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Un minuto y vuelve. Es el pensamiento inicial que han tenido miles de santanderinos al ver cómo se les desconectaban los electrodomésticos, se quedaban sin ... luz en sus puestos de trabajo o simplemente permanecían a oscuras mientras llenaban la cesta de la compra. Evelio Benítez y Enrique Mazón paseaban por la Alameda de Oviedo, después de aparcar el coche en uno de los aparcamientos del centro de la ciudad. «Hemos venido a hacer unos recados, quería meter dinero en el banco y han salido los trabajadores a decirme que los cajeros no funcionaban porque no había luz», afirmaba el primero de ellos. «Hemos entrado al parking a dejar el coche y ya cuando hemos salido no funcionaban los semáforos», completaba el segundo. «Que no funcionen los semáforos es un poco caótico, porque los conductores están intentando respetar al peatón, y que se circule con relativa normalidad».
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Pese a que algunos viandantes aprovechaban para tomar el sol en las terrazas, los interiores de los bares quedaron en penumbra a la espera de que la electricidad les devolviera la luz. «Ahora mismo la preocupación es enorme, las cámaras no sabemos cuantas horas pueden aguantar en estas condiciones, no queremos abrirlas por miedo a que se pierda el frío», comentaba con resignación Liliana Verdún, propietaria de la Cafetería Las Campanillas cerca de la una de la tarde. Otro de los problemas que afrontaban era el pago de los clientes: «Es una auténtica faena». La propietaria señalaba que al no poder realizar pagos con tarjeta, se confiaba todo al efectivo. «Si vienen clientes no habituales y no llevan suelto, pues claro tienes que decirles que no les puedes servir y se mosquean, pero no tienes la confianza y seguridad de fiarles como a otros clientes frecuentes».
Con sorpresa caminaban por la calle Javier García y su mujer de regreso del Ayuntamiento. «Nos han dicho que el apagón se ha producido a nivel nacional y en parte de Portugal. Es sorprendente que en un edificio así, siendo un organismo oficial, no cuente con un generador para estas contingencias», subrayaban. «Teníamos que realizar una gestión administrativa y nos hemos tenido que marchar. Ahora volvemos para casa y queremos hacer una compra en el supermercado, a ver si nos dejan». Por el camino habían sufrido las dificultades de convivir peatones y coches: «Hemos dejado pasar a algunos coches, porque nadie les estaba dando paso y esto es un pequeño caos. Estamos sorprendidos ante esta situación».
Si la sorpresa era generalizada entre los que paseaban por las calles de la capital cántabra, la preocupación se apoderaba de comercios como farmarcias, que veían como no podían dispensar medicamentos con ningún tipo de receta. «Tenemos una nevera con medicamentos que no hemos querido abrir por miedo a que se pierda el frío y no estén aptos cuando se vuelva la luz. Tenemos que comprobar con el termómetro a que temperatura se encuentra ahora mismo.», remarcaba María José Lafuente, titular de la Farmacia Lafuente. «Aunque el otro gran problema que tenemos es a la hora de dispensar, con los ordenadores apagados, no podemos hacer absolutamente nada, el datafono no funciona, y tampoco las recetas electrónicas», añadió. La farmacéutica se mostraba intranquila por no poder atender pedidos de medicamentos de sus clientes: «Si necesitan algo, no tenemos la opción de solicitarlo».
Las imágenes en la capital cántabra presentaban contrastes, con decenas de ciudadanos portando garrafas de agua, otros preocupados por cómo hacer la comida y, al tiempo, las terrazas de los bares llenas.
«Todavía no hemos vuelto a casa, yo tengo gas y confío en hacer la comida, pero la mayoría de gente funciona con cocina eléctrica», resaltaba María Ángeles Macho, vecina de la capital. «Me he enterado al salir a la calle, cuando a una amiga le ha llamado el marido porque se había ido la luz en la empresa y ahí nos hemos fijado en que en los locales, estaban los trabajadores en las puertas». Una de las cosas que mayor impacto le ha generado eran las colas en panaderías: «Hay muchísima gente para comprar una barra de pan».
Con tratamientos a medias y llamando a sus clientas se encontraba Verónica Gutiérrez, trabajadora en el centro de estética Silvia González Beauty Center. «Sin electricidad no podemos hacer nada, no tenemos ni idea de si vamos a poder retomar el trabajo pronto», respondía con apuro. «Teníamos clientas a medias con los tratamientos y hemos tenido que acabarlos como hemos podido, dadas las circunstancias. Pensábamos que iba a volver rápido, pero no lo ha hecho; al principio pensábamos que era solo este edifico, luego ya hemos salido a la calle y hemos visto al resto de negocios en la misma situación que nosotras».
Si hay un lugar de Santander donde la incertidumbre se ha apoderado de muchos comerciantes ha sido el Mercado de la Esperanza. «No sabemos cuanto tiempo va a seguir, nos preocupa muchísimo el género, porque nunca hemos comprobado el tope de aguante de las cámaras frigoríficas», suspiraba Guillermo Díaz, de Carnicería Rocío Callejo. «Estamos esperando a ver qué solución nos dan, escuchando la radio. La plaza no tiene generador, si se va la luz, no podemos pesar con las básculas electrónicas así que no nos queda otra que recoger y esperar que vuelva la normalidad cuanto antes. Hemos metido todo lo más rápido posible y cerrado, una noche quizá pueda aguantar, pero mucho más tiempo no, porque se rompe la cadena y no es viable. Es un problema y gordo, lo podemos perder todo».
Una tensión que se trasladaba entre hosteleros y comerciantes que trabajan en su día a día con alimentos frescos. Es el caso de Julián González, jefe de cocina del Hotel Coliseum, que se encontraba en la puerta del establecimiento a la espera de que volviera la electricidad. «Estamos preocupados por los suministros, por si tarda mucho en volver la luz, no podemos hacer nada, salvo esperar», aclaraba. «La cocina está apagada, hemos vivido el momento del apagón con susto, se ha apagado todo y nos hemos quedado a oscuras con las luces de emergencia». Ante la duda de las horas que pueden aguantar los alimentos en las neveras, González confiaba que sí se conservaba el frío, creemos que «pueden aguantar unas seis horas».
En una situación parecida se encontraban los supermercados de la capital, que a excepción de Mercadona, veían como no les funcionaba nada, ni las cajas, ni las cámaras frigoríficas. «La gente no para de llegar y preguntar si puede pasar y pagar en efectivo, porque quiere comprar agua, que parece que no está saliendo bien en los grifos de casa», puntualizaba Maite, gerente en un supermercado Lupa de la capital . «Si no vuelve a lo largo del día, se podría perder gran parte de los alimentos que están refrigerados».
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