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El chicle Cosmos tiene droga

Leyendas de aquí ·

Entre los escolares de Santander, como en otras muchas ciudades españolas, corrió el rumor sobre la pintoresca golosina

Aser Falagán

Santander

Sábado, 25 de junio 2022, 07:40

El chicle Cosmos tiene droga. Fuera verdad o no –spoiler: no lo es–, en los ochenta lo sabían todos los escolares de Santander –bueno, todos no–. Les había avisado la familia, para que nunca los mascaran. O sus compañeros, para todo lo contrario. El rumor se corrió viralmente en la era analógica, vía boca-oído, antes de que la sociedad digital propiciara la vuelta a la tribu macluhiana.

El chicle Cosmos era una de las mayores bizarradas que han conocido los tiempos y la industria del dulce. Una pastilla negra con estrías y sabor a regaliz que más parecía un trozo de neumático que una chuche. En el envoltorio, la marca aparecía en perspectiva cónica, imitando 'La guerra de las galaxias' junto a un niño astronauta flotando en el espacio. Todo muy naif, si no fuera por el austero negro registro impreso sobre el papel plateado.

Hasta el nombre de la empresa del chicle negro, capaz de tiznar la lengua y con un intenso sabor que provocaba entusiasmo y repulsión a partes iguales, era un salto mortal conceptual: Chicles Americanos –como el tabaco rubio americano–, solo que en este caso los americanos estaban en Pinto, que quería ofrecer una nueva imagen. Antes la identidad del chicle era un envoltorio blanco con coloridos dibujos infantiles y en su interior contenían cromos de vehículos y máquinas como reclamos. Hasta se regalaban en los kioskos álbumes para coleccionarlos a cambio de un número de envoltorios.

Con el embalaje sideral de los ochenta todo cambió. Desaparecieron los cromos, los álbumes y la imagen de marca, pero aparte del aspecto recauchutado del chicle negro, que así se le llamaba también, algo más permaneció inmutable. Como todas las gomas de mascar, la pastilla estaba recubierta de un fino polvo blanco, generalmente algún tipo de azúcar o edulcorante o carbonato de calcio para evitar que el chicle se adhiera el envoltorio. Pues bien: eso, precisamente eso, era la droga que se repartía a la puerta de las escuelas para enganchar a la juventud a las drogas. Drogas así, en general. La leyenda urbana no especificaba cuál de ellas en concreto ni sus efectos. Solo que aquellos polvos eran droga, conocida en la calle como droga, con la drogaína como principio activo y con nomenclatura 'droga' según la Denominación Común Internacional, con los efectos propio de la droga, extremadamente adictiva y que se consumía del modo en que se consumen las drogas.

Al menos esa era la versión más elaborada, porque tampoco se puede descartar que estuviera mezclada con la propia goma de marcar. Lo cierto es que si el producto ya era psicodélico en su origen podía haber sido el complemento perfecto para completar la fantasía, aunque quizá mejor para otro tipo de público.

El disparatado bulo no es en absoluto una propiedad intelectual cántabra, pero pegó fuerte en el Santander ochentero, como lo hacía simultáneamente en infinidad de ciudades españolas. La chavalería no se lo creía demasiado; en general no se los creía en absoluto y dado el éxito de los chicles parece que tampoco hizo mucha mella en la marca, al menos a corto plazo.

En realidad es una adaptación de la leyenda urbana del hombre de los caramelos, un tipo que repartía golosinas con estupefacientes en las entradas a los colegios. Una audaz estrategia para introducir un producto perfecto que genera su propia demanda y una figura clásica del folklore boomer; tanto que incluso la Orquesta Mondragón le dedicó una canción con ese mismo nombre: 'El hombre de los caramelos'

No es la única versión. También en los años setenta y ochenta circuló por España el bulo de que unas calcomanías denominadas Blue Star estaban impregnadas de LSD que actuaba al contacto con la lengua y la piel. El bulo se difundió a través de fotocopias y llegó incluso a investigarlo la Guardia Civil, que naturalmente no encontró nada, llegó vivo hasta el cambio de siglo, causando especial revuelo en Cataluña, y saltó a la categoría de hoax –para entendernos, desinformaciones en la web– en la primera era de internet. Como el de los chicles, se volvía a activar cada cierto tiempo. Todo indica que la ficción y su modo de distribución se importó desde Estados Unidos, donde al menos desde los años ochenta tuvo a Mickey Mouse como protagonista.

El Cosmos se dejó de fabricar en 1992 con el cierre de Chicles Americanos y la Generación Z, incluso muchos millenials, no saben siquiera qué era aquella fantasía. No la leyenda urbana, sino que la goma de mascar con aspecto de neumático con un complicado sabor a regaliz triunfara en el mercado como lo hizo. Todo apuntaba a que quien había consumido algo era quien diseñó el producto, pero al final resultó que tenía razón. A buen seguro que lo de la droga no se lo vio venir.

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