El duelo que no termina nunca
El fin de la búsqueda de la montañera cántabra en Nepal suma una página más a la historia de desaparecidos
Álvaro Machín
Domingo, 24 de mayo 2015, 08:00
Emilio busca ejemplos para intentar explicarlo. «Es como un crucigrama que no acabas de resolver nunca». Cuenta cosas que ayudan a entender lo duro que ha sido y sigue siendo. «Al principio yo decía que, si había pasado algo malo, no quería saberlo. Pero ahora tengo claro que es necesario saberlo para saber a qué atenerte. Lo peor es la incertidumbre». Noelia habla con el mismo tono. Dice que su madre «no sabe dónde llorarle, dónde ir a echarle unas flores» a Agustín. «Necesitamos certezas, ver, ponerle nombre a las cosas». Una psicóloga desgrana cada fase del proceso. «La falta de un cadáver que aporte desde la realidad material una evidencia de la pérdida, pareciera determinar para los dolientes una espera eterna», escriben los autores que consulta el psiquiatra. Hablan de duelos, pero distintos. Particulares. Todos duelen entre duelo y dolor hay hasta pocas letras de distancia, pero éstos más. El Gobierno dio por finalizada la búsqueda de los españoles desaparecidos en Nepal. La historia de Isabel es la última de este tipo en Cantabria. Pero hay otras. Noelia es la hermana de uno de los tripulantes que desapareció en el mar tras la tragedia del Nuevo Pilín. Nunca le encontraron. Emilio es hermano de Virginia, que salió de Aguilar con su amiga Manuela para ir a divertirse a Reinosa. No volvieron a saber de ellas y hace ya 23 años de aquello. «El tiempo mitiga un poco, pero no cura».
Cuando el ministro García-Margallo anunció el regreso de los equipos que buscaban supervivientes tras el terremoto, la familia de la montañera cántabra decidió dejar de hablar ante los medios y reservar para la intimidad su dolor. Es la postura perfectamente comprensible del entorno del taxista que desapareció en el Alisal en 2010. O de la familia de José Luis, de Torrelavega, cuya historia (se remonta a 2002) aún figura en las páginas de internet que incluyen listas de desaparecidos. Germán Sánchez, el sacerdote que compartió parroquia durante años con el cura de Ampuero que no volvió de unas vacaciones en Ibiza, cuenta que aquello «no le dejaba dormir», que eran «como hermanos, muy amigos» y que pasó «al menos medio año» hasta que le dio «por perdido». «El enigma, el misterio pesa sobre nosotros y hace que todo sea mucho más doloroso. De otra forma sería distinto, pero no saber nada...».
Cada duelo, distinto
«No hay dos personas iguales y no hay dos duelos iguales». La premisa está sobre la mesa antes de la charla con Carlos Mirapeix (psiquiatra y psicoanalista) y María Pérez (miembro en su día del equipo de intervención psicológica en emergencia y catástrofes del Colegio de Psicólogos de Cantabria). Casos muy distintos, circunstancias muy diferentes. «La esperanza es lo último que se pierde, pero fueron pasando los meses... Al año apareció un cuerpo en Francia y el hijo de mi cuñado fue para allá, pero no era. Ves que pasa mucho tiempo y no dan con él y la pierdes por completo. Y más en la mar...». Eso explica Noelia.
«Ir a un lugar y poder despedirte es un acto terapéutico»
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ceremonias, gestos y símbolos
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Carlos Mirapeix (Psiquiatra y psicoanalista)
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«Pasan meses, incluso años, antes de que algunas personas puedan ir a un cementerio. El hecho de ir es ya una forma de elaborar el duelo. O dejar mucho tiempo los armarios sin tocar y decidir quitar la ropa para dársela a alguien. Eso solo se puede hacer cuando el trabajo de duelo llega a ese punto». Los gestos. Son claves. «Pequeños ritos individuales como visitar el lugar de un accidente, celebrar algún tipo de ceremonia individual o familiar... Para hacer un punto y aparte. O formar parte de un rito colectivo. Colocar una piedra o un mojón en un lugar que se convierta en un rito colectivo de despedida. En el pueblo. Ayuda, aunque resulte doloroso. No solo es gratificante, es terapéutico», asegura Mirapeix. El qué es lo de menos. Algo personal. «Hay quien lo considera con una carta, con tener un sitio físico al que ir para acordarse aunque no esté el cuerpo... Cada uno con algo acorde a su creencia», añade María Pérez.
