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Galeradas
Plazuela de Pombo

Galeradas

Para su autor, el momento más desesperantede la historia de una novela es la última prueba que envíanlas editoriales antes de imprimirla definitivamente

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 3 de octubre 2025, 07:26

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El momento más desesperante de la historia de una novela es, para su autor, el de la llegada y lectura de lo que los impresores llaman 'galeradas'. la obra aparece impresa ya, aunque generalmente sin dividir en páginas, y requiere ser corregida antes de imprimirse definitivamente. Es, pues, el último momento en que la obra ya completa está en manos del autor, el último momento en que todavía, teóricamente al menos, todos sus defectos pueden subsanarse. Y digo 'todos' porque, en efecto, lo que podría corregirse no son sólo los defectos de fotocomposición, sino también, o quizá sobre todo, los defectos de invención.

Ocurre, sin embargo, que, a menos que uno sea Proust, los defectos e insuficiencias de la invención narrativa (me estoy refiriendo sólo a las pruebas de imprenta de los textos narrativos) no pueden ya, en realidad, remediarse. En las galeradas, la obra se encuentra pues a la vez al alcance de la más severa autocrítica y alejada ya considerablemente de una posibilidad efectiva de modificación. Nuestra narración es ya un texto casi solidificado, un resultado abruptamente presente. Las galeradas son, a la vez, un cadáver y un irreconocible recién nacido.

Es curioso comparar los sentimientos que embargan al autor ante las galeradas de una novela con los que le embargaron durante su constitución (si se me permite utilizar esta palabra un tanto pedante). Mientras la obra está en marcha, el sentimiento de bienestar y de aprobación es casi continuo. Uno se siente confortado por la propia intensidad y fabulante. (Lo cual no quiere decir que todas las fábulas sean igualmente valiosas: las fábulas que entretejen los amantes, los locos, los borrachos, pueden muy bien ser apasionantes y carecer, sin embargo, de valor interpersonal alguno). Y cuando el hechizo termina y el dilatado instante narrativo del narrador acaba, todo se acaba.

Las galeradas son mañanas del primer día de Año Nuevo con las tiendas cerradas y las calles de Madrid vacías

El relato deja de existir de viva voz y sólo queda de él ese curioso objeto, destinado ahora a deshacerse ante el lector, que es el texto escrito y cuya primicia son las galeradas. Las galeradas son, pues, un tormento de apariciones y desapariciones, el hijo póstumo de una voz y un impulso que sólo durante un dilatado y fugitivo instante de verdad nos ha pertenecido. Y las galeradas son mañanas del primer día de Año Nuevo con las tiendas cerradas y las calles de Madrid vacías y quizá no muy rebarridas, presas de los gatos, pues, que se escapan si pueden de los añosos pisos y envejecidas caricias de sus dueñas y dueños.

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