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Hace 35 años salió del dique seco el Maliaño, último mercante que pasó por San Martín, el último barco de Gamazo con el cierre de ... Astilleros del Atlántico. Era un adiós anunciado por la profunda reconversión naval de los ochenta; en realidad una cadena de cierres que se llevó por delante infinidad de pequeños astilleros y navieras, pero a la vez el punto final a la historia, en lo que a construcción de barcos se refiere, del dique santanderino de San Martín, en servicio desde 1908 y del que habían salido infinidad de barcos clásicos entre los marinos cántabros: los del Grupo Pereda y el Grupo Pérez, por citar algunos ejemplos.
Ya en el siglo XIX, la zona de San Martín había sido de astilleros, los primeros los de López-Dóriga, y la actividad propició la construcción de un nuevo dique seco que arrancó a finales de siglo.
Los primeros buques en entrar en el dique fueron, el 30 de junio de 1908, las barcazas San Emeterio y San Celedonio, ambas para pequeñas reparaciones, y ese mismo año entró el primer vapor, el Peña Agustina. Después, a lo largo de ochenta años, lo explotaron la Junta de Obras del Puerto (1908-1918), Corcho e Hijos (1928-1940) y Talleres de Astillero -renombrados Astilleros de Santander- desde 1941. Entró después capital belga a través de Basse Sambre para convertirse en Corbasa, liquidada en 1971. Fue entonces cuando una nueva inyección de capital cántabro permitió mantener la actividad con una nueva sociedad: Astilleros del Atlántico (1971-1989).
La reurbanización del solar que ocuparon los antiguos astilleros, ahora un parque y paseo marítimo anexo al Palacio de Festivales, culminó la renovación de aquella fachada marítima, de la que a lo largo de los años habían ido desapareciendo las antiguas naves y tinglados, ya abandonados, de San Martín, camino de la playa Los Peligros.
Ahora un restaurante ocupa el espacio de la antigua Caseta de Bombas y las naves de Gamazo, eficazmente restauradas, acogen la Colección Enaire. Una reestructuración urbana que tiene su precio, porque aquellos solares fueron en su momento punto de playa de Santander, con unos astilleros que trabajaban, entre otras, para las navieras con sede en el Paseo Pereda, buena parte de ellas extintas tras la citada reconversión naval de los ochenta.
El dique se había convertido para entonces en un símbolo de la actividad económica y la afectividad de Santander. De él salieron infinidad de mercantes cántabros. No muy grandes, porque las dimensiones del dique no lo permitían. Con 132 metros, se puso en 1952 al límite de su capacidad para reparar y el Manuel Calvo, de Transatlántica, con 128 metros de eslora, fue el mayor barco que entró en San Martín. Posteriormente, los barcos allí construidos y reparados solían rondar los cien metros. Lo suficiente para dar continuidad a la tradición naval montañesa, como las cuadrillas de marinos que los tripulaban y tenían ritos como las visitas a La Cátedra y El Escorial, entonces dos bares de barrio en la calle Del Medio.
Durante la Primera Guerra Mundial permaneció allí durante meses, en dique seco, un submarino alemán, mientras que en la Guerra Civil se le dieron más usos, como la construcción de dos tanques para la Armada, más en concreto para el bando nacional, que se había hecho con el control de Santander en agosto de 1937. Otros pequeños buques de la Armada también pasaron por las instalaciones. Algunos construidos allí, como los vapores de acero botados en 1916. Otros, para reparaciones.
Desde el final de la Guerra Civil y con el cambio de propiedad, se especializó ya en mercantes, aunque también pasaron por Gamazo pesqueros y dragas. Muchos con nombres que no dejaban duda de su procedencia ni de su naviera: Oyambre, Peña Sagra, Peña Labra, Suances, Galizano, Ibio, Saja, Valdáliga y muchos más a lo largo de los años setenta y ochenta del siglo XX.
Por aquellos astilleros pasó también el Loredo, que el 28 de marzo de 1984 protagonizó el rescate del Urlea, otro mercante que había sufrido un corrimiento de carga. Consiguió rescatar a casi toda la tripulación, incluido su primer oficial castreño, pero a su llegada uno de los maquinistas ya había caído al mar. El resto desembarcó a salvo en Leixoes, a donde se dirigía el Loredo, y la tripulación cántabra recibió la Medalla de Plata al Salvamento Marítimo. Cuando el 15 de abril de 1988 entró en dique seco el Maliaño para hacer reparaciones, ya se barruntaba que la vida de los astilleros iba a ser muy corta. La plantilla llevaba meses movilizada tras una crisis que se prolongaba desde 1984 y llegó a protagonizar cortes de carreteras y de servicios de trenes. Aquel fue el último mercante que pasó por San Martín. Hubo tiempo todavía para que lo hicieran tres pesqueros hasta principios de 1989, pero la compañía estaba ya en sus estertores, como el propio sector naval cántabro, abandonado a su -mala- suerte, y alguno no llegó siquiera a ser entregado.
Ya con Astilleros del Atlántico cerrados, Gamazo sirvió todavía como lugar de atraque para la draga del Puerto de Santander, pero sin posibilidades de recuperar lo que fue un motor, y no solo económico, de un Santander aún en pleno crecimiento demográfico, el mismo que se detuvo e invirtió a mediados de los noventa.
Ahora una zona rehabilitada y regenerada luce de nuevo con la cara limpia hacia la Bahía. Solo el dique, declarado Bien de Interés Cultural, deja testimonio de que durante más de un siglo allí se construyeron barcos.
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