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Peatones, conductores de patinetes y ciclistas cruzando por Marqués de la Hermida con el semáforo apagado. Foto: Daniel Pedriza | Vídeo: Pablo Bermúdez

Por Santander entre el desconcierto

El Diario Montañés recorre la capital durante las casi cinco horas de apagón ·

 

Álvaro Machín

Santander

Lunes, 28 de abril 2025

A los pocos segundos de que todo se fuera al carajo, una chica en clase de prácticas que conducía un coche de autoescuela se paró en seco por Marqués de la Hermida. Como bloqueada ante un semáforo que, poco antes, se había quedado sin luces. Sin nada. Apagado. Los peatones no sabían qué hacer. Si pasar o no. Y los conductores, así, de entrada, tampoco. Pronto unos y otros se dieron cuenta de que no era cosa de ese semáforo o de esa calle. Marqués de la Hermida, Antonio López, Isabel II, el Paseo de Pereda, San Fernando... Todo. Ni un semáforo. Pero tampoco había luces en los comercios, las oficinas, los parkings, las cámaras frigoríficas de las cafeterías, buena parte de las emisoras de radio o de los teléfonos... Añadan a la lista todo lo que se les ocurra. Todo. Nunca antes los santanderinos fueron tan conscientes de hasta qué punto les puede afectar un gran apagón. En todos los niveles. La ciudad, todo hay que decirlo, no se paró (al menos, no del todo). Ni siquiera se formaron grandes atascos. Pero se cubrió durante unas cinco horas de una gigantesca capa de desconcierto. «Flipas, flipas», le decía a la carrera un agente de la Policía Local a un amigo que iba en moto y que acababa de preguntarle cómo iba la cosa. Justo por allí cruzó un chaval esquivando vehículos (como se hace por las calles de Hanoi, en Vietnam). Al oír al motorista preguntar, se dio la vuelta y, bromeando, dijo: «Esto es la nueva normalidad». ¿Se acuerdan de aquello? Pues puede que este lunes se viviera el momento más extraño por las calles desde la pandemia.

Lo primero fueron las dudas. Al margen del tráfico, se llenaron las aceras. Por el polígono de Candina y la avenida de Parayas, los bordillos se poblaron de tipos con buzos sentados sin nada que hacer. Y, ya llegando al centro, más de lo mismo. Dependientas de tiendas de ropa, tenderos, hombres trajeados, empleados de banca, la dueña de la farmacia, los de la oficina de seguros... Todos parados y en la puerta de su centro de trabajo. Comentando la jugada. Que si es aquí, que si en tal sitio también porque me lo ha dicho mi primo, que si ha sido por... Muchas preguntas en las paradas de autobús, en las que, claro, no funcionaban las pantallas con los avisos horarios. Pronto colocaron vallas y conos en las entradas de los aparcamientos subterráneos. Los bancos fueron echando abajo la persiana y también algunos supermercados.

Una mujer en un comercio totalmente a oscuras. Daniel Pedriza
Un agente de la Policía Local organiza el tráfico frente al Ayuntamiento. Alberto Aja
Cierre de oficinas y comercios por el centro. Alberto Aja
La gasolinera de la calle Castilla, sin luz. Roberto Ruiz

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Ojo, en lo que quedó abierto (sobre todo pequeñas tiendas) quedó de manifiesto lo que que nos espera en caso de una emergencia prolongada. Gente llevándose a la carrera todas las garrafas de agua con las que pudiera cargar. Agotada en muchos sitios. Igual que las pilas, las velas o las linternas en los bazares que siguieron atendiendo. O las barras de pan, a la vista de que tocó comer bocadillo. Y todo, en efectivo. Nada de tarjetas. La estampa en pequeñas tiendas de ultramarinos era la del dueño en la puerta, pegado a la caja y con la oscuridad al fondo, dando lo que pidieran a los clientes que formaban pequeñas colas en la entrada. En los bares, abriendo la caja manualmente para tener cambios, sirvieron todo lo que tenían. Lo que ya estaba hecho o lo que se pudiera preparar sin tirar de cocina. Hasta que se fue acabando. Andaban a eso y a echar cuentas de lo que podría aguantar toda la mercancía de las cámaras.

