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Una recreación de homo sapiens que se muestra en el Museo de Prehistoria de Cantabria, en los bajos del Mercado del Este de Santander. Celedonio Martínez
El éxito evolutivo de los primeros humanos

El éxito evolutivo de los primeros humanos

Su cuerpo necesitaba menos energía que el del neandertal para sobrevivir. Su organización social y tecnología son claves de su triunfo

José Carlos Rojo

Santander

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Jueves, 5 de julio 2018, 23:32

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La llegada masiva hace más de 25.000 años del sapiens a Europa acabó con 210.000 años de vida exitosa del neandertal. «En Cantabria el relevo se produjo muy rápido», cuenta la investigadora del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas (Iiipc), Ana Belén Marín. «En esta zona de la cordillera cantábrica convivieron como máximo unos 1.000 años pero no tenemos evidencias de que tuvieran interacción alguna», matiza.

Es muy difícil pensar que se enfrentaran. También cuesta demostrar que se mezclaran, como sí ocurrió en otras zonas del planeta, como en Próximo Oriente. ¿Qué ocurrió entonces? Los cambios del clima –que afectaron a la flora y a la fauna y con ello a los medios de vida– y la presión de la nueva especie tuvieron que ver en el final del neandertal. El sapiens era menos corpulento, precisaba de menor energía para sobrevivir. Contaba con técnicas y conocimientos que le permitían aprovechar mejor los recursos del medio y su organización social alimentaba el flujo de información y conocimientos. Tenía todo lo necesario para asentar su hegemonía. Yasí lo hizo.

Sobrevivió a los importantes cambios de clima que llegaron con el máximo glaciar –hace unos 24.000 años–. Incluso en Cantabria, una zona refugio donde la geografía permitía alteraciones menos extremas del clima. Supo adaptarse a los incrementos y a la disminución del nivel del mar, y aprovechó al máximo la pesca. Perfeccionó una organización social con la que articuló grupos más numerosos, más complejos y prósperos... «En general, demostraron durante todo el Paleolítico superior una mejor capacidad de adaptación al medio que garantizó su éxito», asegura al respecto el catedrático y exdirector del Iiipc, Manuel González Morales.

«También es muy probable que desarrollaran una forma de interacción social entre grupos. Algo que favorecía mucho el flujo de información, y también el intercambio genético», detalla. Algunas zonas de lo que hoy es Cantabria fueron un corredor muy frecuentado por aquellas poblaciones humanas. Las muestras del arte rupestre y mobiliar que dejaron aquellas culturas ha podido demostrar su influencia global, fruto de la movilidad poblacional. «Había gente que se llevaba mal con el vecino y cambiaba de grupo, imaginemos. O gente que encontraba fuera de su comunidad un compañero o compañera sexual. Motivos para favorecer esa movilidad social hubo muchos», concreta el investigador del Iiipc César González Sainz.

La llegada del frío

Todo se complicó hace algo más de 24.000 años, cuando está datado el llamado máximo glaciar, que avanzó por Europa para rebajar las temperaturas de forma drástica. La zona cantábrica tuvo un clima muy parecido al que hoy existe en el sur de Noruega. Los casquetes polares multiplicaron su extensión y el retroceso del nivel del mar transformó las costas de medio mundo. «En la zona cantábrica, donde la plataforma continental presenta un escalón muy pronunciado, digamos que podíamos ver unos 8 kilómetros de praderas desde los acantilados que hoy conocemos», explica Manuel González Morales. No fue un cataclismo sino un cambio paulatino, que duró milenios. Tampoco se puede considerar que el caso cántabro fuera de los más extraordinarios. «En algunas zonas de la costa francesa, para hacernos una idea, ganó hasta 100 kilómetros», aclara González Morales.

Recreación de una familia de cazadores-recolectores.
Recreación de una familia de cazadores-recolectores. DM

Muchos de los más ricos yacimientos de aquel tiempo, que por norma se ubicaban junto al mar, se han perdido para siempre en el fondo del océano. «Es una pena que nunca lleguemos a conocer la riqueza que probablemente encontraríamos en ellos», analiza el experto;pero existen otros muchos que arrojan algo de luz sobre cómo vivían estos ancestros.

