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Un siglo de historia del Barrio Obrero
El rey Alfonso XIII colocó en 1925 la primera piedra de un barrio concebido para dignificar a la clase trabajadora. Un proyecto social pionero que aún recuerdan sus vecinos
Un 24 de agosto de 1925 bajo una lluvia que obligó a retrasar la ceremonia oficial cuatro días, el rey Alfonso XIII colocaba en Santander la primera piedra del Barrio Obrero del Rey. Dentro de un cofre de plomo quedaron guardados periódicos de la época y unas monedas, como testigos mudos de un proyecto que nacía con vocación de dignidad para las clases trabajadoras. Cien años después, la memoria de aquel gesto sigue viva, alimentada por vecinos como Óscar Corvera Noriega, que dedica su tiempo a rescatar historias y fotografías.
El espíritu ha quedado grabado en los objetos rescatados para el centenario. Entre ellos se encuentran una placa antigua, un boceto de escultor elaborado por un peluquero del barrio en sus ratos libres o un cabezudo en forma de dragón llamado Bartolillo, confeccionado por los niños en las fiestas de San Bartolomé hace cuarenta años. Cada pieza no es solo reliquia, sino llave que abre memorias. «Lo emocionante fue ver cómo los mayores reconocían a amigos y familiares en las fotos, mientras los más jóvenes añadían sus propias imágenes recientes para ampliar la exposición. Fue como comprobar que la historia sigue respirando», cuenta Corvera.
La ceremonia no se limitó a la evocación del pasado. Sirvió también para constatar la transformación de un lugar que ha sabido reinventarse. El contraste es evidente: «Donde antes había huertas y niños jugando en las calles, hoy predominan los coches y un ritmo de vida menos comunitario».
La escuela, uno de los pilares fundacionales, ha resultado clave para mantener viva esa identidad. Las fotografías escolares se han convertido en retratos generacionales. «Son como árboles genealógicos en imagen: ahí está tu padre de niño, tu abuela de joven, el amigo que emigró, el vecino que ya no está. Cada foto es un espejo de la comunidad», explica Corvera, que se ha empeñado en digitalizar las imágenes para evitar que se pierdan en álbumes olvidados. Las anécdotas de aquel lugar hablan de un panorama ya desaparecido, pero lleno de fuerza. «Aquí había dos vecinos, uno que se llamaba Franco y otro que se llamaba Rojo. Como el cartero no podía entrar, desde la puerta chillaba: ¡Franco! ¡Rojo!», recuerda entre sonrisas, «él era el único que podía chillar eso».
Dentro del recinto, la cooperativa imponía normas de convivencia que hoy resultan pintorescas: «Estaba prohibido hacer leña en los portales, circular con cepillos por las aceras, sacudir alfombras desde las diez de la mañana o desplumar aves en plena calle». Eran reglas sencillas que reflejaban un modo de vida compartido, donde la calle era prolongación del hogar y la comunidad se construía en cada gesto cotidiano.
La iniciativa de investigar nació en los años ochenta. Muchos vecinos empezaron a organizar las fiestas de San Bartolo, en ese preciso momento surgió el impulso de recopilar la memoria del barrio. Con cartulinas, fotos pegadas y testimonios orales montaron una primera exposición, que años más tarde daría origen al blog que hoy concentra decenas de entradas
La barriada nació como un experimento social adelantado a su tiempo. En una ciudad marcada por desigualdades, las llamadas 'casas baratas' ofrecían dignidad y horizonte a quienes hasta entonces vivían en condiciones precarias. Se levantaron 144 viviendas en régimen de cooperativa, con aportaciones de 35 pesetas mensuales durante catorce años.
Pero la memoria del barrio no está hecha solo de fiestas y recuerdos entrañables. También está atravesada por la tragedia. El 27 de diciembre de 1936, durante la Guerra Civil, la Legión Cóndor bombardeó Santander y se ensañó especialmente con el Barrio Obrero. Murieron 68 personas, de las cuales 23 eran vecinos. El dolor no distinguió ideologías, «cayeron familias enteras, trabajadores anónimos que pagaron el precio de una violencia que vino del aire». Aquella jornada negra forma, junto con la colocación de la primera piedra y la entrega de llaves en 1928, «uno de los tres hitos fundamentales de la historia del barrio».
Ahora, al cumplirse un siglo de aquella primera piedra, el Barrio Obrero del Rey no es únicamente un conjunto de viviendas con pasado ilustre. Es una comunidad que ha aprendido a contar su historia. «Un barrio es más que ladrillos. Son las voces, los recuerdos y las vidas que se cruzan en sus calles», resume Corvera. Quizás Alfonso XIII, al depositar aquel cofre en 1925, pensó que estaba inaugurando un simple conjunto de casas. En realidad estaba sembrando un espacio de identidad. El Barrio Obrero sigue recordando que una piedra puede ser el inicio de una memoria colectiva que se levanta cada día, ladrillo a ladrillo, historia a historia.
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