Autogestión

Entre tanto, pasado el impacto inicial, en la carretera, autogestión. Se funcionó 'al tanteo'. Conductores y peatones (en general, la gente se portó como es debido, aunque siempre hay excepciones) se fueron repartiendo tiempos de paso. Primero, ellos solos. Y, poco a poco, con la presencia de agentes de la Policía Local y de movilidad haciendo lo que buenamente podían en los principales cruces. Había, por ejemplo, en el de Isabel II con la plaza del Ayuntamiento. También a la altura de la boca del Pasaje de Peña por Jesús de Monasterio. O en el que reparte paso a los que vienen de Antonio López y a los que van a tomar la calle Castilla. Al volante, con prudencia. Y al cruzar, también. «Cuidado, que te llevan por delante», gritaba una mujer a un chaval que pasaba corriendo por la carretera. Tal vez lo más llamativo –porque impresionaba un poco– fuera la oscuridad absoluta en los túneles de la ciudad. Si a uno le tocaba entrar acompañado de otros vehículos, todavía. Los focos de los propios coches hacían el camino más llevadero. Lo normal en el de Puertochico, porque es largo y era raro acceder en solitario. Pero si en ese momento no pasaba nadie por el de San Fernando, por ejemplo, el conductor tenía que poner todos los sentidos para no llevarse un susto. Y hay que tener en cuenta que el apagón coincidió con la hora punta de la salida de los colegios. Hora de tráfico. Todo, entre ruidos de sirenas o de alarmas de establecimientos.

Atrapados

Porque el trasiego de coches en emergencia también se sintió. Incluso agentes en vehículos 'de paisano' que colocaban una sirena en el techo. Pero, lo que más, bomberos. «Antes escuché como llamaban desde dentro de los ascensores para ver si les podían sacar», comentaba un vecino en el número dos del Pasaje de Peña. Eso, lo de la gente atrapada en los ascensores, fue uno de los mayores problemas de la jornada. «Además –explicaba un bombero a la carrera–, como no todas las compañías de teléfono funcionan, hay gente que no puede avisar». Iban de un sitio a otro junto a los técnicos de mantenimiento de los elevadores, que tuvieron un día de locos. En la tienda de Mango del centro, una cuadrilla de bomberos se tiró un buen rato. Llevaron un generador porque dos clientas se quedaron encerradas en el ascensor acristalado del establecimiento. A la vista del personal de la tienda, que hizo todo lo posible por tranquilizar y dar ánimos (y transmitir paciencia) a las dos señoras. Casi tres horas allí metidas se pasaron mientras, fuera, con tanto trajín, los curiosos, preguntaban si había un incendio o si pasaba algo. Hasta se escuchó un aplauso en el interior cuando por fin pudieron salir.

«Si no puedo bajar la persiana de la tienda no me puedo ir a casa», le venían a contar a los bomberos unas chicas. Un reguero de incidencias que se palpaba con sólo poner la oreja a las conversaciones de los que hablaban por teléfono –los que podían, porque lo de los móviles fue un problema añadido– en la calle. «Pues he tenido que entrar en casa saltando la valla, porque la puerta no iba. Y mi prima se ha quedado encerrada en el garaje y no puede salir». Y así, mil historias.

«Ya no nos queda nada», le decían a un cliente que buscaba algo que llevarse a la boca en un par de bares cerca de las Estaciones a eso de las tres y cuatro. El tráfico en ese momento se había rebajado mucho. Por la hora y porque, más de uno, visto lo visto, ya no se movió de casa.

Desde entonces ya fue cosa de paciencia. «Ya ha vuelto en Bilbao y en Pamplona», comentaban los que tenían acceso a internet. Todos pendientes de que 'se hiciera la luz'. También en este periódico. A la expectativa. Hasta que la luz se hizo. «Los semáforos acaban de volver». Lo gritó alguien en la redacción de El Diario Montañés a las 17.09. Aún tardó un rato hasta que todo volvió a iluminarse.

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