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Álvaro Machín
Viernes, 1 de noviembre 2013, 18:08
La ropa de un tendal del 17. Los botes de un balón de baloncesto en la pista. El ruido de la grúa de las obras en una fachada. El hombre que pasea con su perro junto al muro. Son los puntos cardinales de un cementerio incrustado entre viviendas. Una isla de descanso eterno en medio de la ola de vida de una ciudad que le fue rodeando. Porque cuando se construyó el cementerio "de los ingleses" estaba en unas afueras que dejaron de serlo. Aquello, ahora, es Cazoña. Pero, para la eternidad, es el cementerio protestante de Santander.
Lleva mucho allí, aunque parte de la ciudad no lo sepa. Un inspector de ferrocarril inglés de 44 años fue su primer inquilino. Y aquello fue en abril de 1864. Lo contaba Matilde Camus -una de esas heroínas de la reconstrucción de las pequeñas historias- en su "Prolegómenos del cementerio protestante de Santander y su evolución histórica". Las peticiones al Gobierno en 1831, la adquisición de los terrenos en 1862... Está todo escrito (para los amantes de los detalles). Hasta la aportación de 1.380 reales del mismísimo rey de Prusia para su construcción o las 25 pesetas de cuota de enterramiento para súbditos alemanes, suecos, noruegos o británicos.
Todas esas anécdotas forman parte del catálogo de conexiones de la ciudad con esa Europa hoy más cercana. De hecho, sin salir de los muros de este pequeño reducto, puede verse el monumento funerario en homenaje a la Legión de Marinos Británicos, vestigio de la presencia de este grupo en Santander en 1835. Son cuatro anclas en torno a un monolito de piedra. «Por su gran valor histórico», se dijo para incluir el cementerio como Bien Inventariado del Patrimonio Cultural de Cantabria en el año 2004.
Pero, biografías aparte, para los amantes de las curiosidades, lo primero es encontrarlo. El número 17 de Cardenal Herrera Oria es la dirección para decirle al taxista o poner en el callejero. A partir de ahí, todo es sencillo. Está justo detrás. Con las referencias cercanas de la Residencia Cantabria o de la zona central de Cazoña (Caja Cantabria, gasolinera...). A medio camino entre ambos puntos, sólo hay que detectar un grupo de árboles entre edificios. Como un pequeño parque, una finca rodeada de muros de dos metros de altura en su zona más alta y con marcas de hiedra. No es grande. En poco más de un minuto a paso suave, se recorre el perímetro caminando. Hay una cancha de baloncesto a un lado y no es difícil pensar que a algún crío se le habrá escapado algún rebote...
"Cementerio protestante inglés. Año 1964", pone en la placa que hay en la entrada. En letras negras sobre fondo blanco y junto a una cruz. El mismo símbolo que corona la puerta oscura y enrejada. Cadena y candado. En las hemerotecas se habla de 128 enterramientos. A la vista, hoy por hoy, pueden verse unas 25 marcas en forma de cruz, lápida... «Yo soy la puerta de las ovejas», «Jesucristo dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al padre sino por mí»... Mensajes.
Y bien cuidado, aunque a veces se haya denunciado lo contrario. Porque, si uno va a verlo estos días, encontrará que las tumbas están limpias, la hierba cortada y que en la placa o la cadena de la verja no hay signo de óxido o tiempo. «No sólo no está abandonado ni por los consulados, a quienes pertenece la propiedad, ni por la Iglesia que ha estado, desde sus comienzos en la ciudad de Santander, la Iglesia Evangélica Española, de comunión Reformada y que sita en la calle Gómez Oreña 11, ni por el Ilustrísimo Ayuntamiento que, periódicamente, está realizando labores de acondicionamiento del lugar, a petición nuestra». Es parte de una carta publicada en este periódico por un pastor protestante de Santander. Porque el cementerio es una huella de su estancia. Por los siglos de los siglos...
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