
El encanto del soso
He ido, con los desengaños y los años, elaborando una metodología para la descripción del soso a quien, todo hay que decirlo, observo con creciente y maldisimulada envidia
Más importante aún que la clasificación de McLuhan de los mass media en fríos y calientes, es mi propia clasificación—paralela a la de McLuhan— de todos los hombres en expresivos y sosos. (Y 'hombres' designa aquí específicamente al género masculino y sólo a él; en punto a expresividad y sosera, la mujer constituye un caso aparte del que quizá nos ocupemos otro día). Yo mismo pertenezco a la primera clase; yo soy un gran expresivo. De aquí proviene que mis fracasos amorosos sean irreparables, cómicos (por no decir trágicos) y continuos. Es imposible amar en serio a un expresivo por grandes que sean sus cualidades o infinita la gana que tenga de querérsele. Y es que el expresivo lo da ya todo hecho. Se adelanta a las emociones que provoca. Las anticipa, las prescribe. Las recorre de cabo a rabo en un instante y las ofrece, como un prestidigitador, a quien ha de sentirlas enteramente ya sentidas y agotadas. El expresivo agota a sus amantes.
Es imposible darle una sorpresa: adivina y enuncia de antemano todos los «te quieros». El expresivo todo lo declara. Y lo primero que declara, palabra por palabra, lo que declara mejor y más profundamente es, por desgracia, el misterio de los ajenos «te amos» que a él mismo, paradójicamente, iban dirigidos. Me duele reconocerlo, pero la verdad es que, como expresivo puro que soy, como espectáculo perpetuo, jamás he dejado que nadie me adivine. He agotado a todos mis amantes, soltero y solo en la vida por mi culpa. Por eso, soy experto en sosos. He ido, con los desengaños y los años, pacientemente elaborando una metodología para la descripción del soso a quien, todo hay que decirlo, observo con creciente y maldisimulada envidia.
Me duele reconocerlo, pero como expresivo puro que soy he agotado a todos mis amantes. Soltero y solo en la vida por mi culpa
En mis novelas y cuentos los personajes pueden ser sosos o volverse sosos. «Hubieran debido fascinarle más. Se lo dije: eres un soso, primo, una abuela así, con esa pinta, que medio surge de la nada en pleno verano con un séquito abreviado de marido guapísimo y acompañante parisina con boina y cigarrillo, con ese acento de Quartier Latin, esa boina, un lujo», escribí en 'Un gran mundo'. Hay personajes fascinantes y personajes sosos. Encontrar uno a otro igual que se dejó es así como muy soso, porque ha de producirse algún cambio al cabo de los años. En el relato 'Tío Eduardo' el tictac inmóvil del reloj de la sala vecina aún se cuela, soso y fértil, en el comedor a la hora del té: las casas pueden estar envueltas en el hechizo soso de la repetición. Los árboles también pueden ser sosos: «Sólo un niño delgado apenas discernible entre los sosos sauces vio el río agigantado», en un poema de 'Los enunciados protocolarios'.
Observado en el medio infinitamente expresivo de una mujer madura, por ejemplo, el soso es estruendoso, se vuelve fascinante
Como decía, con los desengaños y los años he ido elaborando una metodología para la descripción del soso, persona a quien envidio. Soso es un hombre que llega a una reunión y no saluda. O saluda, enciende un pitillo, y se hace a un lado. No se esfuerza por hablar, generalmente no oye bien, o no ve bien, o no entiende los chistes que le cuenta. No se fija en los peinados de las damas. No las elogia nunca. Confunde un significativo arrebol de las mejillas con un simple sofocón. En lugar de «¡qué bella estás!» suele decir «¡qué calor hace en esta casa!». Pero la característica más impresionante de los sosos es que resultan siempre inobservables. Prácticamente invisibles, sólo las mujeres les ven a simple vista.
Por eso, yo nunca observo directamente a un soso sino que me sirvo de las mujeres para verlos; en las mujeres, las soseras del soso, resplandecen cuajadas de diamantes. (La envidia me obliga a añadir aquí que probablemente todos esos diamantes son falsos. Pero eso da lo mismo). Observado en el medio infinitamente expresivo de una mujer madura, por ejemplo, el soso es estruendoso, se vuelve fascinante. Y mientras que el expresivo, a pura fuerza de no dejar jamás lugar a dudas, nos abruma, el soso es un retiro plácido y permanente donde todas las dudas, preguntas y senderos parecen repentinamente advertirse, ¿Qué puedo hacer, Dios mío, qué puedo yo contra un soso? Nada en absoluto, bien lo sé. Sólo reconocer en lo inexpresivo el infinito poder de todas las ausencias.
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Ilustración Marc González Sala
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