Emilio advierte que esa esperanza «es peligrosa». «Pero no la perdemos nunca. Tienes que dejar una puerta abierta a esa esperanza o a un desenlace fatal. Estar preparado porque podrían aparecer un día de pronto vivas o muertas. Pero en un grado aceptable. Cada noche me acuesto pensando en ella, pero no me traumatizo. Lo único que puedes hacer es esperar, pero tengo que estar abierto a todo. Si no, me parece que sería como faltar al respeto a esa persona». Repite que es «complicado», que «no quería aceptar el problema y hasta que no lo aceptas, no puedes combatirlo» y que es «como un lastre para toda la vida». «Me costó saber convivir con ello».
¿Vidas normales? «Sí. Mi vida es normal. Me casé, bauticé a mi hijo... Pero es verdad que en algo como eso un bautizo, una boda... te falta algo, la felicidad no es completa», dice él. Ella también se refiere a esa idea de seguir adelante («tengo dos hijos, un marido...»). Y ambos se centran en la figura de sus madres. La peor parte. «Es dice Noelia la que más lo ha sufrido. Éramos ocho hermanos y cada uno ha ido haciendo su vida, pero ella tiene esa pena de no despedirle, de no encontrarle y haberle hecho un funeral. Desde donde vive ve el mar todas las mañanas y lo primero es acordarse de él. Desde aquello cayó en picado». Hasta lo legal, lo burocrático, incide en el dolor. «No pudimos hacerle una misa hasta que pasaron tres meses y antiguamente eran cinco años». Más leña al fuego. «Es un jaleo administrativamente, un vacío legal en casos como el nuestro. No ayuda», apunta Emilio. Términos como desaparecido tienen consecuencias legales. Trabas.
Los expertos
Hay referencias a todos los detalles de cada relato al hablar de duelos con los expertos en hacerlos más llevaderos. En canalizarlos. «Lo primero que pasa es que está confrontado a algo que le cuesta asumir como real. Si no hay muerto, no hay realidad. Y eso puede suponer que se instale en una duda tan dolorosa como el dolor del propio duelo», explica Mirapeix. Hay autores que dicen que el duelo «es un trabajo de desamor». «Y si no has visto a esa persona, su cadáver, no se quiere enterrar ese sentimiento». Dolor, pena, rabia, soledad... Y aquí, además, desconocimiento, incertidumbre... «Un cóctel de sentimientos encontrados, emociones contradictorias». Son, en este sentido, procesos «atípicos, anómalos». El especialista explica que muchas «personas con duelos sin muerto no piden ayuda». «Canalizan toda su energía en buscar a la persona que no está. Eso dura meses, años... Sustituyen el duelo por la búsqueda y su energía va solo en esa dirección. Puede durar para siempre. Hay duelos que duran una vida». Como en esa canción de Maná, En el muelle de San Blas (el propio Mirapeix la cita).
Porque el duelo es un proceso, que debe construirse, completar etapas. Y los primeros instantes son claves. Pérez lo sabe bien tras su experiencia en esa atención urgente a pie de catástrofe. «Hay personas que en esos primeros momentos quieren hablar. Otras no, o no contigo. Es muy importante respetar todo eso. Hay que estar, de una manera respetuosa y honesta. Y hasta facilitar ayuda en cuestiones prácticas». Cosas simples como conseguirle un teléfono, darle agua, ayudarle a transmitir la noticia a otro... «El cómo dar la noticia previene determinadas cosas». Las imágenes que uno puede hacerse en su mente de u ser querido pueden construirse a través de palabras poco adecuadas. Por eso, la experta habla, en las primeras fases, de «canalizar la información que te va llegando de la situación». De ofrecer datos solo cuando sean precisos y definitivos, dar información certera, siempre a través de los mismos interlocutores, con empatía... «Debes permitir a la persona que se exprese, facilitarle que exprese todo lo que quiera...». Por eso, se refiere, por ejemplo, a «espacios para canalizar la ira». Todo, para evitar más adelante que esa persona «se quede en la fase de negación o que siga experimentando lo mismo que en las fases del principio». La intervención inicial y toda la información personal que se obtiene permitirá derivar mejor hacia lo más adecuado en el futuro, prever. Para ir dando pasos. Ir complentando «tareas de duelo». La expresión emocional de la pérdida que se pueda hablar, por ejemplo, de la persona que no está en el ámbito familiar (a veces es un tema prohibido), poder recolocar a esa persona y continuar con la vida... Pero advierte: «Las intervenciones la ayuda, la atención adecuada llegan a veces muy tarde».
«Va camino de once años, pero acordarte, te acuerdas siempre», dice Noelia, que recuerda que su hermano no tenía previsto embarcar en aquella marea. «Andaba con gripe». Emilio desliza la fecha del 23 de abril durante la charla. «En los momentos felices, cuando ves a una chica por la calle que se parece a ella...».
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