Cantabria, igual que el resto del sur europeo, atrajo buena parte de la población del norte de Europa, que huyó en busca de un clima más templado. «El análisis del ADN de la Dama Roja del Mirón, que fue enterrada hace unos 18.500 años, ha arrojado resultados sobre su origen belga, por ejemplo», confirma González Morales.

Es en estos tiempos cuando se desarrolla buena parte del arte que hoy se admira en cavidades de toda Cantabria. La sala de polícromos de Altamira –famosa por el realismo de los bisontes allí representados–, se completó en este tiempo, hace unos 17.000 años. Pero no solo fue importante el arte sobre la roca, donde también tuvo gran relevancia el grabado –ambos fenómenos se abordarán más en detalle en el capítulo reservado a esta temática–, sino que también fue destacable el arte mobiliar.Las herramientas heredaron parte de esta influencia. Trabajaban el hueso y la roca. «Existen grandes ejemplos de trabajo sobre el asta como el magnífico bastón del Pendo», cuenta el exdirector del Iiipc.

Pragmatismo sin arte

Ese gusto por la ornamentación se borró hace unos 14.000 años. «Toda esa explosión artística se frenó con la entrada hace 14.000 años de un grupo humano que de alguna manera borra genéticamente a las poblaciones anteriores», afirma el exdirector del Iiipc. Fue la cultura acilense. Manejaban una tecnología eficaz pero despejada de ese complemento que les resultaba innecesario. «Probablemente buscaban la eficacia sin más. Era una cuestión cultural, si fabricaban una herramienta de caza, no tenía que ser bonita, sino que debía garantizar el buen uso». Ese pragmatismo incrementó su éxito en el medio y su prosperidad.

Hace 12.500 años el mar comenzó a recobrar a mayor velocidad el territorio perdido. Las temperaturas subieron y el ecosistema se tornó más rico en flora y fauna. Cantabria pasó a ser un oasis de recursos. Yel aprovechamiento de los recursos marinos alcanzó su punto álgido.

El estudio de las conchas de moluscos arroja datos sobre los cambios de clima

«El análisis de los isótopos de las conchas conservadas en algunos yacimientos nos puede servir para reconstruir las condiciones climáticas de aquel tiempo», cuenta Igor Gutiérrez, investigador del Iiipc. Cuando el molusco crece, el carbonato cálcico de su concha va incorporando esa seña de las temperaturas del agua. «Así podemos reconstruir las curvas de temperatura de todo este tiempo. Comprobamos cómo llegó ese máximo glaciar que termina en los últimos compases del Paleolítico superior. Una tendencia que se consolida en el Mesolítico para continuar más tarde hasta alcanzar las temperaturas actuales».

Mejoraron la caza con el desarrollo de flechas grandes atadas a un propulsor, comenzaron a alimentarse de los frutos secos que les ofrecía el bosque y se sirvieron también de la materia prima vegetal para fabricar cestas y cabañas. Demostraron conocer las técnicas básicas para la pesca fluvial y la marina;y también del marisco.

«Los concheros, todos esos yacimientos de conchas que conocemos en diferentes cavidades, nos cuentan muchas cosas de lo que comía aquella gente y cómo se relacionaba con el medio», revela el experto del Iiipc Igor Gutiérrez. «Sabían incluso en qué momentos del año cada especie de molusco ofrecía su mejor versión, con más carne». El más consumido era el llamado Phorcus lineatus, una especie de caracolillo de mar.

Las conchas también eran un complemento básico de ornamento. «Podían dar mucha información sobre el rango de cada individuo en el grupo. Algo que era básico para la comunicación intergrupos», detalla Gutiérrez.

En torno al 4.800 a.C. se datan en Cantabria algunas fechas asociadas a ocupaciones en cueva bien documentadas que revelan la presencia de grupos neolíticos, que crían animales y posiblemente también cultivan cereales, una práctica que ya aparece confirmada hacia el 4.400 a.C. por un grano de escanda hallado en la cueva del Mirón.

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