. El relato legendario resulta mucho más atractivo.
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