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Toda la familia colabora en la recogida de la hierba.

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Toda la familia colabora en la recogida de la hierba. Daniel Pedriza

La 'muda' pasiega del siglo XXI

TRADICIÓN ·

La pandemia nos está robando imágenes de primavera como el espectáculo de la siega en los Valles Pasiegos. Es el momento de llenar la despensa para las vacas

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Lunes, 25 de mayo 2020, 07:24

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Para un ganadero la vaca es su 'tótem', su medio de vida para obtener el sustento familiar. El Covid-19 nos está robando esta primavera el 'espectáculo' de la siega en los valles altos del Pas, el Miera y el Asón. Es el momento de que toda la familia colabore en la tarea de llenar la despensa para el invierno. Aunque algunos, «muy pocos», siguen manteniendo parte de la tradición, los pasiegos o los merachos ya no 'mudan' como «hace treinta años» de cabaña en cabaña. Sólo lo hace el ganado que ya ha subido durante la pandemia a las praderas más altas llenas de estas curiosas construcciones con tejado de pizarra, mitad casa mitad cuadra. Un paisaje verde y singular que, en esta época del año, se llena de familias enteras para hacer la hierba.

«Ahora ya no lo recogemos con la belorta», explica Francisco Corral haciendo referencia a la vara de avellano flexible con el que los pasiegos recogían la hierba y se la «echaban a los riñones» para 'empallarla' (almacenarla) en el pajar y hacer la despensa para el invierno. La dura orografía pasiega de laderas empinadas y la falta de caminos o pistas les obligaba a hacerlo así porque no se podía meter el carro. Francisco es un pasiego de pura cepa forjado en la leyenda de hombres recios y curtidos por el campo, educado en una cultura centenaria en la que los ganaderos pastoreaban con toda la familia a cuestas los meses de primavera y verano a las cabañas altas. En su caso, tenían «seis o siete» en los barrios pasiegos de Yera y Viaña. «Entonces vivíamos en las cabañas» recuerda Carral que, a su vez, es hijo de ganaderos trashumantes. Ahora «la maquinaria» ha sustituido a la costumbre de «picar el dalle» pero se mantiene activa la tradición de subir el ganado y aprovechar de la tierra todo lo que da para sus vacas. Estos días, su esposa María José Martínez y sus hijos, Jairo y la pequeña Pamela, además de su sobrino Guillermo, colaboran en rastrillar y almacenar la hierba en el pajar de la cabaña que tienen en Yera. Un precioso edificio ahora en venta que, al estar en la parte baja del valle, aún conserva otra curiosa construcción autóctona: un cercado antiguo con puerta de piedra, donde los pasiegos tenían una pequeña huerta de subsistencia.

«Lo más importante era la vaca porque significaba carne, leche, dinero e intercambio»

Aunque la modernidad, la depreciación hasta la humillación del litro de leche y la falta de oportunidades para los más jóvenes hayan acabado casi por completo con 'la muda' tradicional de las familias de ganaderos de antaño, todavía «es un espectáculo» ver cómo el pasiego sigue manteniendo viva la imagen de sus cabañas y sus prados. Pequeños ejércitos familiares que madrugan «a las seis de la mañana», según refleja su alcalde, Juan Carlos García, para evitar las horas fuertes de sol y recoger la hierba modelando el paisaje a otro tono de verde.

La primavera y el verano es el momento de rastrillar y almacenar la hierba para el invierno.
La primavera y el verano es el momento de rastrillar y almacenar la hierba para el invierno.

En la otra parte de la montaña, en la cuenca del alto Miera, los pocos ganaderos 'merachos' que ya quedan también mantienen viva la costumbre de pastorear el ganado a los prados altos con cabañas pasiegas gemelas a las de los barrios del Pas. «Antes se mudaban ganado y familia a otra cabaña, ahora sólo las vacas y queda muy poco de leche, el resto es de carne», explica el alcalde de Miera, Tarsicio Gómez, cuyo territorio también es símbolo de la leyenda trashumante y de «la idea de la vaca como tótem de la vida». «Lo más importante era el ganado porque significaba carne, leche, dinero, intercambio (...), la vida giraba entonces entorno al único bien disponible entre peñas y riscos», apunta con orgullo meracho. «Un trabajo duro pero con un hálito salvaje y libre, de gente recia y cumplidora», sentencia, al tiempo que admite que, «cómo todo», es una realidad que «ha cambiado».

El alcalde meracho describe así la leyenda de un pueblo, una personalidad cocinada a través de los siglos por una orografía privilegiada pero aislada, aunque cada vez mejor comunicada que está abriendo otras oportunidades de futuro. En Vega de Pas, su alcalde explica que ya «están mirando» incluso para aprovechar una subvención del Ejecutivo dirigido a núcleos despoblados para poder instalar banda ancha y es de los que cree que la pandemia ¿por qué no? puede transformarse en una oportunidad.

Lo mismo opina Julián Fuentecilla, alcalde de Soba, donde las vacas frisonas de leche siguen subiendo desde abril a los pastos altos. Allí, en Valdicio, es donde más costumbre hay de este tipo de pastoreo «pero mudar la gente ya no lo hace». El regidor, muy activo en la lucha por recuperar la vida en los pueblos, piensa también que la pandemia les puede beneficiar. «En los pueblos se vive muy bien y ya tenemos muy buenos accesos y estamos apunto de poner fibra», insiste. «Es el momento de que el gobierno nos aporte incentivos fiscales para gente que trabaja en los pueblos», reivindica.

Lo cierto es que muchas de las cabañas que ya no se utilizan para mudar están en venta y regidores de toda la comarca pasiega coinciden en reclamar ayudas para mejorar los accesos a las mismas, para que este patrimonio arquitectónico que está en desuso por el progreso no se pierda.

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