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antonio martínez cerezo
Viernes, 9 de junio 2017, 07:06
La ciudad de Santander tiene en la grúa portuaria uno de sus signos más característicos y perdurables. Su iconografía se remonta, cuando menos, al último tercio del siglo XVI. Pruébalo así la imagen que tan distintivamente aparece representada en plano intermedio del grabado de Hogenberg, sobre dibujo de Hoefnagel que el arcediano de Dormund y decano de la colegial de Colonia, Jorge Braun, tuvo a bien incluir y comentar en su influyente libro Civitates Orbis Terrarum (1575). A fuer de más precisar, el dibujo-base del artista flamenco Georg Hoefnagel cabe datarlo entre 1563 y 1567, fecha de su viaje a España recogiendo en su libreta de apuntes cuanto asunto de singular interés iba encontrando al paso.
Publicado el grabado Santander en Civitates, la grúa representada en el mismo propaga a los cuatro vientos su fe de vida en infinidad de publicaciones y objetos de recuerdo. Y, últimamente, hasta en el paño frontal de una casa de vecindad de Santa Lucía, como atractiva pintura mural. Figurada con firme pie cúbico, de obra sillar y metal, aguilón montado sobre un eje vertical presumiblemente giratorio, cadena izable y potente gancho, lo fantástico del caso es que siendo esta grúa una estampa tan categórica y obvia su interpretación subyacente permanezca como asignatura pendiente.
Jorge Braun, a quien no me canso de advertir que Santander debe una calle, cubre dos frentes: el gráfico y el literario. Primero, en la magna obra editorial por él coordinada incluye el grabado Santander que tanto juego viene desde entonces dando, tanto en su versión original en blanco y negro como en los ejemplares coloreados a mano. Luego, no contento con reproducir el grabado a doble página redacta, por confesión de santanderinos ( relatu indigenarum), la primera entrada enciclopédica sobre la villa portuaria que los tiempos recuerdan: «Ab hac parte, aggere quodam humana arte opera que veluti brachio in fluctus extenso, quem sua lingua muelle viejo vocant, singularem vrbi portun fecére, in cuius aggeris extrema ora, geranium extrusere, ad mauium exonerandarum vel onerandatum commoditatem, quod vernacule, La grua vocitant». Resumiendo: el puerto de Santander tiene una machina ( humana arte opera) para carga y descarga de embarcaciones, que los santanderinos popularmente llaman la Grúa. La asociación de ideas es elemental: la machina (ingenio humano) es la grúa. Y la Grúa es el lugar donde está la machina. Que así se asentara en la jerga local ya sólo era cuestión de tiempo.
El erudito Manuel de Assas, rara avis del mejor periodismo decimonónico, en la serie España pintoresca que publica el Semanario Pintoresco Español (1847) incluye el capítulo Santander. Tan entusiasta entrega, todo un lujo para la época, se ilustra con un grabado, recreación del original, que sitúa en primerísimo plano la grúa, con el texto latino en romance: «Por la otra parte (con cierta mole, de arte y obra humana, parecida a un brazo extendido en las olas, que en su lengua denominan muelle viejo), han hecho un puerto particular para la villa; y en la punta de aquella mole han puesto una máquina para cargar y descargar cómodamente las naves y a la cual familiarmente llaman la grúa». Medio siglo después, Menéndez Pelayo aporta una versión más ponderada: «Por otra parte, hay un terraplén extendido a manera de brazo hacia las olas; llámanle muelle viejo, y tiene al extremo una máquina que facilita la carga y descarga de los navíos, y es llamada comúnmente la Grúa».
Por la época, lo normal es que fuera una grúa de sangre. Tal vez dotada en su interior con una rueda de piedra sobre la cual caminaban varios operarios dándole vueltas a pie para que envolviera la cuerda en el tímpano y se alzara y subiera el peso. O que, a tal efecto, se utilizara una bestia (a guisa de noria). O que fuera hidromecánica (movida por los flujos marinos). ¡A saber qué mecanismo tendría en su interior aquel artefacto! Lo indudable es que su ajirafada silueta sería connatural al paisaje portuario, una estampa familiar que daba nombre al lugar. La Grúa, lugar del puerto singularizado por la máquina llamada grúa. Y como máquina en aquel entonces se escribía machina. Pues la machina. O sea, el espolón de obra buscando el mayor calado con una machina para la carga y descarga de embarcaciones. Y quien tal presunción, fundada en hechos, cuestione tal vez disipe a satisfacción sus dudas recurriendo al Diccionario de Autoridades (1734). El cual determina que machina es voz latina, por cuya razón se debe escribir con ch y no con q, como lo hacen algunos; señalando a renglón seguido que la ch se debe pronunciar como k. Más tarde, la Real Academia Española prescribiría todo lo contrario: la escritura de máquina por machina. Y, finalmente, incorporaría en el DRAE, la voz autónoma machina (del fr. machine) con el significado de «cabria o grúa de grandes dimensiones, que se usa en puertos y arsenales». Ergo: académicamente machina vale por grúa.
Viniendo sobre sus pasos, la Real Academia santifica el uso portuario de machina como sinónimo de grúa potente. Por ello, en muchos puertos españoles e hispanoamericanos se constata el uso del término machina en tan estricto sentido. Y, por extensión, como lugar del puerto con grandes grúas. O sea, machinas. De lo cual resulta que extensivamente el uso hablado confiere al término un significado nuevo para el cual la Academia no ha dispuesto una acepción particular, que a todas luces se echa en falta. Pues de ser machina sinónimo de grúa para bultos pesados pasa a ser línea de puerto, muelle o cargadero. Haya o no grúa. Su uso con este sentido, en Santander, Santoña y otros puertos de la región, goza de tanto predicamento que hay quien ha llegado a considerarlo una voz propia, un localismo. Lo cual no es del todo cierto. Aunque su uso se halle aquí más extendido que en otras regiones y alcance timbres más emocionales. Hasta donde se me alcanza, los escritores costumbristas montañeses no utilizaron este término, tal vez por parecerles pejino. En consecuencia, la fuente de autoridad más constante y fiable es la prensa escrita. A partir del último tercio del siglo XIX los periodistas santanderinos escriben machina (por muelle) en la seguridad de que es lo que esperan de ellos sus lectores.
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Ángela Madrazo | Santander y Clara Privé | Santander
Daniel Martínez | Santander
Abel Verano
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