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César Campoy
Miércoles, 13 de julio 2016, 18:19
El tiempo es uno de los más justos jueces que ha conocido la humanidad, y, aunque tarde, en la mayoría de las ocasiones pone las cosas en su sitio. El universo musical es uno de los que más han sufrido y se han beneficiado de la existencia de este tribunal, tan cruel en muchas ocasiones. El paso de los años, sin ir más lejos, ha acabado poniendo en el lugar que merecían en la historia de nuestra música a muchos conjuntos de los 60 del siglo pasado, denostados durante algunas décadas, y reivindicados por nuevas generaciones que han sabido valorar, desde la objetividad, la importancia que han jugado en la gestación y consolidación del pop y del rock hispanos.
Con Tequila pasó algo parecido, hace pocos lustros. De repente, periodistas y músicos comenzaron a glosar su existencia, a defender su papel jugado a la hora de dotar a nuestra música moderna de una dimensión diferente, partiendo de bases de sobra conocidas. De esta manera, poco a poco, la banda liderada por Alejo Stivel y Ariel Rot, iba liberándose de aquella pegajosa etiqueta de 'grupo para quinceañeras', injusta a todas luces, sobre todo, teniendo en cuenta la progresión musical vivida por la mayoría de sus integrantes en los años siguientes a la separación de Tequila. Además, ¿no fueron, también, The Beatles un combo venerado por adolescentes durante mucho tiempo?
Los orígenes de Tequila tienen un nombre: Spoonful Blues Band. Aquella formación se gestó en el Madrid de mediados de los 70 del siglo XX. Hasta la capital de España habían llegado, en aquellos años, muchas familias argentinas huyendo de la dictadura de la Junta Militar de Videla. Entre aquella remesa de exiliados se encontraban unos jóvenes Rot y Stivel, que pronto deciden formar parte de aquella explosión cultural que vive la España de la transición. Al poco de entrar a formar parte de aquellos Spoonful Blues Band, el proyecto cambia su nombre por el de Tequila. Al dúo se unen Julián Infante, Felipe Lipe y Manolo Iglesias. Uno de los capítulos dorados de nuestra historia musical comenzará a escribirse en 1978. Ese año, el quinteto registra su primer larga duración, 'Matrícula de honor' (producido por Vicente Romero), tras firmar un contrato en exclusiva con Zafiro. El insultante descaro y colorido de aquel proyecto, su vistosa y cosmopolita puesta en escena, y composiciones como 'Rock & Roll en la plaza del pueblo' o 'Necesito un trago' convierten aquella propuesta en una de las preferidas de un público adolescente que apenas es consciente de las tremendas posibilidades instrumentales de sus miembros (llegaron a convertirse, en sus inicios, en banda de acompañamiento del mismísimo Moris).
Con la lección aprendida, el quinteto entra en los afamados estudios Torres Sonido, bajo la atenta mirada de un grande de nuestra música, un Joaquín Torres que, siendo apenas un adolescente, se convirtió en uno de los pioneros del rock en España y llegó a liderar a los imprescindibles Los Pasos. Más tarde, ya desde la mesa de sonido, ha grabado con artistas del calibre de Barón Rojo, Rocío Jurado, Camilo Sesto, 091, Rocío Dúrcal, Ilegales, El Niño Gusano, Rosendo, Los Secretos, Hombres G, Los Suaves o Burning.
No obstante, ahora sí, la banda toma las riendas del asunto y, de esta manera, se encarga de la producción de un disco arrebatador, fresco, directo, auténtico y que, haciendo honor a su nombre, abraza la esencia del rock más puro para servirla de manera atronadoramente creíble, eso sí, de forma tan inteligente que, de fácilmente digerible, siguió resultando irresistible para las miles (y los miles) de fans del grupo.
Como ya había ocurrido en aquel primer 'Matrícula de honor', la práctica totalidad de los temas son compuestos por los propios integrantes del proyecto. Siguen jugando un papel fundamental tanto Stivel como Rot, que firman casi todas las piezas y comparten autoría en 'Y yo qué sé...!!' y 'Me vuelvo loco' (con Julián Infante) o 'Quiero besarte' (todo el combo). Además, la conexión argentina seguía completamente vigente ya que Sergio Makaroff, como ya había hecho en aquel primer disco, sigue brindando su tremenda brillantez creativa a partir del 'Rock del ascensor' y 'Todo se mueve', y el quinteto también optó por recuperar el 'Mister Jones' del inmenso Charly García, toda una institución cultural en Sudamérica.
De esta manera, el disco se abre, precisamente, con el tema que le da título, una auténtica declaración de intenciones y, efectivamente, un R&R de esencia pura, eso sí, potenciado por ese desparpajo marca de la casa. Transiciones festivas, llamativos coros y un piano omnipresente, ejecutado nada más y nada menos que por Juan Carlos Calderón, se convierten en la introducción perfecta para una fiesta que no ha hecho más que comenzar y a la que estamos todos invitados («lo llevamos en el alma, lo bailamos con el cuerpo, cantemos todos juntos este rock and roll»). Apenas sin dar tiempo al respetable a tomar aliento, la banda vuelve a sorprendernos al confirmar que era posible incrementar el tempo con un 'Y yo qué sé...!!' endiablado en el cual los trabajadísimo riffs guitarreros y las líneas de bajo van y vienen ante el desconcierto del personal.
