«Las gallinas están cabreadas porque quieren salir a la calle, se lo noto»
Los particulares, que también deben mantener las aves domésticas cerradas por la amenaza de gripe aviar, se quejan de que ponen menos
«Antes, lo primero que hacía por la mañana era ir a abrirlas, para que anduvieran por ahí picando y comiendo lombrices», explica Dolores Molleda, una vecina de Vioño de Piélagos con 93 años espléndidamente llevados y media vida criando gallinas. «La verdad es que me da pena no verlas por la finca, que no puedan aprovechar para estar en la calle, y ellas están cabreadas porque quieren salir, se lo noto».
El estallido de casos de gripe aviar en España, que ha supuesto la muerte de cerca de tres millones de gallinas –entre las enfermas y las que se han tenido que sacrificar–, ha obligado a confinar a las aves domésticas para impedir la expansión de la enfermedad. Cantabria apenas se ha visto afectada por el mal, detectado en los cadáveres de cuatro ejemplares silvestres –tres gaviotas y un charrán–, pero las medidas de prevención se han extendido a todo el país.
Dolores tiene ocho gallinas, un gallo y un yerno manitas que primero le instaló una puerta automática que se baja cuando no hay luz, para cerrarlos por la noche, y después le valló un pedazo de finca, tapado con una malla, para que vuelvan a tomar el aire. La historia del gallo tiene su gracia, porque le apareció en la cocina de casa un día de surada –«yo creo que lo llevó el viento»–, y enseguida, en cuanto conoció a las compañeras, se hizo a su nuevo hogar.
Las frases
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Benito Aguado | San Felices de Buelna «Las gallinas me han dejado de poner por no poder estar sueltas a su bola, comiendo lo que quieren por la finca»
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Moisés Balbás | Requejo «Los animales, en general, están acostumbrados a una rutina, y en cuanto se les cambia lo notan muchísimo»
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Juan Manuel Verano | Ampuero «Las tengo en un gallinero de cinco metros cuadrados cerradas. Las tengo así desde que un día bajó el zorro y le quité una»
«La verdad es que desde que este verano la zorra me mató un par de gallinas ya no salían tanto como antes; a veces sacaba una silla y me sentaba allí con ellas para vigilarlas. No entiendo muy bien que tengan que estar encerradas todo el día, a mí me parece que aquí no se van a contagiar de nada, porque por aquí no viene nadie».
Por suerte para ella, sus gallinas siguen poniendo a diario. «Me daba miedo al principio que pusieran menos huevos, pero siguen poniendo los mismos, uno diario. Son huevos que no tienen nada que ver con los del supermercado: anaranjados, no de ese color como deslavado de los de las tiendas. Los reparto todos entre la familia; todos los domingos le doy una docena a mi nieta».
A Benito Aguado, en cambio, las gallinas no le han perdonado lo de tenerlas guardadas. «Me han dejado de poner por estar encerradas, por no poder estar sueltas a su bola, comiendo lo que quieren por la finca. Eran gallinas que se quedaban hasta por los árboles, y ahora se las ve como estresadas; no comen ni a gusto, y eso es lo nunca visto».
Él tiene veinte gallinas y cinco pavos en San Felices de Buelna, y antes de que llegase la alerta por la gripe aviar se pasaban el día por ahí. «Las soltaba en cuanto amanecía, después de arreglar las vacas: en verano igual salían a las ocho de la mañana y las cerraba a las once de la noche, y ella solas se recogían. Les echaba maíz y un pienso natural, más lo que ellas se ganaban por el campo».
Para intentar hacerles la vida más llevadera, para convencerlas de que vuelvan a dar huevos –«ahora ponen el 40 o el 50%»–, y en previsión de que la medida se prolongue en el tiempo, les ha hecho un cerrado cubierto con malla. «Ahora están allí puestas, y entran y salen solas, pero no están a gusto».
«A mí esto me parece la mayor tontería que he visto: tengo las gallinas al lado del río, y allí puede haber cincuenta o sesenta patos, y cantidad de bandos de palomas sin controlar, que ni se sabe de quién son. A ésas no las miran, pero miran a las gallinas, que ya sabemos nosotros si están malas o no. Creo que lo de la gripe aviar se está exagerando, y está pasando como con las vacas y la dermatosis nodular: parece que lo que quieren es cerrarnos a todos».
«Tengo la impresión de que esto va para largo –reflexiona–; dicen que la enfermedad llega con los pájaros migratorios, y la temporada dura tres o cuatro meses, así que a ver cómo lo hacemos, cogiendo la mitad de huevos. En esta zona no se ven, como antiguamente, avefrías, o bandos de bichos, porque como no hay inviernos... El problema debe de estar más en las marismas que aquí, en el centro».
Gallinas «estresadas»
Moisés Balbás, de Requejo, también emplea la palabra «estresadas» para describir el estado de ánimo de sus 28 gallinas. «Han dejado de poner, están como desubicadas; acostumbradas a pasar el día en la calle, están todo el rato esperando a que abra la puerta para salir a picotear. Les echamos pienso y comida, más que antes, pero es como que les falta algo. Como nosotros con el covid, que estábamos raros».
«Los animales, en general, están acostumbrados a una rutina, y en cuanto se les cambia lo notan muchísimo; también les pasa a las vacas de leche. En cuanto cambias el manejo de los animales... como las personas: si estás acostumbrado a una rutina y te la cambian no rindes igual».
La docena de gallinas que Juan Manuel Verano tiene en Ampuero no han notado tanto cambio. «Yo las tengo en un gallinero de cinco metros cuadrados cerradas, con una caseta de la que salen y entran, y por las noches voy y las cierro. Las tengo así desde que un día, hace ya años, bajó el zorro y le quité una. Se habían escapado y cogió una, pero al salir corriendo la dejó y no le hizo nada».
A él también le están poniendo algo menos, pero lo achaca a la temporada del año. «Ahora, con el mal tiempo y la humedad que hay fuera, dejan de poner, ponen pocos huevos».
«Teniéndolas como yo las tengo creo que es muy difícil que cojan la enfermedad. Aquí al lado hay un vecino que tiene muchas, pero sueltas. Me imagino que las cierre, por la gripe y porque últimamente vino el zorro y le mató doce».
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