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El folclore vuelve a lo grande a Santander
Multitudinario ·
El Día de las Instituciones recupera el pasacalles por la capital con cerca de trescientos participantes y todo su esplendorHora y media antes de que comenzara el pasacalles por el centro de Santander, los más tempraneros entre los integrantes de las agrupaciones folclóricas participantes ya se dejaban ver por la zona de Gamazo, inconfundibles ellos por sus chalecos y fajas de colores y ellas por sus sayas campanudas.
Ahí estaba también Fran Querol, montando las figuras de los piteros gigantes, uno de los elementos más vistosos del desfile. Explica que con los muñecos se rinde homenaje a los recordados Bosio y Martín, de Puente San Miguel. Una anécdota a propósito: se cuenta de ellos que, en una de sus actuaciones, uno de los hermanos preguntó '¿y ahora, qué tocamos?', y el otro le respondió: 'lo mismo, ¡pero más fuerte!'.
La pareja de gigantes salió en el pasacalles folclórico del Día de las Instituciones del año pasado, en formato reducido por el covid, que no llegó al centenar de participantes. Ayer el desfile recuperó todo su esplendor, con el triple de artistas e intérpretes de una quincena de agrupaciones de toda la región, y con Julián Revuelta, 'el Malvís de Tanos', y el rabelista campurriano José Alberto Terán como estrellas de la jornada.
«Santander es una de las citas especiales, porque tenemos varias a lo largo del verano –dice Querol–. Hace unos días estuvimos en Tanos, donde vamos a volver; después a Torrelavega, también tenemos que ir a Ramales, Ampuero... nos vamos moviendo por ahí».
«Este pasacalles es una forma de trasladar y reforzar la identidad de Cantabria en Santander a través del folclore», apunta la consejera de Presidencia, Paula Fernández. «Es necesario conocer nuestras tradiciones, saber de dónde venimos para saber a dónde vamos», añade, y pone como ejemplo de ese esfuerzo divulgativo la reciente feria ganadera celebrada en la campa de Mataleñas.
No tener ni idea de ese folclore lleva a pensar que las montañesucas han de ir uniformadas con faldas rojas, camisas blancas y chalecos negros, una imagen que desbarataba la riqueza de colorido e indumentaria de las mujeres que tomaban parte ayer en el espectáculo.
Era el caso de Ana Salazar, del Grupo de Danzas Entremontañas, de Virgen de la Cuesta, en Los Corrales de Buelna. «Hay varios tipos de trajes, y cada zona de Cantabria tiene el suyo: yo llevo dos sayas –se podían llevar hasta siete: se supone que cuantas más se llevaban, más dinero tenías en casa–. Una de las que llevo es de percal, aunque lo que más se usa es el paño; debajo va la camisola, que se usaba también de camisón, y por eso es larga, y unas buenas medias de lana». Eso, de cintura para abajo, como si separase capas de una cebolla. Por encima, y sobre la camisola, un corpiño o justillo, un pañuelo remetido por la falda y, coronando el conjunto, un pañuelo en la cabeza. «Antiguamente, los colores más habituales eran el rojo, el amarillo, el naranja y el verde, porque los sacaban de los tintes que tenían. Más adelante ya sacaron otros, muchos traídos de las Indias».
Mucho público
Miles de personas siguieron el recorrido de la colorida procesión desde el Palacio de Festivales hasta la Plaza del Ayuntamiento, con todo el Paseo de Pereda repleto de público. De tanto en tanto, un alto, seguido de actuaciones, con canciones, coros, música de gaitas o de pito y tambor, con exhibición de trajes y bailes de las agrupaciones, demostrando al público la variedad musical de cada valle y comarca.
En ningún momento dio la impresión de que la capital sea una plaza difícil, reacia a esa tradición que parece más vinculada al mundo rural. «Si nos echan de nuestra casa, mal asunto», bromeaba Miguel Bezanilla, componente del Coro Ronda Altamira, de Santander. «La gente de aquí es muy amable: nos escuchan, se paran y nos aplauden: creo que también están por la labor de que esto no se muera».
Este hombre, veterano del folclore, relata cómo quedó cautivado por él cuando, siendo un joven emigrante en Alemania, asistió a una actuación del Coro Ronda Garcilaso, que al darse cuenta de que había un paisano entre el público, le hizo subir al escenario, donde apenas pudo cantar una nota por la tremenda emoción que sentía, mientras se deshacía en lágrimas.
Ayer le insistía a un chico –Alberto Alonso, de la Banda de Gaitas de Cantabria–, para que no lo dejase. «Estoy intentando convencerle para que cante, porque parece que tiene facultades: está ensayando con El Malvís, y eso es buena señal».
«Llevo metido en esto nueve años –aclaraba el joven, que este año cumple los 18–. Si te digo la verdad, empecé con esto por mi abuelo, porque le gustaba mucho, aunque a mí no me hacía mucha gracia. Pero basta que a él le gustaba me metí, y con el tiempo me fue gustando a mí también y acabé metiéndome más en ello: este es mi primer pasacalles en Santander, pero ya he cantado y tocado en muchos sitios y tengo pareja de piteros en Corrales. Tengo por ahí algo bien montado».
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