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La escuela no es para ellos

La escuela no es para ellos

A la intemperie legal ·

«Nos meten en el saco de los absentistas y educar por libre a un menor exige dedicación plena y renuncias laborales y económicas»

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Domingo, 27 de septiembre 2020, 20:55

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Para Elisa, 8 años, no ha habido vuelta al cole. Nunca hubo ni siquiera una primera vez. Su curiosidad natural por el mundo que la rodea es lo único que determina su aprendizaje. No hay rutinas, horarios, asignaturas, exámenes, ni recreos en su vida. Su educación se enmarca en el mero fluir de su día a día y se precipita a base de impulsos. Los suyos. Cuando de repente reparó en la existencia de carteles que no sabía interpretar y quiso conocer lo que indicaban, sus padres se pusieron a enseñarle a leer y a escribir; cuando se interesó por las cuentas que hacía su madre con el tendero de turno en el mercado después de llenar la cesta de la compra, sus progenitores le desvelaron los entresijos de las sumas y las restas. Este verano, en las noches despejadas de la costa mediterránea, se fijó en las distintas intensidades de las luces del cielo y en las diferentes coreografías que dibujan, y quiso saber los secretos celestes. Su madre, Sara García, una diseñadora de webs que trabaja desde casa, no supo explicarle mucho más allá que cualquier profano en la materia y se lanzó a buscar por internet a un astrónomo. Lo encontró a más de una hora en coche del pequeño pueblo de apenas 4.000 habitantes en el que viven, en la costa valenciana, y allí se fueron las dos, a observar los anillos de Saturno a través de su telescopio.

«Cuando cumplió tres años y le tocaba ir al cole aún tomaba pecho. Siempre practicamos una crianza con mucho apego y sentimos que no era el momento para ella. Estábamos muy a gusto en casa. Al año siguiente nos ocurrió lo mismo y, así, hasta hoy. Pensamos que la educación tiene que ser un proceso personalizado basado en el respeto a los intereses y las necesidades de nuestra hija, y eso no es posible en una clase en la que se concentran treinta niños totalmente diferentes», explica su madre. Sara y su pareja, un historiador, no siguen ningún método pedagógico ni se apoyan en una pila prescrita de libros de texto. A medida que brota el interés de Elisa sobre una cuestión u otra, le facilitan la información precisa para satisfacer su hambre de conocimiento. Últimamente se ha sentido fascinada por las pirámides egipcias y lo que ocultan en su interior, y Sara ha dedicado varias noches a recopilar datos en la red y a repartirla en tarjetas para hacer más amena la 'lección'.

«No separamos vivir de aprender. Su educación está integrada en el día a día. Desde bien pequeñita se sintió atraída por los idiomas. A diferencia de mí, habla ya perfectamente inglés. Siempre le hemos puesto la tele en inglés y pedimos a unos vecinos ingleses que la hablaran en su lengua. Lo mismo hice con unas amigas. Así, mientras que ella quiera. Si se cansa, pues a otra cosa. Estamos para cubrir sus demandas y sus necesidades de comer, hablar, dormir o aprender. Si vemos que no se interesa por algo que consideramos importante, como ha ocurrido hasta ahora con las multiplicaciones, le ofrecemos enseñárselo con juegos. Es muy fácil acordar algo con un niño que se siente respetado».

Sara tuvo una educación convencional. Fue al colegio y después cursó varios años de Arquitectura en la universidad. Pero no guarda buenos recuerdos de su etapa de escolarización. «Y eso que sacaba buenas notas y estaba bien adaptada al sistema. Pero en mi vida diaria no aplico tanto las cosas que aprendí allí. Fueron horas y años enteros allí y mucho vacío. 'Sara hablas demasiado', 'Sara no te levantes de la mesa'. No son recuerdos que inviten a repetir. La escuela sigue siendo la misma estructura rígida que vivió mi madre. Es un milagro que los niños conserven la curiosidad cuando salen de ella». Su apuesta por la educación libre no es, asegura, una imposición. Si un día Elisa le pide ir al colegio, «irá. Tiene esa libertad. Sabe que existe y que puede incorporarse cuando quiera. Tiene muchos amigos que van al colegio, juega por las tardes con algunos de ellos, pero el 'feedback' que recibe no le alienta a ello».

