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El bar El Moro, fundado en 1965 en la calle Marqués de la Hermida, 6, conocido por su tapa de mejillones y su blanco de ... solera, echó ayer el cierre. Después de casi 55 años de actividad, este establecimiento -un local histórico e insignia del barrio- baja la persiana y se despide, aunque se trata de un adiós temporal, pues después del verano, en otro local, pero en el mismo barrio, sus responsables tratarán de mantener arriba el listón que le ha hecho famoso.
Y es que en su local se han vivido noches de diversión y mil anécdotas cuando fue cruce de camino entre los noctámbulos y los madrugadores. Durante el día sirvió menús a buena parte de los operarios de la zona portuaria y por la noche y de madrugada, especialmente durante los años 80, congregó a la gente más variopinta de la ciudad. Allí acudían los que regresaban de 'cerrar' los locales nocturnos de la calle Panamá y aquellos que empezaban su turno en los almacenes del muelle.
«Cerramos por causa de fuerza mayor», explicó el hijo del fundador, Quique Pazos. «La comunidad de vecinos del edificio donde está el bar ha vendido al no poder hacer frente al coste de las reformas que corresponde hacer, y una constructora demolerá el edificio para hacer viviendas nuevas».
Por esta razón, la familia Pazos se despide de un local que ha estado 55 años atendiendo a sus clientes, que, lógicamente, han variado con el tiempo. «Los primeros años estábamos rodeados de almacenes y naves. Era la extensión de los muelles de Maliaño. Hemos visto el desarrollo espectacular del barrio».
El local congregaba a gente que nunca se hubiera parado a hablar entre sí: «Venían clientes de la calle Panamá, que querían alargar la noche, que aquí charlaban con funcionarios de la consejería (de Sanidad), trabajadores de Tabacalera, guardias civiles del cuartel aduanero situado en la misma calle... Siempre había cohesión entre ellos, hemos vivido noches de mucha diversión y risas y pocas veces tuvimos problemas», relata Pazos.
Pero además, «aquí, el cliente se sirve el mismo», lo que ha hecho genuino al local. «Dejamos la botella en la barra para que tomen cuanto quieran con la tranquilidad de que nuestro cliente es honesto y pagará lo que ha consumido. Esa ha sido la clave del éxito», añadió Quique. «Los bares los hacen los clientes. Los nuestros han sido divertidos, con buen comportamiento y se ha generado muy buen rollo».
Enrique Pazos, fundador de la casa, fue un tipo muy carismático y divertido, «que aparecía disfrazado día sí, día también». Su esposa, Inmaculada, «ponía el punto de cordura al negocio». Sus cuatro hijos crecieron detrás de esta barra y en el caso de una de ellas, Inma, nació literalmente entre estas cuatro paredes ya que su madre se puso de parto en la cocina. Del fundador fue la idea de regalar una tapa de mejillones, que les dio fama. «Pelábamos entre 15 y 20 kilos de mejillones a diario y los servíamos como tapa gratuita, hasta que subió el precio y dejó de ser rentable», recuerda su hijo.
Mariuca, la cocinera, con sus platos alimentó a buena parte de los trabajadores de la zona. «Cada cliente cogía su bollo de pan, su vino con 'casera' y buscaba un sitio donde sentarse, sin preguntar si estaba libre. Todo el mundo era bienvenido a compartir mesa. Eso se ha perdido, ahora cada mesa es para un cliente», resalta con nostalgia Quique. Otro personaje pintoresco y fiel testigo de la historia del bar El Moro es 'Visi', una mujer de 81 años, que vende cebo en el local y gracias a ella el bar ha sido un punto para pescadores.
El sábado se despide, aunque sus miles de anécdotas son imborrables, como las partidas del juego de la rana, los 20 kilos de mejillones regalados a diario, su lechazo asado al completo, el flan de mamá, el menú de los martes para los funcionarios... Pero no será un adiós sino un hasta luego, ya que abrirán después del verano, en la calle Nicolás Salmerón, con el mismo nombre y dirigido a la misma clientela.
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