Es el turno del 'Rock del ascensor', un descarado diamante en bruto de más de seis minutos que, como avanzábamos, Tequila revisitaba 5 años después de que los hermanos Makaroff lo hubieran grabado. Este es un tema que define perfectamente la línea que marca 'Rock and roll': Producción cuidadísima, sonido cristalino pero contundente, toques de sofisticación y virtuosismo en combinación con la esencia primitiva del R&R... La misma senda sigue una de las cimas interpretativas del combo. 'Todo se mueve' es una suerte de medio tiempo embriagador de estribillo sublime, repleto de efectivas pinceladas instrumentales, asentado en una sección rítmica sobria y efectiva, y coronada por una interpretación vocal sugerente. Además, el interminable solo de la recta final servía para confirmar las indudables habilidades de Ariel Rot a la guitarra. Las mismas que suenan arrebatadoras (de su mágico sonido fue responsable directo el propio Joaquín Torres) en el inicio de uno de los himnos más celebrados de Tequila, 'Quiero besarte'. Sin duda, estamos ante otro de los temas redondos del combo: bajo y batería alcanzan cumbres inexploradas, los riffs de guitarra se convierten en el colchón ideal... Los juegos vocales y una letra, de nuevo, sinvergonzona, se convierten en el complemento perfecto.
Tras tanto toque sofisticado, la cara B de aquel vinilo volvía a recordarnos de un bofetón cuál era el título de aquel disco. Y lo hacía con otro R&R de manual titulado, curiosamente, 'Matrícula de honor', que daba paso a la revisión apuntada de aquel 'Mister Jones' en el cual Charly García retrataba, de manera más que peculiar, a la familia tipo norteamericana. Se inicia aquí la recta final de esta aventura musical, y lo hace con otra de las creaciones sonoras con más empaque ideadas por Stivel y Rot, y desarrolladas con maestría por el resto del quinteto. 'Hoy quisiera estar a tu lado' fue considerada en su momento como un medio tiempo meloso. Con el paso del tiempo, pocos serán los que se sonrojarán al afirmar que se trata de una sobria pieza elevada merced (de nuevo) a los sensibles trazos guitarreros de Ariel.
Le sigue otra de las canciones más trabajadas (tanto en su composición, como en su construcción y grabación) del grupo: 'El barco' se mece en una hamaca jamaicana, a partir de un ritmo reggae que, por momentos, dota a este tema de un evidente elemento embriagador. No era más que un señuelo para pillar desprevenido al oyente, ya que, acto seguido, la alocada 'Me vuelvo loco' se convierte en un final que vuelve a mostrarnos la esencia más 'stoniana' y salvaje de Tequila. Con esta composición, el círculo se cierra a la perfección: Todo acaba y finaliza en el R&R; en el trayecto, la vida transcurre y está repleta de altibajos (también sonoros).
Como el lector ya sabrá, el segundo trabajo del grupo se convirtió en todo un bombazo, y acabó consolidándolo como uno de los fenómenos de masas más celebrados de la música hispana. Pese a la indudable calidad de aquella producción, no obstante, la mayoría de los medios de comunicación siguieron considerando a Tequila como una formación menor, fabricada por su sello discográfico, y destinada a copar todas las portadas de las publicaciones para jovencitas. Pocos fueron los que, en aquel momento, se atrevieron a reconocer la evidente evolución compositiva e instrumental de aquellos cinco jóvenes que, por momentos, asumían la responsabilidad de dirigir su propio destino.
El fenómeno Tequila siguió vigente unos pocos años más. En 1980 se publicó 'Viva! Tequila!', grabado en Londres bajo la supervisión de Peter McNamee, que incluía éxitos como 'Dime que me quieres' o 'Mira esa chica'. Repetirán enclave y producción un año más tarde con un 'Confidencial' muy digno que, no obstante, confirma la decadencia (en cuanto a nivel de ventas) del combo, pese a bombazos de la entidad de 'Salta!!'. A estas alturas de la película, la banda había dejado de ser una piña. Cambios en la formación y problemas con las drogas hicieron que aquel proyecto ilusionante se fuera diluyendo.
Afortunadamente, la mayoría de sus componentes decidieron embarcarse en mil y un proyectos, la mayoría de ellos interesantes y, algunos, tremendamente exitosos. Alejo Stivel centró sus esfuerzos, sobre todo, en la producción de otros artistas. Por sus manos han pasado, desde inicios de los 90 del siglo pasado, entre otros, Joaquin Sabina, La Oreja de Van Gogh, La Cabra Mecánica o M Clan.
No obstante, ha sido Ariel Rot, sin duda, quien ha demostrado con mayor claridad su valía como artista. Al poco de desintegrarse Tequila, el argentino inició una interesantísima carrera en solitario que se alarga hasta nuestros días, y que ha brindado discos tan esenciales como 'Hablando solo' (Dro, 1997) o 'Cenizas en el aire' (Dro, 2000). En medio de todo este recorrido, nada más y nada menos que aquella maravillosa aventura, junto a Andrés Calamaro y el propio Julián Infante, llamada Los Rodríguez.
Todo ello ha contribuido a que, a día de hoy, sin duda, haya quedado demostrado, con creces, que aquellos imberbes que, a mediados de los 70 del siglo XX crearon Tequila, eran mucho más que un puñado de jovencitos predestinados a convertirse en un grupo para quinceañeras.
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