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Ni te cases ni te embarques
Plazuela de Pombo

Ni te cases ni te embarques

Hay, en Santander, toda una fenomenología del 'irse', del 'marcharse', del 'salir' y del 'volver'... Sin volver, no hay salir que valga

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 19 de septiembre 2025

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Voy a permitirme reflexionar sobre el significado de esas reuniones literarias santanderinas organizadas por El Diario Montañés tan certeramente denominadas Martes Literarios. Hay un refrán soso que se decía en mi casa: «Los martes, ni te cases ni te embarques». Santander ha sido siempre un sitio donde lo natural es embarcarse y, por último, casarse. Nos embarcábamos para ir a las Indias y a la vuelta nos casábamos con la novia de toda la vida. En aquel tiempo, no sé si agobiante o feliz, las mujeres jóvenes, las chicas casaderas, esperaban décadas enteras. Se llamaba «guardar buenas ausencias». ¿Tiene el refrán algún significado o sólo es una gracieta, una rima asonante? Martes, casarse, embarcarse... Parece que quiere decir que hay, al menos un día a la semana, en que uno tiene que suspender la seriedad de la vida y no hacer nada. ¿Qué puede hacerse si uno no se casa o no se embarca? Casi nada... Dar una vuelta por el Muelle o leer El Diario Montañés. Si no te casas y no te embarcas los martes, ¿qué es lo más insustancial e inconsecuente que puede hacerse en Santander los martes si no te embarcas y no te casas? Acudir a una tertulia literaria, a una conversación literaria. Sumergirse en una irrealidad.

La literatura, las novelas, las poesías, incluso los ensayos filosóficos, son irrealidades comparados con la vida cotidiana, son actividades ociosas, no son negocios. En los negocios se niega el ocio y se apresura uno a comportarse seriamente. Decimos que nos va la vida en ello. Pero es evidente que no nos va la vida ni en la literatura ni en la poesía ni en el arte: eso son distracciones, salidas de tono, escapatorias de la facticidad y de la realidad factual. El cuento de José María de Pereda, 'Don Gonzalo González de la Gonzalera', va precedido de un romance popular que ejerció siempre gran fascinación en mí, a saber: «A las Indias van los hombres. / A las Indias a ganar. / Las Indias aquí las tienen, / si quisieran trabajar».

La idea de los Martes Literarios tiene mucho que ver con irse a las Indias. Hay que ir a algún sitio especial y salir de lo rutinario

No era del todo verdad que, incluso queriendo trabajar, pudieses encontrar en Santander lo que encontrabas en las Indias. Lo que a veces se encontraba en las Indias eran grandes fortunas. Aunque no todos los indianos, como es lógico, eran igualmente afortunados. Lo que me interesa subrayar es la contraposición entre irrealidad y aventura, por un lado, y por otro la realidad y el trabajo. Claro está que las cosas han cambiado mucho en Santander, aunque yo todavía he oído decir, a media voz, que casi cualquier santanderino o santanderina tiene que irse de Santander para hacer fortuna, si no en las Indias, por lo menos en Madrid. Hay, en Santander, toda una fenomenología del 'irse', del 'marcharse', del 'salir' y del 'volver'. Sin volver, no hay salir que valga. Si no se vuelve, al salir se desaparece.

Todos estos tópicos son para decir que la idea de los Martes Literarios tiene, de algún modo, mucho que ver con irse a las Indias. Hay que ir a algún sitio especial, salir de lo rutinario, de lo habitual, de adentrarse en una peculiar otredad o singularidad o rareza. «¿Volver? Vuelva el que tenga, / tras largos años, tras un largo viaje, / cansancio del camino y la codicia / de su tierra, su casa, sus amigos, / del amor que al regreso fiel le espere». Este espléndido poema de Luis Cernuda refleja justo lo contrario de lo que yo soy, de lo que los indianos éramos. La única diferencia es que yo no estoy cansado del camino y que no tengo en Santander un amor que fiel me espere. Lo que sí tengo, ¡vaya por Dios!, es un capitalito acumulado. Entre la salida y el regreso, he estado unos sesenta años fuera. Es cierto que he vuelto algunas veces como un ratón lumio, como un santanderino listo, a comer un poco queso, ver un poco la bahía y el muelle, ver un poco Puertochico y el Alta y Piquío. Yo soy un indiano ratonil que escribe ahora con su acumulada plata, que vienen a ser treinta novelas, cinco libros de poemas y algún que otro ensayo. Un capitalito.

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