Cierra Gutiérrez Ugarte, el último bar de San Pedro del Romeral
Medio rural ·
La falta de relevo y el agotamiento han llevado a la familia que regenta el conocido restaurante a tomarse un respiroELENA TRESGALLO
Domingo, 3 de julio 2022, 07:39
Casa Gutiérrez Ugarte, el último bar-restaurante que quedaba abierto en San Pedro de Romeral echa el cierre el próximo sábado, 9 de julio, y, de alguna manera, deja huérfanos de su compañía y buena cocina a los habitantes de esta villa pasiega, pero también a los clientes de dentro y fuera de la región que eran asiduos al gusto por lo casero que siempre destilan sus fogones. El establecimiento hostelero no ha cerrado un solo día del año desde que abriera sus puertas el 29 de agosto de 1994.
Mari Ángeles Sainz y Carmen Pelayo se tragan las lágrimas como pueden cuando se les pregunta por toda una vida vinculadas a los fogones de Casa Gutiérrez Ugarte. Estas dos cuñadas han formado un equipo familiar, junto a una tercera, Yolanda González (la gerente), y sus maridos e hijos para forjar la historia de un local que no sólo ha ofrecido un buen producto de restauración, sino que ha sido un punto de reunión y vínculo social y emocional entre los vecinos de la villa pasiega, muchos de ellos de avanzada edad.
Décadas tras la barra y los fogones en las que estas mujeres han visto pasar media vida entera. Allí han compartido «penas y alegrías» con sus vecinos, han hecho de enfermeras o consejeras y han ayudado a algún vecino a «ir al médico o a sacar el coche de la nieve». El restaurante, situado enfrente de la bolera, la iglesia y el Ayuntamiento, ha sido también un punto de referencia en el pueblo. «Aquí nos dejan para recoger las llaves o cualquier paquete. Nuestros hijos han nacido y se han criado juntos aquí y nos han ayudado mucho, pero están estudiando o trabajando y no quieren seguir con esto», afirman cuando se les cuestiona por las razones que tienen para irse con un negocio próspero y en pleno funcionamiento. Y es que hay más de una respuesta para una de las decisiones que más les ha costado tomar: tras 28 años de lucha diaria, Yolanda (la mayor de las tres) se ha jubilado y a Carmen -colaboradora que aún sigue allí con la ayuda de Mari Ángeles- ya no le queda fuelle suficiente para seguir con el negocio porque el sacrificio diario que ha hecho la familia estos años trabajando sin descanso ha sido muy duro, y todo pasa factura. «La verdad es que el negocio va bien y teníamos buenas perspectivas de trabajo en verano, pero estamos agotadas», explican. Parte de su éxito ha sido el hecho de que en los más de 10.000 días que suman esas casi tres décadas de trabajo, apenas han cerrado un sólo día para algún asunto familiar. «Nunca hemos cogido días casi ni para vacaciones y quizás parte del éxito haya sido eso», explican.
«Podríamos escribir el relato de una vida si recogemos recuerdos de todas las esquinas»
Eso y las largas jornadas de «200 horas» preparando elaborados guisos y platos «caseros». «Aquí de bote no hay nada», responde rápida Carmen, que explica que mucha gente les conoce por sus «guisos y postres» o por las carnes. «Hasta el adobo del lomo lo hacemos aquí», incide.
Mirando el calendario y los días que faltan para echar el cierre, sienten que una parte importante de ellas se va a quedar allí para siempre. «Podríamos escribir una vida si recogemos recuerdos en cada una de las esquinas que tiene 'el bar de enfrente de la bolera'», resaltan. Así es conocido el local y el último rincón hostelero abierto que queda en la villa pasiega.
Punto de encuentro
Es media tarde y, a la entrada del bar, varias parejas de avanzada edad se entretienen con las partidas a la flor. Carmen y Mari Ángeles lamentan que, cuando ellas se vayan, ya no tendrán un local en el que reunirse en San Pedro. «Es que ya lo ves, ahí sentados, somos un centro social y un centro de reunión, aquí están todos los días y somos ya como una familia», sonríen. Lamentan que si nadie les releva en el negocio, ellos, sus vecinos más mayores y los que no lo son tanto, se queden sin esa interacción social que les empuja a salir de casa y relacionarse en un núcleo enfermo de despoblación. «Se tendría que pensar en hacer algo para ellos», reflexionan.
«Son muchas emociones», repiten. Los recuerdos se amontonan ante el final de esa etapa de sus vidas. «Nuestra familia se despide con el mismo afecto y reconocimiento que hemos recibido de ellos», añaden. Obreros de menú diario incondicionales y clientes de «Burgos y Madrid» que les tienen como referente se pasan estos días por allí y «nos dicen que van a hacer una manifestación para que no nos vayamos». Y las dos vuelven a llorar...
Las últimas horas antes de colgar el delantal van a ser duras para ellas, pero también para sus maridos, que echaban una mano en el local familiar, aunque se dedican a otros oficios. Atrás dejan multitud de anécdotas y de personas, algunas muy relevantes, que se han hecho eco de su fama y han pasado buenos ratos en su casa. «Los frutos del trabajo bien hecho, del esfuerzo continuo, la perseverancia, la unión de la familia y de clientes, pasan a formar parte de nosotros y las palabras de agradecimiento se nos quedan cortas». Así se despiden de los que ya consideran de su propia familia.
En el futuro tienen puesta, eso sí, una esperanza en que haya un relevo y el negocio vuelva a reabrir sus puertas con ilusiones renovadas de otras personas que quieran recoger el testigo. «La verdad es que no nos importaría que viniese alguien con ganas y continuase con el restaurante, estaríamos dispuestas a ayudarles a salir adelante con la fórmula que a nosotras nos ha funcionado», resumen Carmen y Mari Ángeles.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión