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Ana María Cué, Marta Cabrera y Ana María Cagigas degustan langostas en la habitación-comedor privado. D. Pedriza

«Marchando un menú para servir en la habitación 202»

Isla. El hotel Astuy se reinventa convirtiendo sus habitaciones en comedores-privados, que se pueden alquilar para degustar la carta del restaurante a cubierto pese a las restricciones del covid

Ana Cobo

Santoña

Lunes, 28 de diciembre 2020, 07:09

Al otro lado de la cristalera de la habitación 202 está diluviando. Ana María Cué, Marta Cabrera y Ana María Cagigas contemplan las vistas del mar de Isla mientras degustan tres langostas. No se mojan, no pasan frío y se sienten más seguras frente al riesgo de contagio de covid-19. Con el interior de la hostelería cerrada, estas tres amigas santoñesas veían poco factible celebrar este año su tradicional comida navideña en una terraza expuesta a los caprichos de la meteorología.

Sus planes cambiaron hace unos días cuando conocieron la iniciativa puesta en marcha en el hotel Astuy de Isla. El establecimiento se ha reinventado para seguir a flote convirtiendo las habitaciones del hotel en comedores-privados. La innovadora idea se ajusta «escrupulosamente» a la normativa sanitaria vigente en el sector. La fórmula para sortear las restricciones pasa por que los comensales se registran como huéspedes alquilando la habitación -con un precio aparte- y el hotel lo que hace es subirles el menú a la estancia. «Antes de ofrecer este servicio, hablé con abogados y con los servicios jurídicos de la Asociación de Hostelería de Cantabria que me indicaron que se puede realizar perfectamente», indica el propietario del hotel, Emérito Astuy.

Esta alternativa surgió de la mente del hostelero a raíz de la «indignante» comida del ministro, Salvador Illa, en la Filmoteca de Cantabria y la «injustificable» respuesta que dio el Gobierno de Cantabria diciendo que fue legal. «Al escuchar las filigranas que habían hecho, se me encendió la bombilla y pensé en dar una vuelta a lo que permite la ley, y ver cómo podía encajarlo con los recursos de los que dispongo». En esa búsqueda por adaptarse y sobre todo, por mantener los puestos de trabajo de la plantilla se le ocurrió dar otro uso a las habitaciones que, sin movilidad entre comunidades, «están muertas de risa». El cliente ahora mismo demanda «seguridad» y «tranquilidad» y qué mejor, dice Astuy, «que ofrecerles comer en una habitación para ellos solos, con su propio baño, armario y con unas bonitas vistas al mar».

La cama de la estancia se ha sustituido por una mesa y sillas para un máximo de seis comensales

La transformación de las estancias ha sido sencilla. Únicamente han retirado la cama para ganar espacio sustituyéndola por una mesa y sillas del restaurante. En cada habitación -que dispone de una amplia ventana para ventilar- se permite un máximo de seis comensales. La acogida está siendo «muy buena», señala Astuy. «Tenemos entre cuatro y ocho habitaciones habilitadas pero vamos a montar hasta 20». El goteo de reservas es continuo para estas fechas con bastantes peticiones para el día de Reyes. La habitación se alquila solo para comidas desde las 13.30 hasta las 18.00 horas y se sirve la carta habitual del restaurante.

Marta y las dos Ana María han optado por saborear el menú degustación de las Jornadas de la Langosta. A la estancia 202 solo entra la camarera, Laura Figueroa, que sube por el ascensor los platos tapados en un carro. «En una terraza con lluvia y este frío hubiera sido imposible comer. Vimos esta opción y aunque, es verdad, que el precio se incrementa porque te cobran el alquiler aparte, merece la pena porque estamos comiendo a cubierto en un sitio caliente, las tres solas, lo que supone menos riesgo, y encima tienes tranquilidad», valora Cabrera.

Las jóvenes cuentan que cuando llamaron al hotel para obtener más información de la iniciativa les dieron «muchas facilidades» para probar el menú que tenían en mente. «Es un sitio que merece la pena porque sabes de antemano que vas a comer bien y encima con estas vistas que aunque el día está triste se disfrutan igual», dice Cagigas, que no ha dudado en recomendar la experiencia a sus compañeras de trabajo. «Es una idea estupenda e innovadora». Y es que en tiempos de crisis surgen nuevas oportunidades. «Estar cerrados es una ruina y nos obliga a buscarnos la vida. En nuestro ADN está la capacidad de reinventarnos y de encontrar soluciones como esta para seguir activos», zanja Astuy.

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