La educación en casa, más conocida por sus expresiones en inglés 'homeschooling' o 'unschooling', siempre ha existido, pero no cobró entidad como fenómeno social hasta la década de los años setenta cuando, en los Estados Unidos, varios educadores e investigadores críticos con el sistema reglado comenzaron a defender la idea de que para obtener unos resultados educativos y sociales óptimos, los niños no debían acceder al sistema educativo formal antes de los diez años. «El animal humano es un animal de aprendizaje; nos gusta aprender; somos buenos en eso; no es necesario que se nos muestre cómo hacerlo. Lo que mata el proceso de aprendizaje es que la gente interfiera o trate de regularlo o controlarlo», propugnó John Holdt, uno de los padres de este movimiento.

Más de cuatro décadas después, esta opción educativa está regulada, aunque sometida a distintas restricciones, en una treintena de países, como Dinamarca, Noruega, el Reino Unido, Irlanda, Polonia, Rusia, Portugal o los Estados Unidos, donde está muy arraigada. Sin embargo, en otros, como Suiza, Bélgica, Holanda, Alemania o España, carece de reconocimiento, lo que sumerge a las familias que lo practican en un estado de inseguridad jurídica y social. El 'homeschooling' no está prohibido aquí pero incumplen la legalidad establecida, que en España dicta la obligatoriedad de la escolarización de los menores, entre los 6 y los 16 años, y responsabiliza de ello a sus padres o tutores legales. Esta situación impide que exista un registro oficial. La Asociación por la Libre Educación (ALE), la entidad de referencia del movimiento en España, dice aglutinar a unas 400 familias, un millar en su dieciocho años de trayectoria, si bien se calcula que el número de familias que educa a sus hijos en casa oscila en la actualidad entre las 2.000 y las 4.000.

«Sufrían por ir a clase»

Imagen principal - La escuela no es para ellos
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La de Elisa es una de las pocas familias consultadas por este periódico que no ha tenido reparos en facilitar su identidad y lugar de residencia. Pero no es lo habitual. La mayoría exige permanecer en el anonimato ante el riesgo de que los servicios sociales pueda intervenir. Lejos de oponerse a ello, Alejandro Muñoz, vicepresidente de ALE y padre de una niña de 5 años 'homeschooler', lo defiende. «Estamos a favor de que hagan cuantas inspecciones consideren necesarias para garantizar que los menores están bien atendidos. A menudo nos meten en el grupo del absentismo escolar y nosotros no estamos descuidando a nuestros hijos, sino todo lo contrario. Esta forma de educación implica una dedicación plena a los niños y también importantes renuncias profesionales y económicas en las familias para llevarlo a cabo. En mi caso, mi pareja ha dejado de trabajar y no descartamos que en futuro ambos tengamos que trabajar a tiempo parcial», expone. «No estamos en contra de la escuela. Hay niños que se adaptan bien al sistema, pero otros no. Nosotros creemos que es la educación la que debe adaptarse al menor y no al revés. Por eso, lo único que pedimos es que se nos permita a los padres elegir».

El catalán Manel Moles conoce a fondo las dos caras del sistema. Profesor de informática en Secundaria de un colegio público, ha educado por su cuenta durante ocho años a sus tres hijos. Cuando nació el tercero, el maestro y su pareja tuvieron claro que no seguiría los pasos de sus hermanos mayores. «El mayor, muy imaginativo e introvertido, y al que no le gustaba el fútbol, empezó a padecer situaciones de 'bullying' y, al segundo, con problemas de aprendizaje por padecer síntomas de dislexia, querían meterle en un grupo especial, «al final, el de los tontos». «La escuela es una herramienta poderosa y como tal tiene efectos secundarios. Depende de cada niño. Los míos sufrían. Necesitaban su tiempo. Y nosotros se lo dimos».

La experiencia de educarlos en casa la plasmó en 'La escuela no es para mí' (Editorial Círculo Rojo). «Fue durísimo. Supone ir en dirección contraria a todos los demás. Te surgen dudas, preguntas... Es muy exigente y requiere una gran compenetración con tu pareja. Pese a todo, hacerlo valió la pena».

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