
Gustavo Martín Garzo
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Gustavo Martín Garzo
Pilar G. Ruiz
Santander
Viernes, 16 de mayo 2025, 02:00
Como tantos padres, cada noche, Gustavo Martín Garzo (1948) contaba un cuento a sus hijos cuando se iban a la cama. Una parte hoy, otra ... mañana, al día siguiente un poco más. Ese fue el origen de su primer libro de literatura infantil y juvenil, 'La princesa manca', que existió primero como relato oral, hasta que pensé que debía escribirla. El escritor vallisoletano, Premio Nadal o Premio Nadal de Literatura Infantil entre otros galardones, autor de una quincena de novelas y siete libros para niños, clausura hoy, a las 18.30 horas, en el Auditorio Bajo Deva de Unquera, el V Encuentro Internacional del Álbum Ilustrado organizado por Peonza, este año con el título 'Murmullos de Encinas'.
-Un escritor en un encuentro de ilustración. ¿Se entienden bien ambas disciplinas?
-Así es. El trabajo de los ilustradores, no solo lo respeto, sino que siempre que he tenido que ilustrar un libro me he preocupado mucho de quién lo iba a hacer. Todas las veces el resultado ha sido muy satisfactorio. De alguna forma, lo que espero de la ilustración no es tanto que siga literalmente el texto, sino que se cree una especie de discurso paralelo. Buscas descubrir de qué forma la persona que ha hecho esas ilustraciones se ha sumado a tu libro y esa mirada suele revelarte cosas. Se acerca al mundo de la visión. Que se metan en líos, como es la verdad en la literatura, que tiene mucho de aventura, y compartirla.
-Compartir porque supone transformar sus palabras en otro lenguaje complementario.
-En efecto. Por eso no pretendes que sea una ilustración literal que te diga lo que ya sabes, sino que arriesgue, tratando de entrar en el mismo lugar en el que has estado para escribir el libro. El ilustrador contará eso de una manera que no es la tuya y los dos lenguajes se van a complementar.
-Sí es cierto que tiene una importante producción literaria orientada al público infantil y juvenil. ¿Recuerda qué le llevó a iniciar esa trayectoria?
-Fue de una forma muy natural. Mis historias en general son realistas, pero siempre tienen esa dimensión fantástica. Ese mundo que frecuento en mis novelas, es el mismo que el de los libros infantiles. Tengo gran devoción por esa literatura de lo maravilloso. Un mundo en la búsqueda del prodigio, de la mirada primera sobre las cosas, del asombro, la mirada del niño. No distingo una literatura de otro. Me gusta la frase de Lewis, autor de 'Las Crónicas de Narnia', que decía que la literatura infantil es aquella que también gusta a los niños. Poniendo el énfasis en la palabra literatura. Les gusta porque miran el mundo de otra manera.
-¿No distingue tampoco a la hora de estructurar el relato?
-Cuando de pronto tienes una ocurrencia, una historia de un niño y un dragón, como en el último, al ponerme a escribirla pienso en cómo contársela a un niño, que le prestará más atención. Sin darme cuenta trato de encontrar un lenguaje que sea más transparente, sin complicarle las cosas. Aunque a veces me olvido y simplemente me dejo llevar por la historia. La manera de escribir un libro para niños es tener un niño a quien dedicárselo; un ser singular que vive a tu lado al que tienes que contarle cosas que respeten su singularidad y le puedan interesar. Un camino de fabulación donde el mundo se amplía y todo es posible.
-Afirmaba una librera hace poco que un niño se entera perfectamente de lo que le cuenta un cuento, con metáforas o figuras literarias.
-Completamente. Incluso se puede enfrentar a textos muy complejos. Peter Pan lo es, Pinocho, Alicia en el País de las Maravillas, son textos que no tienen un mensaje simple. John McDonald autor victoriano, decía que una historia, cuantos más significados tenga, más verdadera será. Para mí la verdad es múltiple y compleja como la vida del niño. Y si no entiende unas cosas, entenderá otras.
-Una de las preguntas que se plantean en este Murmullos de las Encinas es cuáles son las llaves que utilizan los escritores para abrir el tesoro de la creación de sus libros.
-Es bonito lo de los murmullos. Los bosquimanos dicen que un cuento es como el viento; viene de muy lejos y lo sentimos. Al llegar a ti sientes que eso te concierne. Es verdad que hay una llave, una imagen muy literaria que aparece en muchísimas historias. La llave abre una puerta que te lleva a un mundo desconocido, en el que te haces pequeño como Alicia. El tesoro es lo valioso que esconde el cuento, lo que es capaz de dar sentido a las cosas.
-Este proyecto se relaciona con colegios, institutos, bibliotecas, residencias de mayores... ¿La literatura debería ayudar a tejer este tipo de redes?
-Una de las funciones esenciales de la literatura y de los cuentos es tender puentes, puentes que la razón separa. Entre vivos y muertos, adultos y niños, humanos y animales...Pero también hacia el mundo de los otros; nos pone en comunicación con los demás. El cuento existe para ser contado y escuchado y de forma inmediata produce esa relación entre quien lo cuenta y quien lo recibe. Si merecen la pena, los cuentos pertenecen al acervo de todos. No es el ser humano el que los crea, sino que su existencia nos hace humanos. La Biblia, los mitos griegos o hindúes, los primeros relatos.
-Su conferencia se titula simplemente 'Conversando'. Una acción que quizá convendría hacer más y con mayor atención.
-Pues sí. Está concebida como una conversación. En el fondo, contar un cuento es conversar, con el lugar o el tiempo en el que se creó y a la vez, al llevarlo al presente y entregárselo a otra persona, conversar con ella. Si son buenos, dan lugar a un montón de conversaciones y preguntas. La literatura sirve para mantener vivas las preguntas. No hay respuestas fijas. Por eso no me convence ese mundo de los libros de autoayuda, que no tienen nada que ver con la literatura. Los cuentos están para producir inquietud y a la vez sentirte acogido, porque te habla de las cosas que te importan.
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